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ECONOMISTA DE LA SEMANA

¿Hemos llegado a una tragedia?

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Shock y reacción. Tras las PASO, Macri habló en dos tonos y el dólar saltó. | cedoc

Días de convulsión se viven en el país. La combinación de la polarización con el largo camino que queda entre las PASO y la asunción del nuevo gobierno llevó a que el resultado de esa gran encuesta se haya transformado en la posibilidad de haber entrado en una tragedia. ¿Hemos llegado ahí?

Si uno mira los fundamentals de la economía, son los mismos que prevalecían el viernes pasado cuando aún las encuestas mostraban una elección reñida. ¿Qué es lo que cambió entonces? Simplemente la visión de futuro. Las expectativas en economía juegan un rol clave. Cuando se forman sobre la base de la incertidumbre en lugar de un riesgo, el comportamiento se vuelve complejo para la sociedad. El cambio de la política fue la causa del (reciente) desorden de la economía.

Es por ello que el dólar trepó 30% en apenas tres días. ¿Es este valor un techo? No lo sabemos. Algunos dirán que en términos de tipo de cambio real representa un overshooting. Pero en estos contextos donde reina la incertidumbre, lo real de lo financiero suele despegarse y la posibilidad de entrar en escenarios irracionales se incrementa.

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¿Hay riesgo de ir a un régimen de (muy) alta inflación? Claro, en cualquier economía. Depende de la conducta de la sociedad. Hay nafta suficiente para que el dólar y los precios no tengan techo objetivamente. Los depósitos a plazo fijo hoy están respaldados por Leliqs, que podrían salir a la calle a demandar o bien dólar, o bien bienes. Hasta ahora el tipo de cambio subió sin volumen, pero no se puede descartar que esa liquidez salga de los bancos huyendo del peso en busca de dólares y bienes.

El BCRA tiene reservas suficientes para afrontar tensiones, pero habrá que ver si se permite (o conviene) su utilización en un escenario extremo donde el tipo de cambio no encuentra techo. Si el BCRA vende dólares, parte de esa liquidez será absorbida por el sistema, reduciendo el circulante en la economía.

Pero el resto de las herramientas con que cuenta son escasas. Ofrecer tasas más altas para moderar la suba del dólar tiene un efecto marginal cada vez menor; en un contexto de elevada volatilidad no hay tasa que compense el riesgo del resguardo del valor. Por otro lado, subir la tasa de interés empeoraría el lado real, con lo cual el costo del remedio sería tal vez tan caro como los síntomas de la enfermedad.

Lo que caracteriza a los procesos de alta inflación no es tanto la monetización de la economía sino la velocidad a la que circula la moneda (y los horizontes sobre los cuales se realizan contratos). Es decir, si el peso es repudiado por la sociedad, entonces el riesgo es alto. Actualmente, y producto tal vez de estar hace tiempo en un escenario de inflación ya moderada/alta, el nivel de repudio es alto. La demanda de circulante es mínima. Se encuentra en el peor nivel desde 2003 (4% del PBI).  Esto no ayuda en el contexto actual donde el rebrote inflacionario será alto y por lo tanto el peso seguirá perdiendo valor.

No se ha visto hasta el momento una sangría de depósitos, quizá porque el riesgo de pasar a una economía que funcione con alta inflación todavía se percibe eludible. No obstante, hay que tener en cuenta que las proyecciones de inflación para los próximos diez años probablemente tengan dos dígitos. En todo caso, a estas alturas, con ambiciones ajustándose a la baja, solo debería esperarse que finalmente la inflación se ubique en un sendero de desaceleración.

¿Cómo se consigue calma? La mejor manera de transitar estos meses es con diálogo y espantando fantasmas. Tanto del oficialismo diciendo que vamos hacia Venezuela como la oposición diciendo que el dólar está subvaluado, no ayudaron. El incentivo al diálogo apareció desde lo fáctico más que lo discursivo y a ambos flancos. Se querían diferenciar y seguir polarizando, pero por sus intereses entendieron que no les conviene. Los unió el espanto y no un cambio de cultura política, pero para la situación del lunes y martes es un avance. Los paños fríos que, desde el miércoles por la mañana, decidieron poner ambos espacios trajeron calma. Bajar el tono funcionó por ahora, pero será un trabajo de equilibrio permanente.

Alberto Fernández quizás pensaba en querer recibir una economía similar a la de 2003, con el ajuste antipático ya hecho, pero se encontró con que tal vez el escenario a recibir iba a ser bien distinto y su gobernabilidad podría estar en jaque desde un principio. De presionar por una corrección más aguda correría el riesgo de heredar una situación más parecida a la de 1989 o a la que recibió Duhalde en 2001 que a la que heredó Néstor Kirchner en 2003.

Por otro lado, Mauricio Macri entendió que si seguía en la tónica que mostró en la nefasta conferencia del lunes posterior a las PASO el oficialismo seguiría perdiendo chances electorales y también las chances de gobernar de aquí a diciembre.

Retomando la pregunta inicial, hemos llegado a una tragedia. Dado que la vara de comparación suele ser muy alta (hiperinflación, crisis de 2001, default), la “tragedia” actual luce menor. Pero la inflación de 2019 será superior al 50% anual, la actividad caerá y con fuerza por segundo año consecutivo (y posiblemente un tercero también a partir del arrastre negativo que dejará este año) y, en este contexto, los partidos políticos en un país de un presidencialismo casi mesiánico aún están aprendiendo de nuestra propia historia.

Nuevamente la imprudencia nos llevó hasta aquí. Y esta crítica le cabe fundamentalmente a la clase política. El populismo de hablarle “a la gente” prescindiendo del mercado es tan irresponsable y peligroso como la soberbia de pensar que la sociedad es tolerante para que se la margine y se complazca “al mercado” sin perder la legitimidad de la política económica. Al final del día, la gobernabilidad, parafraseando a Juan Carlos Torre, está relacionada con cómo lidiar con las demandas sociales, sujeto a que las restricciones que impone la economía no pueden ser pasadas por alto.