Robert Musil decía que la entrevista era la actividad capitalista por excelencia, porque quien hacía las preguntas era quien recibía dinero, y en cambio quien pensaba y respondía no veía un peso. Musil sin duda tenía razón, pero también es cierto que el arte de entrevistar cambió un poco a lo largo del siglo XX y que muchas de las mejores piezas literarias se las debemos a esos preguntones asalariados que son los entrevistadores. Nigel Denis entrevistó en los 80 a Georges Steiner y consiguió sacar de quicio al erudito con una maestría ejemplar y silenciosa. Es allí donde a Georges Steiner se le escapó esa sentencia que todavía tiene que seguir justificando: “Como vivimos en un mundo que parece haber sido diseñado por Kafka, hay que comprender que a veces la verdad salga de las bocas más inhumanas y bestiales. La verdad es tan extraña que a veces se aloja en hoteles terribles”. Jean-Luc Godard, en 1980, había dicho que si la nouvelle vague había tenido tanta fuerza era porque los jóvenes realizadores de entonces dialogaban entre ellos, hablaban de sus proyectos y de los problemas que enfrentaban a la hora de llevarlos a cabo. Se quejaba de que entonces ningún realizador quería hablar con él y añoraba una actividad tan enriquecedora. Pero al mismo tiempo comprobaba que todos los realizadores sentían una verdadera pasión por hablar con los periodistas. El director de la revista Ça Cinema tuvo entonces una idea genial: cederle a Godard la realización de un número entero de la revista, entrevistando a quienes se le diera la gana. Godard entrevista a sus viejos compañeros de ruta, como Chabrol, y también habla con otros realizadores entonces en la cresta de la ola, como Claude Lelouch. En un momento, Lelouch responde a la pregunta: “¿Por qué elegiste el cine?” con la misma ambigüedad con que hubiera respondido a un periodista, diciendo: “Yo no elegí el cine, el cine me eligió a mí”, a lo que Godard responde: “No entiendo. ¿Un productor golpeó a tu puerta y te pidió que hicieras una película?”. Pero Godard también recurre a la entrevista para la realización de sus propios filmes. En Sin aliento pone a Jean Seberg entrevistando a su admirado Jean-Pierre Melville. Es obvio que quien hace las preguntas es el propio Godard, que luego filma los contraplanos de la Seberg enunciándolas. Allí es donde Melville, a la pregunta: “¿Cuál es su más grande ambición en la vida?, responde: “Ser inmortal y después morir”. Godard vuelve a hacerlo en Vivir su vida, ese fastuoso homenaje a su amada y bella Anna Karina. La película avanza sin guión y llegado determinado punto no sabe para dónde ir, cómo concluirla. Entonces, recurre al filósofo Brice Parain. Aquí las preguntas también son de Godard, aunque después haya intercalado los planos en los que Anna Karina las formula, y lo que Parain dice ayuda a Godard a comprender que lo que necesita es que su personaje piense por primera vez y luego muera. Las entrevistas deberían tener la misma función terapéutica que para Wittgenstein tenía su filosofía: deberían esclarecer, reconociéndolas al mismo tiempo como absurdas. Utilizando su propia metáfora, uno debería poder arrojar la escalera después de haberse subido a ella.