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Hijo dilecto de Jorge Rafael

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La vocación militar en los 60 y 70 era cuasi endogámica. Alrededor del 50% de los cadetes que cursaban el Colegio Militar de la Nación eran vástagos, sobrinos o nietos de antiguos oficiales y crecientemente de suboficiales, entremezclados los descendientes de peronistas –mayormente, el arma de Perón, la infantería– y de “gorilas”, liberales, o nacionalistas, numerosos en las armas montadas. La prohibición de hablar de política regía y salvo casos aislados era lo que menos interesaba, siempre acosados por el sueño, el hambre y las ganas de salir de franco bajo un régimen disciplinario muy riguroso: diana a las 05.30; 21.00 toque de silencio. Una vez por semana 2 horas de “imaginaria” nocturna al frío e intemperie, primero con el Máuser, luego con el FAL. La política pasaba como nunca por la boca del fusil.
El teniente coronel Rafael Videla era jefe del cuerpo de cadetes (luego director del CMN) al mando de tres compañías de infantería y cuatro subunidades montadas –caballería, artillería, ingenieros y comunicaciones–. El jefe de batería de artillería, capitán Oscar Guerrero, luego general interventor de la dictadura en Santa Cruz, en cuya foto más conocida está presidiendo un acto con el joven Néstor Kirchner detrás. El famoso, temido y querido, teniente Mohamed Seineldín, célebre por su frase bíblica: “Cadetes, la guerra es linda, los hombres la hacen fea…”. Longilíneo, el “baquetón” teniente Martín Balza –eximio nadador– protegía a los miembros de su escuadra de natación si ganaban la olimpíada anual interarmas “Antártida Argentina”. Egresado en 1955 con la Revolución Libertadora se especializó en la enseñanza de las nuevas técnicas del tiro de artillería de campaña. Apoyándose en películas y manuales sobre centros de fuego del ejército de los EE.UU., preparaba a sus cadetes como excelentes directores del tiro con modernos obuses. Desde 1965, acompañados por oficiales norteamericanos asesores en la guerra de Vietnam, una batería de ellos fue cedida a la Escuela de Artillería con munición camuflada en cajas de la Alianza para el Progreso. Regresado de la escuela de guerra del Perú en 1978 y ascendido a teniente coronel, la capacidad profesional y ubicuidad ideológica del futuro embajador K en Colombia y Costa Rica, lo ungió jefe de unidad, condición imprescindible para el generalato. Su antiguo jefe Videla le dio el mando de una unidad de combate en Paso de los Libres en octubre de 1979. Muchos camaradas de su mismo grado jamás serían designados custodios de “los fierros” del Proceso dictatorial, casualmente en una zona de ingreso al país de una “contraofensiva montonera” donde ese año desaparecerán tres mujeres, dos de ellas en noviembre.
Su ascenso al coronelato al inicio de la presidencia de Raúl Alfonsín –a quien lo unía un oportunísimo parentesco político– le permite hacer autopublicidad de su eficiente mando artillero en Malvinas. Como subjefe del Ejército vence con energía y despliegue mediático a los “carapintadas” residuales en 1990 y es premiado con el alto mando por Carlos Menem, constituyéndose en su virtual ministro de Defensa sin cartera. Apoyando la supresión del servicio militar luego del asesinato del soldado Carrasco –siendo acusado por un capitán de complicidad en la tergiversación de pruebas– Balza avala el desguace menemista del sistema de armas, parte de las cuales son vendidas en los Balcanes y otras provistas a Ecuador contra Perú –país que proveyera al esfuerzo aéreo bélico argentino en Malvinas–. En 1995, la autocrítica institucional por la “guerra sucia” y la “obediencia debida” a órdenes de generales golpistas que él siempre obedeció entre 1966-1973 y 1976-1983, a pesar de ser funcional al indulto de su querido Videla, lo proyecta a la fama. Caso único de supervivencia y ascenso político de un jefe militar de la dictadura a través de cinco gobiernos constitucionales, su performance diplomática, desde el 2004 a la fecha, es otra de las contradicciones flagrantes del camporismo tardío.

*Sociólogo y periodista.