Preferencial e inminente se vislumbra la fotografía que retrate una renovación de los votos amorosos entre la Presidenta y un sector conspicuo de empresarios argentinos. Por supuesto, también estará El, aunque no aparezca en la instantánea, como si fuera un Espiritu Santo o un fantasma ante el espejo. Viejos afectos redimidos entre las partes, entonces, promesas de concordia y estabilidad para lo que resta del mandato de Cristina de Kirchner, quizás expresado inclusive en una solicitada con sugerente despliegue. Y, además, declaraciones ad-hoc de los protagonistas en la TV pública, esos mismos que rechazan casi siempre cualquier parlamento en un film de menor cuantía periodística. Ahora es distinto: un país para todos, podría ser el eslogan. El acto, además, permite superar cierta crisis entre las partes surgida antes y conservada luego de las elecciones, producto de expresiones críticas que objetaban políticas centralizadas, contradicciones kirchneristas o mentiras como el INDEC.
Tal vez, esa reunión no sólo le interesa al Gobierno, del lado patronal implica una toma de conciencia –tardía, aún cuando son los primeros en hacerlo en todo el país– sobre los comicios de octubre, fecha en que ganó la oposición numéricamente, tanto que Francisco de Narváez –se sabrá a mediados del mes próximo– hasta habría vencido por unos 70 mil votos más de lo que reveló el escrutinio original de la provincia de Buenos Aires (y a pesar de que en un centenar de mesas en José C. Paz, por ejemplo, no registró ni un solo sufragio a su favor y, por supuesto, desaparecieron las actas). El oficialismo, sin embargo, se apropió políticamente del premio, el cheque benefactor, quizás los honores. Y, si le da más tiempo la oposición, hasta es capaz de borrar el resultado por razones de elegancia, cambiar las cifras, la historia. Metáfora sobre lo cuantitativo y lo cualitativo, Marx básico o Adam Smith si lo desean, por si alguien con tiempo de sobra se adentra en esas lecturas.
El yuyo ninguneado
Persigue la Casa Rosada una cordialidad que extraña del sector empresario y éste, a su vez, lamenta no recorrer como antaño esa vivienda codiciada, cuya alfombra roja tiene el magnetismo del aroma de los dólares recién imprimidos (¿es curioso que no haya un perfume con esa fragancia seductora?). Supone este inicial acercamiento de las grandes cámaras (o de quienes en ellas reinan) no sólo un compromiso de tolerancia con el poder (algunos podrán confundir ese término con sumisión), olvidos pasajeros por agravios que nunca perecen, mientras esa temporal pérdida de memoria también impone una distancia: nadie imagine al titular de Shell, Juan José Aranguren, en esta armada del sector privado, tampoco a Héctor Magnetto por supuesto, ni siquiera a otros menos connotados que exhiben el estigma de la última batalla.
Hasta el cronista se evade de otros líderes: Hugo Biolcati por ejemplo, ninguneado hasta en la reunión de Idea en Mar del Plata, esta semana, cuando en la primera jornada ni se mencionó la palabra campo, a pesar de que todos admiten que la recuperación del PBI, el año próximo, deberá agradecerse a una espléndida cosecha de soja. Los apartados por la nueva iniciativa pueden denunciar discriminación en el INADI, por el momento la única alternativa de queja. Aunque, generosos, los Kirchner más adelante quizás concedan un waiver para determinadas habilitaciones, la gracia que de reojo al menos los observe la Presidenta. Nunca esa posibilidad para Aranguren por razones de conciencia (de él, naturalmente); sí quizás para el golpeado multimedio que hoy se desconcierta por lo que pierde y, lo peor, lo que imagina que todavía podrá perder (empieza el tratamiento legislativo contra la fusión del cable, temen por Papel Prensa, incluyen en las pesadillas alguna acción sobre bancos vinculados).
Hombres de esta transición son los Sebastián Eskenazi por la energía, Jorge Brito por los bancos, Luis Betnaza por la UIA, los Cirigliano por el transporte, Alejandro McFarlane por los servicios públicos, algunos caballos de Troya, otros estratégicos emprendedores; en su mayoría presentes desde hace l5 días en almuerzos prolongados y copiosos, intérpretes de un pensamiento moderado, contemporizador, voluntariosos, en suma, de la negociación y no de la confrontación. Palabras que expresan una línea de razonamiento explicativo: si en la Segunda Guerra no hubiera prevalecido la contumacia bélica de Winston Churchill en lugar de una diplomacia de trueque y statu quo, quizás Gran Bretaña hubiese emergido como una potencia, no como un satélite de USA y la URSS. Cierto, aunque debe evaluarse en esta imagen contrafáctica la eventualidad también de que Hitler tal vez no hubiera perdido la contienda. Esta posición pacifista invita a nuevas adhesiones del mundo empresario: sólo con tocar el timbre (desde la construcción, por ejemplo, con Tristán e Isolda incluidos), habrá dirigentes que saltarán del trampolín.
