La imagen política de Amado Boudou es irrecuperable. El Gobierno ya entonó el réquiem al vicepresidente. La obsesión ahora es contener la onda expansiva de la explosión. Y las consecuencias de la investigación del juez Ariel Lijo esparcieron el nerviosismo mucho más allá del despacho del vicepresidente.
El fin de semana pasado y antes de sentarse frente al juez, Boudou lanzó advertencias en busca de protección. Candidatos a presidente y empresarios se sintieron inquietamente aludidos por sus palabras. Finalmente, al prestar declaración indagatoria, el vicepresidente sólo esparció un puñado de nombres. Ninguno significativo. Pero antes de retirarse del juzgado pidió volver a declarar más adelante. Las insinuaciones sólo sirven hasta que se concretan. Boudou necesita mantener abierto el misterio para que los aludidos puedan verse inclinados a ayudarlo.
El gobernador Daniel Scioli aparecía entre los advertidos por los colaboradores del vicepresidente. Finalmente no lo nombró. Casualidad o consecuencia, Scioli visitó al día siguiente al CEO del Grupo Clarín, Héctor Magnetto, en otros tiempos la encarnación del mal para el kirchnerismo. Guerra de gestos para el microclima del poder.
Alguna vez favorito de Cristina Kirchner para la sucesión, la preocupación central de Amado Boudou es ahora evitar ser condenado. De ahí la apuesta por sembrar la investigación de nuevas medidas, de empujar al juez hacia otros caminos para ensanchar el bosque y tapar el árbol. Pero Lijo tiene previsto cortar por lo sano y en pocas semanas bajar el martillo. Ahí comenzará un largo camino hacia el juicio oral. Y Cristina Kirchner deberá definir si Boudou espera la resolución como un vicepresidente en ejercicio de sus funciones o en uso de licencia.
De una forma u otra, el desvelo de la jefa de Estado es evitar una disolución del poder que conduzca su mandato a una tierra de turbulencias. Por ello su aparición ayer con el ministro de Transporte, Florencio Randazzo, una de las pocas figuras del kirchnerismo con cierta incidencia electoral. Se dejan de lado las desavenencias cuando la prioridad es compartir un tren que mantenga promesas de futuro.