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ECONOMISTA DE LA SEMANA

Frente cambiario: ¡la hora, referí!

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Entre 2003 y 2011 el consumo creció en promedio al 6% anual. En paralelo, el oficialismo ganó casi todas las elecciones (2005, 2007 y 2011). La única excepción fue en 2009, casualmente, el único año de ese período en el que cayó el gasto de los hogares.

La elevada correlación entre la dinámica del consumo y la performance electoral de los oficialismos no es una novedad (ni en la Argentina ni en el mundo), pero es útil tenerla presente a la hora de comprender cómo planteó el Gobierno “el partido económico” para este año electoral.

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El objetivo para 2015 estaba claro: el consumo, que retrocedió el año pasado, tenía que repuntar. Pero dadas las condiciones iniciales (inestabilidad cambiaria, presiones inflacionarias y déficit fiscal), antes de poner dinero en el bolsillo de los consumidores era necesario garantizar que quieran destinarlos a comprar bienes en vez de dólares. En otras palabras, para apuntar efectivamente al “arco contrario” (consumo) primero había que blindar el “arco propio” (estabilidad nominal).

Con la entrada de Vanoli al frente del BCRA, el Gobierno avanzó en el plan para estabilizar las variables nominales. Desde fines de 2014 y hasta junio de este año, las principales medidas de política económica apuntaron a lograr la calma cambiaria: fuertes restricciones a importaciones, swap con China, endeudamiento con el exterior (Bonar 2024, YPF y provincias) y bancos locales (Bonad y Bonac, para aliviar la presión del déficit sobre el BCRA), mayores ventas de dólar ahorro (de US$ 200 millones a US$ 500 millones mensuales), suba de tasas de plazos fijos, etc.

El saldo de ese “primer tiempo” arrojó un balance muy favorable para el objetivo oficial. De hecho, entre octubre de 2014 y junio de 2015 la brecha con el dólar informal cayó 40 puntos porcentuales (el blue de hecho se redujo 20%), las reservas brutas aumentaron casi US$ 6 mil millones y el tipo de cambio oficial se deslizó sólo 7,4% (+0,8% promedio mensual). Este “anclaje” del dólar oficial, junto con las tarifas, fue uno de los principales determinantes a la hora de explicar la brusca desaceleración que mostró la inflación (se redujo en 12 puntos porcentuales).

Instalada la calma cambiaria, se entró en el “segundo tiempo” electoral. Las diversas medidas de estímulo fiscal (moratoria previsional, aumento de jubilaciones, AUH, pensiones no contributivas y Progresar) que implicaron una inyección de $ 90 mil millones en el segundo semestre (5% del consumo privado), se combinaron con los aumentos logrados en las demoradas paritarias (con retroactivos y aguinaldo), lo que en un marco de inflación contenida, redundó en una mejora de los ingresos reales de las familias. Más aún, a comienzos de julio el Gobierno anunció que relajaría las trabas a las importaciones.

Este “veranito” fue efectivo: la confianza del consumidor tuvo un formidable repunte (+23% en los primeros nueve meses) y en el tercer trimestre hasta el consumo masivo repuntó. Con la mira puesta en las elecciones, el Gobierno dejó la maquinaria en “piloto automático” posponiendo cualquier corrección de fondo de los desequilibrios existentes, para concentrarse en el objetivo político: ganar en primera vuelta.

Pero el partido se complicó. En primer lugar, la tregua cambiaria lograda mostró ser frágil: las aplacadas expectativas de devaluación repuntaron. La convivencia de crecientes ventas de dólar ahorro (casi US$ 700 millones mensuales) con el aumento del blue eran indicativos de que la gente ya no utilizaba ese canal para hacer una ganancia sino para dolarizarse. En paralelo, el fuerte repunte del interés abierto en los contratos Rofex (por el subsidio del valor del dólar futuro en el mercado local respecto del internacional) funcionó en la práctica como el dólar ahorro, pero para las empresas.

En segundo lugar, porque el escenario electoral no fue el imaginado por el Gobierno. Si bien el candidato del Frente para la Victoria triunfó en la primera vuelta, el oficialismo no evitó un ballottage, Scioli redujo el porcentaje de votos obtenido en relación a las PASO, la distancia con el segundo se achicó a menos de tres puntos porcentuales), perdió la provincia de Buenos Aires y las primeras encuestas lo sitúan por debajo de Macri en la segunda vuelta.

Además, el resultado del 25 de octubre, alargó los tiempos de la transición (se adicionaron al partido más minutos de lo pensado), complicando aún más la cuestión económica. La indefinición política es particularmente nociva en el plano cambiario: por la incertidumbre respecto a lo que hará el próximo presidente electo con el dólar oficial y las retenciones, sigue trepando la demanda y disminuyendo la oferta de divisas en el mercado formal de cambios, deteriorando aún más el alicaído stock de reservas del BCRA.

Por caso, las ventas de dólar ahorro se llevaron en octubre dos de cada tres divisas liquidadas por los agroexportadores (vs. 13% en 2014 y 27% en el primer semestre de este año), y el estrangulamiento externo se profundizó tras las elecciones. En la última semana de octubre (post primera vuelta) las liquidaciones de agrodólares cayeron 70% interanual y noviembre arrancó con un nuevo récord de venta de dólar ahorro.  

En este marco, el Gobierno tuvo que desactivar el “piloto automático” y volver a ocuparse de la economía, pero ahora con un sesgo puramente defensivo. Tras los comicios el Ejecutivo reforzó las trabas a las importaciones y subió fuertemente las tasas de interés. En otras palabras, en tiempo de descuento, el único objetivo en materia económica es contener la olla a presión cambiaria, resignando el “ataque” (el consumo).

Probablemente, el actual gobierno consiga evitar un salto discreto en el dólar oficial. Por lo que, el próximo presidente electo deberá tomar definiciones rápidas en materia cambiaria: devaluar (mucho, poquito o nada), endeudarse (cuánto), relajar el cepo (cuándo), etc.

Solucionar el estrangulamiento externo será sin dudas el primer desafío de la próxima gestión. No es la primera vez que la Argentina se enfrenta a este dilema: en los últimos 85 años nuestro país promedia un desmantelamiento de restricciones cada 17 años. Afortunadamente las condiciones para remover la restricción externa en materia de endeudamiento externo, liquidez mundial y precios internacionales, son más benignas que en el pasado.

Es necesario normalizar el frente externo y cambiario (desde el cepo caímos en un escenario de estanflación) para dejar de concentrar la atención exclusiva de la política económica. La gestión pública debe volver a priorizar las cuestiones sociales, productivas y de infraestructura (entre otras), en lugar de estar mirando un cronómetro que parece nunca detenerse.

 

*Ecolatina