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Hacia el Bicentenario de la Independencia

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El año que finaliza se nos presenta como un escenario perturbador. Los bombardeos en Medio Oriente por parte de las grandes potencias que se disputan el control del mundo, han marcado este 2015 con el peligro cierto de una perspectiva de guerra. Violentos fenómenos disruptivos fueron captados en imágenes que no dejan de impactarnos, como el de la tragedia de los refugiados o la desesperación y el estupor de las víctimas de los atentados de EI en París y en otras partes del mundo.
En este marco de inestabilidad e imprevisibilidad se fue configurando en nuestro país el fin del ciclo de hegemonía kirchnerista.
La situación económica, la inflación, la ampliación de la brecha de la de-sigualdad, la agudización del déficit habitacional, el deterioro en materia de salud y educación, la consolidación del narcotráfico con la participación y complicidad de distintos estamentos del Estado y el consecuente incremento de la inseguridad, fueron factores fundamentales en el debilitamiento y derrota electoral del kirchnerismo. La realidad se impuso al relato.
Tres nombres expresaron concentradamente en 2015 los costos que le significaron a la cúpula K la arbitrariedad y la omnipotencia en el manejo del poder: Milani, Nisman y Aníbal Fernández. El malestar social y la decepción crecieron subterráneamente con el correr de los meses y llevaron al descrédito del Gobierno, aún entre sectores que habían sido afines. Su expresión manifiesta fue el voto castigo y la derrota electoral.
Mientras tanto, la fisura en el entramado social se fue profundizando y hoy es un problema abierto en relación al futuro. Cristina Kirchner tiene clara responsabilidad en esa fractura: convocó sostenidamente a ratificar lealtades e incondicionalidades, a definir pertenencias identitarias en torno al modelo “nacional y popular” bajo su liderazgo, ubicando en un “Otro” peligroso y homogéneo toda disidencia.
Antes y después del ballottage la rispidez, las acusaciones y los reproches afectan el tejido social, como si las opciones que quedaron fueran las únicas posibles y alguna de ellas representara una “verdad” que nos protegería del mal hacer de la otra.
Así, en la horizontalidad social, se reproduce la confrontación presente entre distintos sectores concentrados de poder. Y queda oculto que, tanto el kirchnerismo, como la alianza que encabeza Macri, representan poderosos intereses que tendrían que ser afectados para resolver las necesidades de las grandes mayorías.
Llegamos al Bicentenario de nuestra Independencia, con nuestra soberanía comprometida por la entrega a las grandes multinacionales y a la usura internacional y con la consolidación de una base militar extranjera en nuestro territorio, regida por las leyes del ejército chino.
A pesar de las expectativas de muchos, el gobierno de Macri ya ha dado fuertes indicadores de su direccionalidad: gabinete de CEO'S, eliminación de subsidios al consumo de energía, megadevaluación que afectará los bolsillos de los trabajadores, de los sectores más desposeídos y de las capas medias. Y ante las probables reacciones sociales, planificación del “control de las calles”, vale decir continuidad en la criminalización de la protesta.
El gran desafío para 2016 es recomponer el lazo social de modo que sean las mayorías populares las que exijan, a través de un fuerte protagonismo conjunto, la vigencia de sus derechos básicos y pongan en debate las cuestiones de fondo que permitan un auténtico cambio de rumbo para la Argentina.
En este sentido, tenemos una larga tradición de participación popular inscripta en la memoria colectiva.
Se hace necesario que la recomposición del entramado social, a través de solidaridades entendidas como prácticas colectivas de demanda, se exprese también en una construcción política que pueda en el plano electoral, acumular fuerzas contrahegemónicas.

*Médica psiquiatra.