Candidatos y candidatas hablan hasta por los codos frente a las cámaras de televisión, y me parece bien. Hablan, “hablan bonito”, como dicen mis amigas caribeñas, y no dicen nada. Usan palabras que abarcan mucho, tanto que terminan por quedar vacías. Mucha democracia, libertad, lo que quiere la gente, representatividad, y así por el estilo. Lo que yo quiero es que me muestren lo que proponen y cómo lo van a hacer, y de dónde van a sacar la guita para hacerlo, ¿se da cuenta? Quiero que me digan, por ejemplo: “Me preocupa el arbolado urbano y voy a tomar las siguientes medidas” o: “Quiero que las calles de Rosario estén limpias, de modo que voy a presentar un proyecto para que se multe a quien tire papelitos en la vereda y además que se formen cuerpos de ayudantes de barrenderos que pasen cinco veces por día por donde los antedichos ya pasaron munidos de escobas que vamos a comprar en la fábrica El Buen Escobillón, que ganó la licitación correspondiente y que no es de ningún pariente ni amigo mío o de otro candidato”. O: “No voy a meter la mano en la lata”. O: “Voy a organizar cursos en las oficinas municipales de los barrios para educar a los dueños de perros de manera que los animalitos de Dios no dejen sus recuerdos por donde pasa la gente”. O, bueno, algo concreto y útil, no discursos nebulosos. Y, por favor, que contraten a “asesores de lenguaje”, si es que eso existe, y si no a maestros jubilados que les enseñen a usar los verbos. Una no puede votar a un tipo que nunca agarró un libro y que tiene un punto negro en la caja craneana gracias a lo cual dice horrores como “si yo iría” o “si la gente sabría”. Si alguien quiere hacer algo, tiene que organizarse antes internamente para poder organizar algo en la ciudad o el barrio o donde sea. Y para eso tiene que saber usar el lenguaje, las palabras, esas cosas que nos hicieron humanos y que sirven para mostrarnos como somos.