El traspaso del poder entre gobernantes del FpV y gobernantes de Cambiemos ha sacado de abajo de la alfombra lo que el relato estuvo barriendo en los últimos años, tanto a nivel nacional, como provincial.
Más allá de lo conocido por los economistas profesionales que, con serias dificultades en los últimos años, seguimos los números fiscales, monetarios, de reservas, de deuda, de empleo, la población en general no tenía conocimiento amplio sobre el hecho de que, por ejemplo, la provincia de Buenos Aires carece de fondos para pagar sueldos y aguinaldos de fin de año a los empleados públicos, o que el Banco Central había sido vaciado por una irresponsable política de emisión presente y compromisos de emisión futura, de pesos, su pasivo, con reservas de divisas, en su activo, mayoritariamente adeudadas a terceros.
O que los bancos oficiales prácticamente habían agotado su límite de préstamos al sector público. O que los récords nominales de recaudación de la AFIP esconden deudas de reembolsos y reintegros a los exportadores. O que la Anses no se financiaba exclusivamente con los aportes vinculados al salario formal de los trabajadores en actividad, sino que necesita una parte de los impuestos nacionales que no se coparticipan a las provincias, y del producido de otros impuestos.
Tampoco la amplia mayoría de la gente registraba que el empleo público está explotando no sólo con los típicos pases “a planta permanente” de contratados, a un punto tal que, en ciertos organismos, si todos los que cobran sueldo se presentaran a trabajar, no habría lugar para albergarlos. O que el precio del transporte público en el AMBA apenas cubre menos del 20% de los costos.
Sólo por nombrar algunos de los temas que saltaron en los diferentes “encuentros de transición” durante esta semana, o que se explicitaron por medidas tomadas por el gobierno que se va, desde el decreto que extiende la restitución de fondos de la coparticipación, determinada por la Corte Suprema para Santa Fe, Córdoba y San Luis, al resto de las provincias, hasta la profundización de las cuotas y restricciones de venta de divisas al precio oficial por parte del Banco Central.
Pero más allá de estos temas macro, han quedado debajo de la alfombra problemas mucho más estructurales que serán difíciles de solucionar en el corto plazo.
Los más evidentes responden al deterioro de la infraestructura en general, tanto en energía, transporte, u obras públicas. Los menos evidentes, pero tanto o más importantes, se vinculan con la cantidad y calidad de la educación, o los problemas de pobreza estructural denunciados por distintos informes no oficiales. O la escasa inversión neta que se ha producido en los últimos años, tanto pública, de la mano de un gasto público concentrado en populismo. Como privada, de la mano de señales de precios relativos totalmente distorsionadas para el sector privado.
Y toda esta herencia estructural se resume en un solo concepto, la baja productividad que caracteriza a la economía argentina. Baja productividad que, en épocas de vacas gordas se compensa con precios extraordinarios de lo que poco que le vendemos al mundo, o con endeudamiento. Y en épocas de viento en contra, primero se posterga el ajuste con déficit e inflación, y luego se termina reconociendo la inflación en el precio del dólar oficial, para restaurar, transitoriamente, la rentabilidad de los productores de bienes, compensando con tipo de cambio esa baja productividad.
Con baja productividad, en un mundo altamente globalizado y competitivo, no se pueden pagar buenos salarios en forma sustentable. Porque los buenos salarios están siempre ligados a buenas instituciones que favorezcan la incorporación de tecnología, inversión de calidad y buena educación. Con un sector público proveyendo buenos servicios, oferta de energía e infraestructura pública abundante, y ayudando a la innovación y a la búsqueda y mantenimiento de mercados.
Empleo y riqueza, como contraparte de desempleo y pobreza, exigen una sociedad altamente productiva. En ese sentido, la peor herencia que dejan tantos años de populismo, exacerbados en esta última gestión, es nuestra cadena de baja productividad actual en conjunto, más allá de algunos eslabones de calidad global.
De eso no se habla, aunque volvernos una sociedad de alta productividad sea nuestro desafío más importante.