El 17 de Octubre se convirtió en un símbolo, también –por qué negarlo– en una fecha que todavía divide aguas. Los seguidores continúan siendo multitudes, fue una causa que nació en una Plaza y una fecha que se volvieron simbólicas. Fue mucho más que un nacimiento político, fue la expresión de una cultura que las bibliotecas no habían anunciado. No sólo nació un partido, sino también un modo de ver la historia que abarcaba a todos los partidos. Una expresión del ser nacional, de esa forma de vida que forjaron los hijos de la tierra abrazados con los llegados de los barcos. Estaban todos los de abajo, los dueños de una mirada distinta a los iluminados por Europa. Para los elegantes era “el aluvión zoológico”; para Forja, “el subsuelo de la patria sublevado”; para los intelectuales, una expresión del fascismo. No podían imaginar un fenómeno original que ya Europa no hubiera etiquetado.
Fue derrotado en el ’55, todos creyeron que para siempre. Luego la dictadura derrocaría a Arturo Frondizi, acusado de ser de izquierda, y finalmente a Arturo Illia, acusado de lento. No era que el peronismo fuera autoritario, era que los poderosos no soportaban la democracia. Cuando con Onganía destruyen la Universidad estaban engendrando la violencia. Eran tiempos donde el peronismo no tenía fuerza ni presencia en las agrupaciones universitarias importantes. La violencia que se vuelve masiva en esos tiempos tendrá una rama que reivindique su nombre. Los marxistas nunca le asignaron importancia, eso hizo que tampoco la tuvieran ellos.
Al agotarse la dictadura y sus programas siempre retrógrados, el peronismo volverá a ser vigente. Perón retorna 18 años después, será electo presidente y buscará la unión nacional. Contra ella estaban los violentos, de derecha que darían el golpe, y de izquierda que fomentaban la guerrilla. Dos violencias distintas; no serían dos demonios, pero sí dos vanguardias iluminadas que se creían con derecho a guiar el rumbo colectivo.
El peronismo nació y vivió como la expresión genuina de la clase trabajadora, fue la consecuencia de la revolución industrial, la puerta de ingreso a la modernidad. Su enemigo real era la derecha dueña del poder económico, en tiempos donde ese poder era inexpugnable. La izquierda nunca terminó de entenderlo, hubo sí una importante izquierda nacional que se integró a su desarrollo, la otra pasó sin pena ni gloria.
Pasaron setenta años y todavía muchos dicen que sigue siendo un fenómeno inexplicable; después de tanto tiempo llama la atención que no lo entiendan. Es una marca que se instaló como expresión de una cultura, de una manera de pararse en la vida. Ni sus detractores pueden escapar a su impronta. Los pueblos suelen gestar sus propias formas de ser; el peronismo es una de ellas en una sociedad donde lo europeo no nos dejó una identidad dominante.
Hasta su caída en el ’55 implicaba la reivindicación de los marginados. En el retorno de Perón se define como una parte importante del todo, y convoca a la unidad nacional. Y ahora ya es poco más que una memoria que da votos, un desteñido disfraz de las peores ambiciones.
Para algunos fue un aporte imprescindible, para otros una limitación al desarrollo; en rigor, es ya tan sólo una forma de mirar el pasado que no puede ni debe impedirnos compartir el futuro. No es cuestión de seguir debatiendo el ayer; ya es tiempo de compartir juntos la demorada tarea de pensar el mañana.
*Ex diputado nacional.