COLUMNISTAS
Entrevista

Juano Arana: “Frente al público pasa de todo”

Hizo su apuesta profesional más fuerte en el mismo campo que sus padres, Hugo Arana y Marzenka Novak: la actuación. El teatro como espacio de búsqueda y exposición, y la injerencia de lo políticamente correcto en el quehacer artístico.

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Juano Arana. “Las risas de la gente, los aplausos, nos pegan de una y eso nos hace bien”. | Sebastián Ingrassia

—Hablame un poco de “Sucursal”, una obra de teatro muy relacionada con la situación laboral y económica argentina con la que venís trabajando desde hace tiempo, con la que también hiciste giras.

—Sucursal nos muestra la parte de atrás de un local de compraventa de artículos usados. Ahí están los empleados, el jefe de vendedores y también aparecen en algunos momentos una clienta y el dueño del local, que apenas comienza la obra les cuenta a los muchachos que compró un local para abrir una sucursal del negocio. También les dice que el que mayores ventas haga será el encargado de ese nuevo espacio. A partir de ese momento empiezan a aflorar las miserias de todos. Compiten, pero también mienten. Trabajan, pero también hacen trampa. Putean al dueño y sospechan de todos. También aparece el machismo a cada rato. Todo esto en tono de comedia bien argenta. Un montón de espectadores nos dijeron que se identificaron con algún personaje o varios, también dijeron cosas como “este personaje es igual a un compañero mío de laburo”, etc. La escribieron Carlos La Casa y Daniel Cúparo, y la dirige Carlos La Casa.

Somos siete en escena, una actriz y seis actores. Cecilia Bugallo, Carlos La Casa, Daniel Grosso, Charly Wesenack, Osvaldo Ross, Guillermo Figallo y yo. Grupo hermoso de laburo con el que nos divertimos muchísimo haciéndola, cosa fundamental y que no siempre pasa en los elencos.

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Ya hicimos algunas fechas de gira. Fuimos a Córdoba, por ejemplo, y fue un golazo a sala llena. Vamos hasta septiembre en Paraje Artesón, todos los sábados a las 19.30. Ese mes yo me voy a actuar a Microteatro una obra de Jorgelina Vera, con dirección de Melisa Freund. Con Sucursal seguiremos de gira y eventualmente volveremos a Capital.

—¿Cómo fue presentarla en la sala teatral que lleva el nombre de tu papá?

—Sí, hicimos una función de Sucursal en la Sala Hugo Arana de la Fundación Sagai. La hicimos en el marco del Ciclo Más Teatro. Estuvo hermoso estar ahí. Actuar en una salita preciosa que, como decís, lleva el nombre de papá. Fue un hermoso gesto que la nombraran así.

Mi viejo falleció en el peor momento de la cuarentena de 2020. No pude visitarlo mientras estaba internado ni pude velarlo tampoco. No pude verlo. No pude hacer la despedida. Así que cuando me enteré lo de la sala con su nombre pude soltar un poco la angustia y el enojo que tenía. Hermoso homenaje al viejo, que además siempre soñó con poner alguna salita de teatro.

—Sos hijo de dos actores que dejaron huella en la cultura popular argentina. ¿Cómo fue crecer con ellos?

—Crecer con mis viejos fue maravilloso. Dos personas muy amorosas conmigo y entre ellos. Cuarenta y seis años juntos, hasta que la vieja partió. Tengo los mejores recuerdos. Éramos muy compinches los tres. Hijo único por aquí. Con el tiempo, ya bastante grande, sí pude empezar a reconocer ciertas cosas del mundo de la fama, por papá más que nada, que fueron especiales, diferentes. Muchos pros y algunas contras. Los dos solían viajar con alguna gira de teatro y la mayoría de las veces me llevaban, pero algunas veces no, y yo lloraba extrañándolos. Algo que pasa con otras profesiones que incluyan viajes, por supuesto. Algunas veces nos sentíamos invadidos por la gente. En un restaurante, por ejemplo. Mi viejo a fines de los 80, principios de los 90, estaba en la cresta de la ola y la gente en la calle se acercaba en malón. Por supuesto que siempre con buena onda y agradecida por las risas que el viejo provocaba. Pero a veces era un poco mucho. Él contaba que después de hacer la publicidad famosa del vino Crespi, a principios de los 70, se subió al bondi, como todos los días, pero ese día toda la gente del colectivo empezó a mirarlo. Lo reconocieron. Y él se asustó en un primer momento. Al principio no fue lindo. La pérdida del anonimato, digamos. Después se fue acostumbrando y disfrutaba el reconocimiento y el cariño de la gente. Mi vieja hizo más teatro que él, sobre todo comedias musicales, ella cantaba maravillosamente. Pero nunca protagonizó, como papá, ni fue popular como él. En el medio todos la conocían, por supuesto. Era un encanto de mujer. Cuando murió me acuerdo de que le dije a mi viejo: “Se murió mi mejor amiga”. La extraño mucho. Y a él también.

