COLUMNISTAS
Energia

Hágase la luz

El calor nos hermana. El frío vigoriza pero aísla a los seres en sus casas o en su envoltorio de ropas. El calor aplasta, y al aire libre todos somos iguales, casi desvestidos, sin defensa alguna y todos, en París o en Villa Ortúzar, metemos las patas en las fuentes en cuanto podemos. Muchos saldrán de vacaciones, pero en las ciudades tratamos de movernos lo menos posible para ahorrar energías, que de eso trata esta humilde columna.

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El calor nos hermana. El frío vigoriza pero aísla a los seres en sus casas o en su envoltorio de ropas. El calor aplasta, y al aire libre todos somos iguales, casi desvestidos, sin defensa alguna y todos, en París o en Villa Ortúzar, metemos las patas en las fuentes en cuanto podemos. Muchos saldrán de vacaciones, pero en las ciudades tratamos de movernos lo menos posible para ahorrar energías, que de eso trata esta humilde columna.
Por lo pronto yo estoy sentada ante mi escritorio, justo bajo el ventilador de techo. Mi área de acción es restringida: dos metros más allá me derrito. La cosa tendría remedio si al encender el aire acondicionado no saltaran los tapones. Podría por supuesto reforzarlos, pero ahorrando energía me siento solidaria. Energía eléctrica. La otra la despilfarro porque no me queda más remedio que escribir y escribir dado que en el área designada sólo hay los implementos idóneos. Nada de ir a echarme al sofá más allá del soplo divino. Mi novela avanza agradecida. Y pienso en el cuento de Borges El milagro secreto, ése donde el escritor judío a punto de ser fusilado por la Gestapo le pide a Dios un año más de tiempo para completar su drama en verso. Y Dios se lo concede y detiene la acción como en freeze frame, y él completa mentalmente su drama en verso sin haber trabajado “para la posteridad ni aun para Dios, de cuyas preferencias literarias nada sabía”. Así estoy también, como en tiempo detenido en un verano que avanza lento y perezoso, escribiendo como de costumbre pero con mucho mayor empeño, sin preocuparme en absoluto por las leyes del mercado literario, esa némesis.
Y sólo me levantaré de este lugar bajo el sacrosanto ventilador cuando vengan a canjearme las bombitas incandescentes por las de bajo consumo. Hace tiempo que tengo varias de ésas instaladas, en defensa de mi bolsillo, pero ahora por solidaridad las cambiaré todas y con un poco de suerte se opera otro de esos milagros secretos y una de las nuevas lamparitas pasa a ser metafórica y se me enciende en el cerebro con menor consumo de energía y bastante más luz.