Hay que hacer caso a los mandatos interiores. No se me asuste, eso no es una regla de vida. Es una insinuación que puede traicionarse a las primeras de cambio y le aseguro que no pasa nada y que el universo sigue su curso. Y no es que yo sea una obsesiva. Si quiere que le diga la verdad, lo soy hasta cierto punto… como toda la gente que compone esta murga llamada la realidad. De modo que mejor es mirar lo que a una le pasa y decir bueno, ¿por qué no? Traducción relámpago: si hace dos o tres notas que hablamos de Hipócrates y de la enfermedad, ¿por qué privarnos? Todos nos enfermamos de vez en cuando, total, hay una enorme panoplia para elegir. No, no, no, cuidado, no caiga en la trampa. No me diga que a nadie le gusta enfermarse y que por lo tanto una no elige la enfermedad. Ajá. Pensemos un poquito y sin necesidad de acudir al padre Freud ni a sus acólitos, herederos, discípulos y adláteres, dele, pensemos. En una de esas sucede que todos y cada una conocemos a alguien que erige su identidad a partir de eso, de la enfermedad, el sufrimiento y todo lo que hay alrededor de eso, que es mucho.
Sí, estuve leyendo textos acerca de eso. Le cuento que el destino suele jugar de mi lado y me pone al alcance de los ojos lo que, sabiéndolo o no, suelo necesitar. Y me encontré con una maravilla de libro que habla de eso, de la enfermedad, así, en general, abstracto y concreto. Y por eso decíamos el otro día que primero fueron los dioses los que repartían los males del cuerpo y del alma; después vino el señor Hipócrates y ya sabemos. Hasta hoy. Sí, cuando señores muy científicos dicen: la enfermedad no viene de afuera, la enfermedad es interna, la enfermedad es un desmoronamiento interno.
Deslumbrante, ¿no le parece? Algo se desmorona en las profundidades de los tejidos y las células que los componen. Y eso, permítame que le diga, explica muchas cosas. Ay, se me terminó el espacio. Después le cuento.
