Abro la puerta de la productora y escucho un ritmo de cumbia. Entro en mi oficina y el sonido está altísimo. “No me arrepiento de este amor, aunque me cueste el corazón…”, canta Gilda, y Carla, mi asesora de imagen, está bailando frente al monitor de la compu de mi escritorio.
—¿Qué hacés? –le pregunto–. ¿Ahora te gusta bailar cumbia en horario de trabajo?
—Estoy trabajando para vos –me dice Carla.
—¿Bailando cumbia? ¿Escuchando a Gilda? ¿Vos me estás cargando?
—No estoy bailando cumbia ni escuchando a Gilda: estoy viendo las ponencias del Coloquio de Idea.
—¿Qué? –pregunto, incrédulo.
— ¿No sabías que Natalia Oreiro estuvo cantando en el Coloquio de Idea, el mayor encuentro del establishment del país?
—¿Y la pasaron bien?
—Con Natalia sí, por supuesto –responde Carla–. Con el que no sé si la pasaron bien fue con el sacerdote Rodrigo Zarazaga.
—¿Y ése quién es?
—Un cura que habló en el Coloquio de Idea y que criticó a los que dicen que hay gente que usa la plata de los planes sociales para comprar balas.
—¡Por favor! –me enojo–. ¿Quién puede decir semejante barbaridad?
—El ministro de Educación, Esteban Bullrich. Por eso el cura dijo que con una cartera Louis Vuitton como las que usaban las damas del Coloquio se podían pagar 300 meses de planes sociales. Y con una corbata Hermes, como las que usaban los hombres allí, 200 meses. Aunque al cura le faltaron algunos datos.
—¿Cuáles?
—No dijo cuántas balas se podían comprar con una cartera o una corbata de alta gama.
—Pará, no jodas: la inseguridad es un tema muy sensible –digo.
—Mm… no siempre –agrega Carla.
—¿Qué estás diciendo? –pregunto–. ¡La inseguridad tiene en vilo a toda la gente!
—Salvo que las víctimas sean pibes de la villa. Mirá si no lo que pasó en Zavaleta, donde entre la Policía Federal y la Prefectura les pegaron a Ezequiel Villanueva Moya e Iván Navarro, dos pibes de La Garganta Poderosa. Y nadie salió a hablar de inseguridad.
—¿Y por qué creés que pasa eso? –pregunto.
—Porque hay una escala de jerarquía de las tragedias –responde Carla–. No sólo acá: pasa en todos lados. Por ejemplo, hace poco pasó un huracán en Haití, el huracán Matthew. Dejó casi 600 muertos. ¿Qué significa eso en los medios? Nada. El esguince de un CEO de una multinacional, en Manhattan, tiene más relevancia.
—No entiendo eso de ponerles nombre a los huracanes.
—Supongo que debe ser más amable que te destruya la casa y mate a toda tu familia alguien a quien podés llamar por su nombre.
—Igual por aquí tenemos horrores mucho más cercanos –digo–. El crimen de Lucía Pérez, por ejemplo: algo aberrante.
—Horroroso. Por eso va a haber un paro nacional de mujeres el miércoles.
—¿Y eso cómo sería? –pregunto.
—Muy sencillo: es un paro en el que no intervienen los sindicatos.
— ¿Por qué?
—¿Cómo por qué? ¿Vos viste muchas dirigentes sindicales mujeres?
—Es verdad, casi no existen.
—En eso coinciden todas las variantes de la CGT y todas las variantes de la CTA. Pero no hay que desesperarse, porque ya está en vigencia el cupo femenino sindical.
—Pero si casi no hay dirigentes mujeres, ¿dónde ves el 50%? –pregunto.
—¿Quién habló del 50%? –pregunta Carla–. Dije que había cupo femenino. Pero por el momento es de 0,0001%. Y si no te gusta, sos una gorila patronal.
—¿Y la legalización del aborto? ¿Por qué no se trata?
—Shhhhhh –me calla Carla–. De ese tema no se habla. En eso también hay consenso.
—¿Y de qué habría que hablar?
—De que se perdieron 118 mil empleos y desaparecieron 6 mil empresas –dice Carla–. Son datos del Indec para el primer trimestre del año, comparados con el primer trimestre del año anterior.
—Eso es muy malo.
—No, porque el Gobierno siempre puede decir que porque ahora el Indec dice la verdad. Puede subir un 20% la pobreza, que van a seguir diciendo “al menos ahora el Indec dice la verdad”.
—¿Y en el Gobierno no piensan decir nada sobre la caída del empleo?
—Obvio que sí –responde Carla–. El ministro de la Producción, Francisco Cabrera, dijo que es una buena noticia que haya suspensiones porque indica que las empresas retuvieron a su personal ante la esperanza de una reactivación.
—Eso es cierto. Deberían aplicar esa lógica a todo. Por ejemplo, decirle a las mujeres que van al paro el miércoles, contra los femicidios y por el Ni Una Menos: “Ustedes no sé de qué se quejan si ahora pueden votar e ir a la universidad”.
—Bullrich y Cabrera no tuvieron declaraciones muy felices. ¿Hay algún ministro que pueda dar alguna esperanza de algo?
—Por supuesto –responde Carla–. Y no hay mayor esperanza que la que da Dios.
—No hablo de Dios, hablo de un ministro.
—Y yo te hablo de un ministro que habla de Dios, porque es un emisario de Dios en la Tierra. El rabino Sergio Bergman dijo que para evitar los incendios forestales sólo se podía hacer una cosa: rezar.
—¡Por fin un ministro que da soluciones concretas a la gente! ¿Y el kirchnerismo no piensa hacer nada?
—Por supuesto que sí. Cristina hace actos junto a Boudou, D’Elía, Esteche y Hebe de Bonafini. Sólo falta que el Kun Agüero se haga kirchnerista. Supongo que si esto sigue así, Macri se va a quedar un par de meses en Roma y seguirá gobernando por Skype, aunque el Papa lo reciba siempre con cara de culo.
—Pero me imagino que La Cámpora debe estar haciendo algún movimiento político.
—El último movimiento político de La Cámpora fue el baile de Ottavis en la revista de Moria Casán. Pero los que sí están entusiasmados son los muchachos de Carta Abierta. Cayó muy bien el Premio Nobel de Literatura a Bob Dylan.
—¿Por qué?
—Porque creen que si se lo dieron a alguien que hace canciones, el año que viene Copani puede estar en carrera.
—Y ahí sí, el kirchnerismo repuntaría.
—Obvio. A pesar de que el macrismo también está moviendo a sus impresentables. No te olvides de que volvió Fernando Niembro a la televisión. Y entrevistó al Patón Bauza.
—¿Y en el kirchnerismo no dijeron nada de eso?
—Están analizando qué hacer. No saben si repudiar o si aprovechar y poner al aire un programa con José López entrevistando a Caruso Lombardi.
—¿Vos decís que puede funcionar?
—Y... quién te dice. En ese sentido el kirchnerismo es mucho más relajado que el macrismo.
—¿Por qué?
—Porque no les importa si el Papa sonríe o no –concluye Carla–. A ellos les basta y les sobra con la felicidad de un par de monjitas. Y eso es mucho más sencillo de lograr.