Corro el peligro de que se me tilde de frívolo pero no me importa porque efectivamente lo soy: adoro saber cosas sobre la vida de los escritores, que encuentro mucho más interesante que sus mismas obras. Salvo en los casos de escritores con una vida especial y abominablemente intrascendente y aburrida, como la de Borges, por lo general las vidas de los escritores suelen tener picos de emoción que rara vez su propia escritura alcanza. Soy de los que se desviven por leer las cartas de Nabokov a su esposa Vera, sin pasarse por alto una sola coma, pero se saltea las páginas de sus novelas incluso cuando se pone particularmente original, desconcertante y, como rezan las fajas, “diabólicamente divertido”. Imaginen entonces cuál fue mi impresión cuando llegaron a mis manos los escritos de Jana Cerná, la hija de Milena Jesenska, la famosa destinataria de las cartas de Franz Kafka.
Jana Cerná nació en 1928 y murió en 1981, en un accidente de tránsito. Cerná es su apellido de casada: era hija de Milena y Jaromír Krejcar, y por lo tanto su apellido era Krejcarova. Como cualquiera en su situación se ocupó de hacerle creer al mundo que su padre era Franz Kafka, pero nadie le creía. El escritor Egon Bondy, checo como ella, con quien tuvo una historia de amor apasionada y con un final horrible, como casi todas las historias de amor, fue el destinatario de sus cartas eróticas, que la editorial checa Concordia compiló, junto con unos pocos escritos y poemas, en un libro titulado Clarissa y otros textos, pero que un editor italiano tuvo la inspirada idea de publicar con otro: In culo oggi no, Por el culo hoy no, inspiración que recicló el editor francés, con Pas dans le cul aujourd’hui.
Jana Cerná escribió una biografía de su madre, que murió en el campo de concentración de Ravensbrück el 17 maggio 1944. Su biografía de Milena, como no podía ser de otra manera, es desgarradora (cuesta leerla), pero nada es más desgarrador que cuando narra la visita de una mujer que se había hecho amiga de Milena en el campo de concentración y que le lleva a la amada hija todo lo que poseía de su madre: un diente. Inexplicablemente su biografía sigue inédita en español (no así la de Margarete Buber-Neumann, espléndido trabajo, pero cuya grandeza no hace más que poner de manifiesto la majestuosidad de la biografía de su propia hija).
“Clarissa”, un texto con netos ribetes sadianos, es tal vez el texto menos interesante del libro. Con él ocurre lo peor que puede ocurrir: se prevén los movimientos. Como en una partida de ajedrez entre principiantes, no hay sorpresas. Las sorpresas empiezan con las cartas a Egon Bondy, y concluye con un solo de batería demencial con una serie de poemas que integran una parte llamada “En el jardín de mi padre”: quienes dicen haberla leído, cuando piensan en ella recuerdan siempre esos poemas.
Son poemas eróticos, sí, pero de una desfachatez que abruma, o mejor dicho marea. Doy ejemplos: “Por el culo hoy no/ porque me duele/ y además, antes quisiera hablar/ sentir dentro de mí tu mente que admiro/ y después coger y coger/ hasta las estrellas y el Empíreo.” O: “Las conchas se cosen a medida/ y al sastre se le dice/ Póngale un forro de seda/ y nada de botones/ porque total la llevo siempre abierta.” O: “No cojo con gusto al aire libre/ no puedo estirar las piernas/ Sobre este modo de coger saldrá un/ número especial en la edición de la tarde/ del Lidové Noviny, que traerá un editorial/ que tendrá por título Háganlo como yo”.
No quiero exagerar pero tengo la impresión de que estamos perdiéndonos de algo.