Uno de los interrogantes instalados durante las elecciones pasadas, y que aún perdura, es si la mentada “grieta” seguirá abierta o cicatrizará. De un lado de la grieta se votó mayoritariamente con esperanza, aunque muchos de los que así lo hicieran, mezclaran esperanza con una buena dosis de resignación.
Del otro lado la pasión dominante fue el temor, incluyendo a aquellos animados por cierta rivalidad furiosa. ¿Qué se hace o qué será de estas pasiones de unos y otros? Quienes votaron con la esperanza de un cambio, mayoritariamente la mantienen, porque las primeras medidas de la gestión Macri van por el camino anunciado –tal vez con excepción hecha del inesperado nombramiento de ministros de la Corte por decreto. Curiosamente, se reitera la inusitada importancia que han cobrado entre nosotros las ceremonias de jura como completamiento de los actos institucionales: pareciera que en Argentina hay que jurar sobre la realidad para que ésta sea aceptada, aunque ni así se garantiza esa aceptación–.
Podría decirse que, a diferencia de lo que ocurrió en los 90, las decisiones del reciente gobierno verifican la orientación del voto: se votó implícitamente la devaluación, no el salariazo. Entonces, la esperanza de los ganadores por escaso margen en noviembre, si la economía responde bien a las políticas implementadas, se irá transformando en satisfacción, lo que puede incluso sumar a aquellos más dominados por la resignación que por la esperanza.
Por otro lado, una importante parte de la población, desde su perspectiva, va confirmando sus peores temores, dejándose ganar progresivamente por la bronca, animando a un actor político que, si tiene ocasión, a su tiempo irá por el desquite.
El verdadero cambio histórico llegaría si el Gobierno encabezado por Macri lograse transfigurar esos temores –incluso esa rabia– en esperanza, sin perder el favor de los satisfechos. Para ello, el papel que juegue el peronismo es esencial. Acompañó a Menem cuando éste hizo lo contrario de lo que había prometido en la campaña, y acompañó a Kirchner y a Cristina cuando giraron 180º respecto del menemato. Pero esos eran líderes surgidos desde sus entrañas; Macri les es ajeno: ¿serán capaces de aportar su enorme peso político, que sigue siendo omnipresente y vertebral, en favor de un condicionamiento positivo, de un gobierno que parece sólo recostado en la cultura de los CEO’S de las grandes empresas?
Para ser capaz de transformar temor y temblor en esperanza, Macri debe convocar a una nueva mayoría desde una narrativa que redistribuya las pasiones entre los distintos sectores de la población. Pero para ser creíble, una narrativa requiere hechos constantes y sonantes: económicos, sociales y culturales. El alfonsinismo, el menemismo y el kirchner-cristinismo, lograron nuevas narrativas que operaron en las pasiones e identificaciones del pueblo argentino, ¿será capaz el macrismo de lograrlo a su manera? ¿Imprimirá su sello en la historia argentina?
Es una cuestión cuya resolución permanece abierta. Sea cual fuere la respuesta que finalmente la historia determine, dependerá de cómo se tramite la situación inédita de un gobierno sin justicialismo, y sin radicalismo orgánico –o en alianza parcial–. La disputa por el liderazgo peronista resulta estratégica, pero no se resolverá de inmediato. El tiempo que media para ello, es el que tiene Macri para encarnar una nueva pasión política en la Argentina.
Sería notable que lo lograra; dependerá de que desborde los límites propios de las esperanzas que encarnó su triunfo, para que los temores se disipen y la rabia se extinga. En ese escenario, la grieta no tendrá con qué pasiones alimentarse. Sólo entonces devendrá una marca con la sangre de la herida restañada, para que debajo de ella, la sociedad argentina atesore los muchos logros alcanzados en los más de treinta años de la democracia recuperada.
*Filósofo, ex senador.