Condenada al éxito, la administración Macri asiste azorada por estas horas a un fin de año agitado, inesperado de acuerdo a sus expectativas. La sucesión de buenas noticias y el innato optimismo del “equipo” edificaron esos bríos.
El sólido triunfo electoral a nivel nacional y en todas las provincias más populosas hace dos meses disparó el entusiasmo oficial. Luego sobrevinieron arduos pero rápidos acuerdos con una abrumadora mayoría de gobernadores, primero para acordar la plata que se reparten Nación y provincias y luego para la aprobación de varias leyes en pos de esos fondos.
Al clima victorioso aportaron las súbitas velocidades que adquirieron en Comodoro Py las encarcelaciones de ex referentes emblemáticos de la era kirchnerista, pese a que casi todas ellas generaron inquietud ante la posibilidad de que algo similar le ocurra a los actuales funcionarios cuando cambie el viento. También la reinserción global argentina sumó su grano de arena, con la presidencia del G20 y la celebración de la cumbre de la OMC en Buenos Aires, aunque no se haya anunciado allí el pacto Mercosur-UE que ansiaba la Casa Rosada.
La racha envalentonó al oficialismo, que fue por más. La aceleración hacia las reformas del cálculo previsional, tributaria y laboral no solo se explica desde el derrotero triunfalista mencionado. Son cuentas pendientes para reducir el déficit fiscal y construir un modelo de desarrollo sustentable, como le gusta decir al Gobierno. Y el apuro además se vincula con el futuro inmediato: 2018 es el único año en el que el oficialismo puede intentar cambios que no arriesguen la posibilidad de reelección en 2019.
A la revolución productiva de Menem, la nada de la Alianza y el vamos por todo kirchnerista, Cambiemos dice proponer un reformismo gradualista. Pero el asunto, siempre, es quién paga la cuenta. Porque nunca es gratis, mal que les pese a los que pretenden seguir pagando cien pesos de luz, por dar apenas un ejemplo en relación a ciertos desvaríos en los que hemos venido viviendo. No son los únicos, claros, ni privativos de los tiempos nac & pop.
Este reformismo gradualista, corrido por derecha y por izquierda desde esos sectores más extremos, choca encima con algunas dificultades endógenas y exógenas a Cambiemos.
Dentro del gabinete se multiplican los recelos sobre los ajustes en el Estado, más allá de la inocultable poda al presupuesto de la Anses. Definida desde lo más alto del poder la dirección de alimentar la obra pública como motor de la economía, los recortes se centran en el aparato estatal. Con razón o sin ella, crecerá la caída del empleo público (y de ciertos negocios bajo el paraguas estatal) y cada ministro deberá administrar políticamente el proceso. No todos quieren o saben cómo hacerlo.
Aumentan al mismo tiempo las inquinas internas por la política del Banco Central de mantener altas las tasas para tratar de dominar la inflación, aún muy por encima de los deseos oficiales. Sturzenegger, presidente del BCRA, defiende su estrategia antiinflacionaria y para fomentar el ahorro en pesos. Sus críticos, como el ministro Dujovne, advierten el efecto de retrasar el tipo de cambio, como se narra en detalle hoy en nuestra sección Economía.
En estas intrigas se cuelan los recelos de la inédita coalición gubernamental. El macrismo tecnicista cierra filas con mayor facilidad que los radicales y la otra Ella, la indomable Carrió. Su racional reacción del jueves (el pedido de levantamiento de la sesión en Diputados, la crítica a Bullrich por el despliegue de seguridad y la advertencia que un DNU para la reforma previsional sería inconstitucional) la reinstala como una suerte de límite hasta ahora inviolable para Macri, lo que causa no pocos entuertos en Cambiemos. Gerardo Morales, gobernador radical de Jujuy, hasta lo hizo público ayer.
Amén de sus entrañas, el Gobierno no previó lo lábiles que pueden ser algunas promesas provinciales, en especial las peronistas. Y subestimó el poder de daño del ultrakirchnerismo y de un sector del sindicalismo. No son muchos, o tantos como antes, pero se hacen sentir y mantienen capacidad de movilización, aceitada en gremios y municipios siempre dispuestos a dar batalla, política y de las otras. Con procedimientos más antiguos que el papiro, Macri consiguió que gran parte de la CGT y los Moyano hayan aparecido casi como espectadores de esta puja. No siempre es ni será así: el llamado a la huelga general para el lunes lo refleja.
A su favor, el oficialismo se enanca en un importante respaldo social. Acaso no sea solo resultado de sus virtudes sino también del malhumor general en amplias capas de la población que causan los principales “enemigos” que elige el Gobierno: el kirchnerismo y los sindicalistas.
Igual no debería confiarse. Esta semana promete volver a ser ardua, ojalá que no como el jueves. Y los favores sociales tienen a veces la firmeza de un helado en pleno verano.