Sin lugar a dudas, María Kodama fue una persona muy importante en la vida de Jorge Luis Borges. Ahora, ¿podríamos decir que María Kodama es borgeana? Me parece que no. Cada una de sus decisiones públicas parecen ir siempre en la dirección opuesta al credo de su famoso marido. Borges, decía, quería ser olvidado. Kodama trata de que eso no suceda bajo ningún punto de vista. Borges pensaba a la literatura y a la vida misma como una gran ficción, mixturando ideas, mestizando conceptos y poniendo siempre en duda la noción de autor.
Pablo Katchadjian cometió el error de ser un discípulo riguroso de Borges. Engordó al Aleph y lo dio a conocer en su pequeña editorial, la Imprenta Argentina de Poesía, en una edición de doscientas copias. María Kodama, que parece estar en contra de la obesidad, puso el grito en el cielo y decidió salir a aleccionar a los seguidores de Borges. Presentó una denuncia contra Katchadjian y consiguió que un juez antiborgeano le embargara al escritor sus bienes por 80 mil pesos y le sumara la posibilidad de tres años de cárcel en suspenso. Kodama dijo que si alguien quería usar la obra de Borges, primero tenía que pedir permiso. Siguiendo este argumento, Marcel Duchamp, por ejemplo, tendría que haberle pedido permiso a Da Vinci para ponerle los bigotes a La Gioconda.
Como resulta evidente, Katchadjian no medró con la obra de Borges, no hizo ningún dinero con eso y ahora su economía familiar –el escritor tiene dos niños pequeños– es un tembladeral. No sé si el juez de la causa o María Kodama leen los diarios y mucho menos esta humilde columna, pero fantaseo que en esta candente mañana de sábado se despierten en un mundo menos chato, de menos control, más divertido, con menos rencores y con la certeza de que los verdaderos enemigos no son los que engordan o adelgazan El Aleph, ese lugar mítico que, dicen, alguien vio en un sótano de una calle del sur.