—¿Cuándo y cómo decidiste ser actor?

—Se fue dando esto de ser actor. De pibe, con mis amigos y amigas, grabábamos cortometrajes en casa. Estudié cine un año nomás, porque quería ser director. Abandoné la idea y la universidad. Hice algunos cortometrajes. Con uno ganamos el premio del público en el Festival Buenos Aires Rojo Sangre. Se llama El ventilador asesino. Terror/comedia bizarra. Laburé en teatro toda mi vida. Fui utilero, stage manager, asistente de dirección. También codirigí en Microteatro. Todos roles que disfruto y que me gustan. Un día fui a un casting de Paka Paka, porque un amigo, Adrián Lakerman, conocía a una productora del canal y se enteró y me dijo: “Andá!”. Terminé protagonizando La heladería sorpresa, que era un infantil divino que incluía títeres. Un tiempito después, también Adrián Lakerman me llamó para hacer unos sketches con Migue Granados en ESPN. Adrián era el guionista. Nos cagamos de risa. De las cosas que hice recuerdo con mucho cariño un rol chiquito en una versión de Romeo y Julieta, dirigida por Virginia Lago. Después, una obrita en Microteatro con Jorgelina Vera, dirigidos por papá. Y así se fueron dando las cosas. No tengo representante. ¿Debería tenerlo? Me gusta actuar, me gusta cantar, tuve algunas bandas de rock. Me gusta la dirección. ¡Me gustan muchas cosas!

—Una de las discusiones más presentes en medios y redes sociales en los últimos años es la de la injerencia de lo políticamente correcto en el quehacer artístico. ¿Tenés alguna opinión sobre todo esto?

—Siempre va a haber alguien que se ofenda por algún chiste. Yo también me ofendo con algunos chistes, obviamente, pero el temita de querer callar o prohibir a alguien por lo que dice me parece peligroso. Eso es lisa y llanamente querer censurar. Si algo no te gusta, o te parece ofensivo, tenés todo el derecho del mundo de decirlo y manifestarlo, pero no está bueno que lo quieras silenciar. Podría instalar un precedente complicado. Un día te pueden silenciar a vos. Es todo un tema porque también es cierto que, por fuera del humor, hay muchos que dicen barbaridades y que van generando sentido común al repetir consignas de odio. Creo que deberíamos apostar más al amor y a la tolerancia. Está difícil. Estamos muy enroscados con lo propio, lo personal, y no le estaríamos dando tanta bola al nivel de pobreza, de hambre, de injusticia, etc. ¡Y no solo en nuestro país! 

—Para cerrar: muchas veces se dice que los actores y los músicos tienen que modular de alguna manera sus egos, neurosis, toda cuestión ligada, en definitiva, a la mirada del otro, la aceptación, etc. ¿Cómo es eso de otro juzgando tu trabajo para vos?

—Creo que en definitiva es una búsqueda de cariño. Mi viejo, cuando hablábamos de estas cosas, se preguntaba: “¿De dónde viene esta necesidad de ser mirado y escuchado?”. Y no había una respuesta concreta. Nos poníamos a filosofar y a hablar de psicología horas. Obviamente, los actores tenemos inseguridades como todo el mundo pero, claro, nosotros ponemos el cuerpo y la voz al servicio de un cuento, de una historia, frente al público. Y ahí pasa de todo. El ego se infla cuando un chiste, o algo que hacemos, funciona. Las risas de la gente, los aplausos, nos pegan de una y eso nos hace bien, nos gusta. Pero también puede distraernos de la tarea que estamos haciendo. Esa sensación a veces te puede correr del personaje y aparece más el actor, o sea uno, la persona. Y está bien también. Es un juego maravilloso actuar.

La comunión con los compañeros y con la platea es una cosa muy extraña y muy bella. Tiene algo de lo onírico. Algo casi místico. El tiempo corre de otra manera. Voy a tirar una frase de Nietzsche que siempre asocio a la actuación y al teatro pero que es para la vida toda: “La madurez del hombre es haber vuelto a encontrar la seriedad con que jugaba cuando era niño”.

*Periodista, guionista y docente.