El lunes pude visitar simultáneamente la mayor gloria del periodismo audiovisual mundial: el programa 60 minutes, y la mayor revelación actual: Vice News y Vice on HBO, ambos ganadores de los premios Emmy de la Academia de Televisión en excelencia periodística. Los dos están en Nueva York pero 60 minutes en Manhattan y Vice en Brooklyn, lo que ya comienza a dar indicios de sus muy diferentes subculturas periodísticas.
Ver el periodismo argentino desde la perspectiva de una sociedad que cuenta con los medios de comunicación más avanzados permite percibir cómo ciertos fenómenos que se dieron en la Argentina durante la era K no fueron sólo producto de la grieta promovida desde el propio Gobierno, con la colaboración –la mayoría de las veces– inconsciente de su contraparte, ni exclusivamente de la involución social y económica que venimos produciendo desde hace décadas. También en Estados Unidos baja el rating cuando se hace un periodismo equilibrado que pondera “las dos campanas” y sube cuando es más agresivo, sesgado y autorreferencial.
En un contexto donde Twitter está reemplazando a CNN y al formato de canal de noticias como primera fuente de información, incluso para los propios periodistas, y donde los conceptos clave son mutiplataformas, convergencia (para Jenkins: “Flujo de contenido con la cooperación entre múltiples industrias mediáticas y el comportamiento migratorio de las audiencias”), hipermediaciones, ecosistemas mediáticos, interdiscursividad y trasposición de conjuntos de textos desde unos dipositivos técnicos a otros dispositivos técnicos, de ese magma, emerge una nueva categoría: la del Súper Periodista.
Para compartir con los lectores publicamos en http://e.perfil.com/superperiodista una versión traducida al español (la original en ingles está en http://e.perfil.com/superjournalist) del texto titulado “La próxima era: la del Súper Periodista”, donde uno de los mayores especialistas en digitalización de contenidos de publicaciones offline, Lewis DVorkin, explica el paso del periodismo de Watergate a nuestros días. La mirada de DVorkin es profesionalista pero, desde la sociología, ya Zygmunt Bauman explicó el fenómeno que, entre otras consecuencias, desemboca en el Súper Periodista.
“En un mundo que rebalsa de flujos de información digital –escribió Bauman– y que valora ante todo la atención humana concedida a esos flujos, el sujeto más valioso no es el que simplemente está inserto en una red de relaciones, sino el que es el nodo por el que todos los flujos de atención han de pasar. Así como el tipo ideal de sujeto de la Comunidad era el mártir y el del Individuo/Sociedad era el héroe, en la era de las Redes, el Dividuo que anuda los valores de la época es la Celebridad o, simplemente, el famoso” .
“La sociedad moderna líquida de consumo –continúa Bauman– en primer lugar se muestra militantemente contraria a que se sacrifiquen satisfacciones presentes para lograr objetivos lejanos y, por consiguiente, también se opone a que se acepte un sufrimiento prolongado a cambio de salvación en la otra vida (cuya versión laica sería algo así como retrasar la gratificación en el momento presente a fin de obtener mayores beneficios en el futuro.) En segundo lugar, cuestiona el valor de sacrificar satisfacciones individuales en aras del bienestar de un colectivo o una causa (de hecho, niega la existencia de grupos mayores que la suma de sus partes y de causas más importantes que la propia satisfacción individual). En resumidas cuentas, la sociedad de consumo moderna líquida degrada los valores de largo plazo y totalidad”.
“Tenemos, así, dos valores en baja. Los héroes y mártires requerían para existir –concluye Bauman– de ciertas creencias respecto del largo plazo (...) todo cambia demasiado rápido como para calcular ser un héroe” y la celebridad es su sustituto de época.
Eso produce que Tinelli se haya transformado en una de las personas más poderosas del país; Rial, en un gurú hasta para políticos; Lanata, en un estrella cuya operación revoluciona los protocolos de la medicina, y hasta se invita a “Bailando por un sueño” a Longobardi. En menor medida, pero sustentado por la misma dinámica metamediática, resulta que prácticamente todos los políticos se prestan gustosos a ser entrevistados por Del Moro o Fantino y sus respectivos panelistas, o que los Leuco y los Wiñazki aumentan su visibilidad por el aporte emocional que genera su vínculo familiar.
Pero lo que sucede en el periodismo y con la celebrización de los más conocidos sucede también en la política, porque ambos fenómenos están imbricados. Macri, Massa y Scioli son tres ejemplos de candidaturas personales que trascienden los partidos políticos. Macri es el más claro exponente de líder político que no surge de un sistema institucional o de partidos políticos, sino de la propia y pura fama personal.
En nuestro país, esta valorización de la personalización se ve aumentada porque tanto a los medios como a los partidos políticos, al tener una duración mayor que la vida activa de cualquier ser humano, les resultó muy difícil mantener una identidad. En el volcánico pasado reciente argentino, tanto el peronismo como el radicalismo han sido –simplificadamente– de derecha y de izquierda según las circunstancias. Mientras que a una persona de carne y hueso es más fácil entenderle qué representará (o por lo menos eso cree la audiencia). Con muchos medios sucedió lo mismo: comprados por personas sin trayectoria periodística, cambiaron de línea como de dueño y a veces, hasta con los mismos accionistas, cambiaron de línea cuando cambiaron al servicio de quiénes se ofrecieron.