La marcha de los fiscales del próximo miércoles 18 puede ser útil, pero más útil será –conjuntamente– la profunda reflexión de los miembros de la Justicia que no promovieron ningún proceso contra el Gobierno y recién cuando faltan meses para irse se animan a movilizar todas las causas juntas.
¿Se acuerda, lector, del caso Skanska? Fue la primera denuncia por corrupción de la era Kirchner; la publicó este diario a fines de 2005. Gracias a grabaciones telefónicas, entre otras pruebas, el juez Javier López Biscayart consideró probado que se pagaron coimas en la construcción del gasoducto del noroeste. Pero después, la Sala 1 de la Cámara Federal revocó los procesamientos y sobreseyó a todos.
Otro ejemplo: mientras Néstor Kirchner era presidente, los primeros fallos de los juicios por la discriminación con la publicidad oficial le daban la razón al Gobierno.
Me gustaría compartir la satisfacción de quienes piensan que debemos alegrarnos si después de no contrariar al Gobierno durante tanto tiempo en casi nada, ahora algunos miembros de la Justicia dicen basta. Pero no puedo, porque lo mismo pasó con Menem en su final, para luego volver a disciplinarse al comienzo de la era K.
Vale pedir que reflexionen no sólo a los miembros de la Justicia que fueron funcionales a esta realidad, también a quienes con responsabilidad social apoyaron acríticamente los primeros años tras su elección a cada gobierno. Y, aunque en menor medida, a quienes votaron por estos presidentes y hoy protestan.
“Pobre Argentina si en las próximas elecciones no gana un peronista”, dijo Pepe Mujica con su pueblerina sinceridad. En realidad, pobre Argentina si en las próximas elecciones sus votantes siguen siendo nómades políticos: Cristina y Menem fueron reelectos con más del 50% de los votos para al final ser execrados. Victimizarnos una y otra vez, sin hacernos responsables de haber empoderado a nuestros victimarios, lleva a repetir el dilema.
El desarrollo y el cambio guardan cierta relación. Quienes quedan detenidos en el tiempo por rígidos sistemas políticos ideológicos o religiosos no progresan. Quienes se van de un extremo a otro tampoco cambian, porque continúan viviendo su esencia de volatilidad. En ese sentido, la profecía de Pepe Mujica no resulta esperanzadora porque los últimos dos peronismos que nos gobernaron prometieron ser distintos para terminar siendo, en algún sentido, lo mismo.
Haría falta una marcha de autocrítica por el fracaso colectivo que acumulamos como sociedad desde Menem hasta Cristina. Un acto de contrición, piadoso pero no exculpatorio de nosotros mismos, que en lugar de liberarnos de pecados los pase todos al gobierno de turno que nos decepcionó.
Entonces no importará si gana un peronista o un no peronista, porque una sociedad responsable –opinión pública, medios y Justicia– pondrá límites desde el primer día para no llorar los últimos.
Lilitas
Tener visibilidad es imprescindible para hacer política. Pero quien reduce la política a la visibilidad empalaga. Patricia Bullrich y Laura Alonso corren el riesgo de caer en el mismo exceso de dosis que llevó a Carrió a hipotecar su credibilidad política. Y convertirse en caricaturas, como esos personajes que aumentan su protagonismo combinando los programas de Tinelli con los de Rial.
Que las diputadas Alonso y Bullrich hayan sido quienes tuvieron contacto directo con el fiscal Nisman, mientras preparaba su denuncia y con quienes coordinó la presentación que iba a hacer en el Congreso el día posterior a su muerte, tampoco le hace bien a la memoria de ponderación y autonomía política de la acusación de Nisman.
Es probable que TN precise personajes que llenen sus horas de programación criticando al Gobierno con el tema que sea, y lo más altisonantemente posible para también tener rating. O polemistas como los panelistas e invitados de los talk shows del canal América, que comenzaron con formato de programa de chismes de famosos y pasaron a opinar de política. Pero conseguir visibilidad degradándose en un contexto que busca sólo el escándalo, sea de la farandulización o de la crítica política unilateral, consume cualquier capital simbólico.
Laura Alonso y Patricia Bullrich profesionalizaron el papel de acusadoras mediáticas. El desgaste de repetir siempre el mismo papel puede afectar la credibilidad de las denuncias a las que se suman.