En octubre del año pasado, durante la Feria del Libro de Frankfurt, le pregunté a uno de los directores de un importante grupo editorial cuáles eran las preocupaciones de la industria en el futuro cercano. En Frankfurt se hablaba casi exclusivamente del libro electrónico y de los cambios que el desarrollo tecnológico implicaría para el mundo editorial y sus protagonistas (escritores, agentes, editores, distribuidores, libreros, lectores). Aunque se saben con cierta ventaja con respecto a la forma en que circulan y se comercializan otros consumos culturales, los responsables de los sellos estaban preocupados por encontrar las formas de esquivar la desgracia de la industria musical y las dificultades crecientes que enfrenta la del cine. Pero antes de eso, me comentó el director, en la Argentina habrá otros cambios: se experimentará una notable suba de precios debido a la inflación, el aumento del valor de los insumos y la mano de obra (un proceso que, evidentemente, está en marcha); y se tenderá a crear una oferta similar a la del mercado español, de libros caros en ediciones en rústica y colecciones con los mismos títulos pero baratos, en formato de bolsillo (lo que vienen haciendo ya editoriales como Mondadori, Tusquets, Alfaguara y Norma). Además, dijo, y esto le interesaba especialmente, habrá que discutir alguna vez la posibilidad de eliminar los precios fijos (algo a lo que se oponen muchos libreros).
Pero los tiempos se aceleran, y los debates sobre los efectos de la lectura digital (que parece estar afectando, también, la economía de los medios periodísticos impresos) se reproducen. La revista de literatura Quimera, tal vez la más importante de España, dedica el dossier de su número de abril a “Las formas del libro”. El librero Damià Gallardo, coordinador del trabajo, afirma que el desarrollo tecnológico, al contrario de lo que piensan los menos optimistas, beneficia la edición de libros de papel, y asegura: “la experiencia en la librería nos avisa de que no hay tal paradoja, de que las lecturas en pantalla y en papel no son incompatibles y que cada una ofrece formas diferentes de acceder al conocimiento”.
El dossier incluye artículos sobre la importancia de la tipografía, y las posibilidades de la nueva poesía digital. Pero tal vez el más interesante sea el de Joaquín Rodríguez Marco, autor de libros como Sócrates en el hiperespacio, sobre el futuro de la edición en tiempos de la primera generación de “nativos digitales”. Rodríguez Marco insiste en que muy pronto no habrá manera de tapar el sol con las manos (“la cadena de valores tradicional de la industria del libro no quedará indemne, porque la manera de crear, difundir, disfrutar y comentar los contenidos ya no es la misma, por más que se empeñen en mantener un forzado statu quo”); y a pesar de señalar que los soportes físicos y digitales fuerzan lecturas siempre distintas, advierte que la única alternativa, al menos desde una visión adulta, es encontrar una manera de complementar la lectura tradicional con la digital, para que los nuevos lectores no devengan unipolares sino bitextuales, “lectores capaces de desenvolverse con la misma competencia de un soporte a otro, sumando las ganancias que cada uno de ellos pueda aportar”.
*Desde Barcelona.