Chávez se convirtió en la prueba de fuego de la ubicación en el espacio de los dogmas presentes. Apoyarlo es pertenecer al viejo club de los enamorados de Cuba; denostarlo implica un amor incondicional al libre comercio, al dólar y a los Estados Unidos. En medio de esos dos extremos, vivimos la mayoría de los mortales, aquellos que nunca encontramos la receta de la felicidad humana en ninguna experiencia ajena.
No me siento en nada inclinado a apoyar a Chávez, pero me molestan los dignos que lo denuestan como si el liberalismo de negocios fuera superior a ese socialismo sin libertades. Los que rasgan hoy sus vestiduras ante ese mal universal fueron callados cómplices de los Pinochet, los Videla y los Cavallo, considerando a la libertad de comercio como una instancia superior a la libertad del hombre.
Me resulta contradictorio que los mismos que opinan que las inversiones no tienen nacionalidad nos exijan que defendamos el negocio de los argentinos fuera del país: o defendemos a nuestras empresas de su desnacionalización o que cada uno se las arregle como pueda.
Brasil tiene burguesía nacional lúcida y junto con su Estado y gobierno se ocupa de expandirse por el mundo. Chile hace otro tanto. Según Cavallo y sus feligreses, es mejor que una empresa sea extranjera antes que sea del Estado. Si Techint y sus gerentes participaron del desguace y la privatización de nuestro Estado con hombres e ideas, la verdad es que algo de alegría me produce que Chávez les salga al cruce.
Los cartoneros que quedaron como resabio de esas privatizaciones no tienen la defensa de nadie que no sea el Estado, que les provee una limosna. Antes solían tener trabajo en empresas nacionales que daban pérdidas pero distribuían dignidad. Son las mismas que ahora les dan ganancias a los españoles y pueblan de marginales nuestras ciudades.
No pienso como Chávez, pero tampoco como los empresarios y políticos que con su desprecio a los humildes lo hicieron posible allá y se asustan por acá. Esa desesperación por atraer inversores como si todos fueran positivos para nuestra sociedad, ese cuento lo conocemos y termina siempre en estallido.
Seamos claros, si las inversiones no tienen patria y todas las empresas se pueden vender para construir una colonia con alegría y prosperidad, que a cada uno lo defienda de sus enemigos quien es beneficiario de sus ganancias. ¿Qué es la crisis actual sino el fruto de la demencia de los inversores y las ganancias sin que nadie produzca otra cosa que balances?
Es imposible separar los ingresos del esfuerzo, lo es para los desocupados, que no se pueden convertir en piqueteros financiados por un salario estatal, y para los inversores, que sueñan con disolver los Estados y lloran cuando los necesitan. Los marginales que los inversores de los noventa supieron conseguir merecen un salario que les permita vivir y la opción y obligación de un trabajo que les devuelva la dignidad.
El supuesto modelo que el Gobierno exagera en defender y la oposición sustituye por un curso de ética implica definir el lugar del Estado y lo privado, el capitalismo nacional y el espacio para el resto de las inversiones.
En ese sentido, Chávez nos sirve no para aplaudirlo o denostarlo, o asustar a desprevenidos. Nos sirve para definir nuestras propuestas y saber que esos socialismos vienen cuando los capitalismos superan los límites de lo soportable para los más desposeídos. Allí donde los expulsados son mayoría, los Chávez son los gobiernos del mañana. Y frente a eso no es conveniente dedicarse a denunciar y espantar: pongamos las barbas en remojo y respetemos lo bueno y lo malo de las experiencias ajenas.
El lugar del Estado es la defensa del conjunto de la sociedad; el de lo privado, participar de las ganancias y de las responsabilidades. Todo exceso genera una reacción igual y contraria. Que las experiencias que no nos gustan nos sirvan para evitar los errores que las engendraron y no para caer en el absurdo infantil de creer que al denunciarlas, las evitamos.
Es hora de aprender de la experiencia propia y más aún de la ajena, que es menos costosa.
*Dirigente justicialista.