Me piden que participe en una encuesta sobre los libros del año, pero no sé cómo votar rubros como la mejor traducción ni la peor novela. Dudo de todo, pero tengo un candidato al libro más difícil de 2013: Convoy, de Esteban Bertola. Convoy es una novela escrita por un poeta que entra y sale del sentido como quiere su maestro (el autor acaba de publicar también, con Andrés Monteagudo, El solicitante descolocado, libro y DVD con entrevistas a Leónidas Lamborghini). Otro libro, que podría competir en la categoría de desentierro más oportuno, es la recopilación de artículos titulada Black music: free jazz y conciencia negra 1959-1967, de Amir Baraka, quien antes supo llamarse Leroi Jones.
Baraka habla de una vanguardia: los jazzeros negros que escaparon del hard bop hacia formas radicales de libertad musical, digamos desde el Coltrane tardío hasta Ornette Coleman, Cecil Taylor, Albert Ayler, Archie Shepp, Sun-Ra, Eric Dolphy... En su momento, Miles Davis acusó a estos iconoclastas de tocar mal, de hacer música elitista y de enajenar al pueblo negro pero la discografía que viene al final de Black Music suena muy fresca (más de lo que suena hoy el Miles Davis de la época) y también muy cerca de Duke Ellington.
Bertola es también parte de una vanguardia, de un grupo que se aparta de lo convencional y tiene, como el free jazz, un sustrato estético e ideológico. Se trata en un caso de abandonar el jazz a base de solos y arreglos y de sustituir las estructuras armónicas por la improvisación polirrítmica, en el otro de huir de la narración realista, de la sintaxis ortodoxa y de una escritura que redacta ideas previas. El grupo de Bertola, que incluye nombres como Monteagudo, Mariano Dupont, Milita Molina, Lucía Mazzinghi, no se reconoce explícitamente como tal pero tiene un prócer (el mayor de los Lamborghini), un canon (“un calendario que empieza de nuevo como los que impusieron Hernández, Mansilla, Arlt, Macedonio y Néstor Sánchez”), un gurú local (Hugo Savino), un teórico francés (Henri Meschonnic), una editorial (Escritores Argentinos hnos), cierto espíritu sectario y una vaga afiliación nacional y popular. “Cómo podríamos vivir en el mundo si Leónidas Lamborghini no nos hubiera dado el lenguaje para situarnos en él, y cómo podríamos vivir, leer y escribir en la Argentina sin tener presente la Argentina que se repartieron los Lamborghini después de sacarse la sed con los poetas gauchescos” exagera y cumple Bertola. Baraka habla desde su lucha reivindicativa —una visión de izquierda de la causa afroamericana— pero en ambos casos, por debajo de lo que la corrección política permite, se filtra una conexión más profunda, ligada a la búsqueda espiritual presente en los dos mundos. No solo porque en Convoy se hable de Coleman y Savino escuche a Albert Ayler. Ambos círculos están habitados por el esoterismo y la mística, desde Sun-Ra que decía haber nacido en Saturno hasta Néstor Sánchez y su acercamiento a Gurdjieff. Como en el free jazz una alegría oculta, un oasis secreto se percibe al leer Convoy con la atención necesaria, con la paciencia que acepta desconectarse y la novela sugiere que es posible una literatura argentina luminosa cuyo antecedente sería más bien el Adán Buenosayres de Marechal, escritor excluido aun de los cánones que lo necesitan.