Aveces hay frases tan geniales como enigmáticas; lo que podría enunciarse como una verdad de ida, pero no de vuelta: toda frase genial es también enigmática, pero no toda frase enigmática es genial. Por ejemplo, ¿dónde reside el enigma de esta frase genial de Marx, escrita en El fetichismo de la mercancía (y su secreto)?: “Los hombres no relacionan entre sí productos de su trabajo como valores porque estos objetos les parezcan envolturas simplemente materiales de un trabajo humano igual. Es al revés. Al equiparar unos con otros en el cambio, como valores, sus diversos productos, lo que hacen es equiparar entre sí diversos trabajos, como modalidades de trabajo humano. No lo saben, pero lo hacen”. Lo enigmático de la frase se encuentra, obviamente, en el final: “No lo saben, pero lo hacen”. Buena parte de la teoría política moderna, en particular en su versión revolucionaria, o más aún, buena parte también de la teoría estética moderna, en especial en su versión vanguardista, se esconde tras ese enigma: el de acceder a un saber que los demás no saben, en hacer circular ese saber como un reguero de pólvora que se expanda por el colectivo social, y que ponga en evidencia las condiciones materiales de producción de ese mismo saber. ¿Cómo accedió el que sabe a su saber? El intento de resolver ese enigma llevó en la historia moderna varios nombres, o al menos dos: vanguardia política, vanguardia estética. Tres palabras (una repetida dos veces) que deberíamos pensar hoy como a un fantasma, la forma de algo que nos habla (a los que quieran o puedan escucharlo) desde un más allá.
Acabo de escribir la palabra “forma”, término ante el que tenemos que estar a la altura de la exigencia intelectual que nos plantea. Unas páginas antes en el mismo texto, Marx formula una especie de respuesta al enigma, o mejor dicho, resuelve el enigma con otro enigma, con una pregunta en sentido estricto: “¿De dónde procede, entonces, el carácter misterioso que presenta el producto del trabajo, tan pronto como reviste forma de mercancía?”. El carácter misterioso del fetichismo de la mercancía es que es una forma. O para ser preciso, “reviste forma de mercancía”, formulación aguda que nuevamente nos pone frente a la exigencia de un alto rigor intelectual, que no es otro que el de la discusión entre estética y política: para la estética de vanguardia, la forma no es nunca algo que reviste, no es un revestimiento, un recubrimiento, una corteza, sino que la forma –la forma llevada a su extremo– es la vanguardia misma, la forma es radical. También se podría decir lo siguiente: el momento revolucionario es informe. Es instituyente. Desborda a toda forma, muta sin cesar (la utopía de la revolución permanente no me es ajena). La forma no es un modo de vida, es algo anterior: la posibilidad de formular una crítica radical a los modos en que vivimos. En cambio, cuando la política alcanza su forma, su forma plena, desplegada, lleva un nombre: fascismo.
Aunque también la forma puede presentarse bajo el modo de la inadecuación. Como escribe el propio Marx en el párrafo final de la cita 36 –la más extensa de todo El fetichismo de la mercancía–: “Ya Don Quijote pagó caro el error de creer que la caballería andante era una institución compatible con todas las formas económicas de la sociedad”.