En un mundial en el que muy ocasionalmente quien no buscó se llevó algo, la Argentina deberá demostrar –y demostrarse– que está en condiciones de marcar las diferencias reales, de ser ambicioso, de sentir sed de gol durante 90 minutos; de meter miedo.
Sabella se encargó ayer de desactivar –y quitarle el dramatismo que inyectaron desde Bilardo hasta Caruso Lombardi– todo este asunto de vestuario del que, sospecho, habrán salido puntos de acuerdo que nos pueden hacer futbolísticamente muy felices. Lo hizo en una conferencia de prensa aleccionadora. A su estilo: con altura, sencillez y sentido común. Quedará para la autobiografía la explicación de dos cosas: haber puesto los famosos cinco defensores en el debut y un silencio que mantuvo hasta ayer y que, de haber roto al día siguiente del estreno, hubiera desactivado todo el barullo mediático.
Como sea, es tiempo de fútbol. De intentar trascender. Aun ante un equipo que, ya no ante Messi, Higuain y Agüero, sino frente a los pálidos nigerianos, no se animó a mucho más que a revolear la pelota lejos de su área, la Argentina tiene la chance de explicarle al mundo de las pelotas qué es a lo que aspira en Brasil. Entiendo que la única forma de dejar claro el asunto es a través de una goleada. Es cierto que ganar por uno, por tres o por diez siempre vale tres puntos. Pero en una competencia en la que, cuando no se juega, se mira con ojo clínico a los otros favoritos, todos toman nota de las buenas y de las malas.
Que la Argentina termine la segunda fecha más cerca del rendimiento de Holanda, de Alemania y de Francia que del de Brasil, Uruguay o Italia se toma en cuenta aun cuando el rival sea de los más débiles del torneo. Si Costa Rica, que ni siquiera fue el mejor equipo de la Concacaf, ya avanzó a octavos, dejó a dos ex campeones mano a mano por la plaza restante y mandó de vuelta a casa a los ingleses, no me animaría a minimizar un buen triunfo ante los iraníes.
Un buen triunfo incluye marcar varios goles pero también afianzar una identidad. Los argentinos llevamos más de dos décadas sufriendo los mundiales. Aun con matices, terminamos mirando de afuera cómo portugueses y turcos, búlgaros y suecos llegan allí donde nosotros no podemos. Sin embargo, encaramos los partidos presumiblemente sencillos como si nuestro mundial durara mucho más de lo que realmente somos capaces de soportar. Dicho de otro modo, solemos especular con guardar energías o cuidar jugadores si la circunstancia no nos obliga a ir a fondo en lugar de, a través de sostener la estructura, afianzar una idea, fortalecer el ánimo de un plantel y enviar un mensaje al mundo.
Este es un mundial, hasta aquí, transparente. Luego de 26 partidos –más de un tercio del total– hubo casi siempre ganadores merecidos, muchos goles, y el empate parece no ser una variable útil para nadie. Y algunas sorpresas. Que uno de los ocho equipos que jugarán cuartos de final salga, muy probablemente, de una lista que integran Costa Rica, Costa de Marfil, Japón o Grecia es la muestra más brutal al respecto. Que México, que entró en el repechaje por la ventana, sea uno de los equipos más solventes de la primera semana y Francia, que debió haber sido eliminado por Ucrania, hoy impresione al mundo con su voracidad, haya eclipsado a los nombres más notables en lo que va del torneo con su performance histórica ante Suiza, deja también claro que el certamen tiene una dinámica que no siempre navega por las aguas de la lógica.
Está claramente en manos de nuestros muchachos dejar claro lo que pretenden. Suele decirse que en el fútbol actual no hay rivales chicos. Mentira. Los sigue habiendo. Es más, cuando los buenos tienen deseo de trascender, lo que no existen son los rivales grandes. No lo fue España para Holanda. Ni Portugal para Alemania. Ni Suiza para Francia.
Estoy viendo el Mundial más entretenido que recuerdo, por lo menos, desde el de 1982. Y teniendo en cuenta que llevamos décadas acumuladas de mensajes mucho más relacionado con el fútbol oscuro, triste y menesteroso que con lo que reactivó el Barcelona de Guardiola, me animo a decir que éste es un mundial aún más meritorio. Hasta ahora. Ojo con lo que vaya a hacer cada uno cuando nos metamos en el embudo del mano a mano, de los suplementarios, los penales y el “no perdimos en los 120 minutos” pero nos volvimos a casa. Ese será el momento en el cual quedará claro si la gloria estará más cerca de quien quiere ganar o de quien aspira, básicamente, a no perder.
Hasta aquí, a los mejores no les molestó desnudar sus debilidades en tanto sus fortalezas inclinen la balanza a su favor.
Este mediodía será una buena ocasión para empezar a dejar claro de qué lado aspira a quedar la Argentina. Si Uruguay se basta con Cavani y Suárez, si a Francia le alcanza con Benzema y Valbuena, a Holanda con Van Persie y Robben y a Alemania con Muller y Ozil, ¿qué no podrían lograr Gago, Di María, Agüero, Higuain y Messi?
Sé que el fútbol suele ser más complejo que la enumeración de figuras. Al menos eso vienen diciendo los hombres que escriben el fútbol antes que jugarlo. Tal vez este mundial los obligue a revisar algunos conceptos. Y ojalá esta Argentina de Sabella sea la que los deje perplejos
Desde Río de Janeiro.