Olfateando negocios
Este giro empresario de los últimos días se explica, según sus tutores, por cierta madurez oficial para enfrentar problemas financieros (acuerdo con los holdouts, coqueteos ciertos con el FMI y el Club de París), lo que alimenta expectativas de prósperos negocios y mejora de los índices de crecimiento. Van de la mano, comentan, con instrucciones que expresan Julio De Vido y, en un rango superior, Aníbal Fernández, quienes se columpian por orden y humor de Olivos como posibles killers si es necesario o como mensajeros del amor tibetano. A la iniciativa igual le cuesta lograr unanimidad: protestan quienes se sienten desplazados al no participar en los almuerzos y no recibir influyentes llamados telefónicos como sus colegas, lo que los obliga a descreer del abrupto raciocinio gubernamental y que por lo bajo ahora rechazan los controles de la economía, el arbitrio sobre haciendas ajenas, atentos a que el sopapo oficial reaparece en algún momento.
También, claro, en esa nueva interna empresaria se advierten cuestiones de liderazgo o de consensos que no se respetan, la envidia quizás de que sólo unos pocos acceden a esos secretarios de Cristina con pasmosos patrimonios, puentes para una transitoria sensación de poder. Se quejan de que esos obedientes –es de mal gusto hacer nombres– responden casi militarmente a lo que dicta Néstor desde Olivos y que no entienden la parábola de ese hombre que nunca parece feliz, aún cuando sea rico, le viva la madre (a quien pocos conocen), los hijos no tengan grandes problemas y él, desde la insignificancia provincial, haya sido mandatario, le trasladó luego a su esposa ese cargo y se las compone para intentar volver a ser elegido dentro de dos años.
Con sordina, agregan inquietos, el Gobierno –en esta ocasión bajo la cobertura del Banco Central– avanza para capturar más impuestos pesquisando ahorristas, suprimiendo instituciones bancarias del exterior y blandiendo, como corresponde a la moda, la santa y presunta bendición del G-20 para promover controles y vetos a los paraísos fiscales, al dinero negro elusivo, al de la droga y el terrorismo; esa excusa casi graciosa que los países utilizan para explicar la última y bastante veloz crisis financiera en el mundo, apartándose de la responsabilidad que les corresponde. En verdad, justificaciones de todos los gobiernos para ver cómo resuelven el problema del gasto excesivo.
La comunicación del BCRA, la 498l, se prodiga en límites y exigencias a las representaciones financieras, caudal tan engorroso que se vuelca en una sola cabeza, en una persona física, la que obviamente no puede satisfacer desde la dirección de una oficina, al revés de lo que sí satisface el resto de los bancos convencionales con abundante personal. Por lo tanto, aunque este sistema restrictivo empezará a operar en marzo del año próximo, ya comenzaron las partidas institucionales, casi todos hacia el Uruguay (a la zona franca) o a Chile. Se habla, por ejemplo, de que el Lloyds de banca privada –habrá que recordar su instalación desde la época de Juan Manuel de Rosas– y el Deustch hacen las valijas, también el Wells Fargo, dos de los principales bancos suizos han jibarizado su personal con el mismo objetivo. El despegue parece absoluto, ya que este movimiento al exilio implica otra multitud de representaciones sin demasiada difusión, con la vocación menguada para financiar exportaciones o prestar dinero (ya que no sólo se dedican a facilitarles las inversiones a quienes ahorran en negro o en blanco). Difícilmente parte de este negocio pase a los bancos locales, ya que a ellos también se les dificultará la operatoria en lugares como Cayman.
Bajo control
¿Significa que no habrá más fuga de dólares al exterior, que aquellas ganancias no declaradas se guardarán en colchones? Podrá ser más complicada la exportación de dinero, pero el negocio abundará en la multiplicación de cuevas y, sobre todo, como el circuito de salida está en manos de las casas de cambio más que en los bancos, ese proceso no se discontinua. A menos, claro, que también surjan novedades para el funcionamiento de estas empresas. Mientras, como si fuera miel para la dulzura que no disfrutan Guillermo Moreno o Ricardo Etchegaray, el aluvión de controles no guarda reposo hasta la fecha del año próximo; por el contrario, ya hay revisiones y complicaciones para el ingreso de ciertos funcionarios externos al país (en algunos casos, dicen, les han exigido visa de trabajo y, como no la tienen, los fuerzan a dejar la tierra en 4 días), les miran papeles y números en su ingreso al país –copia en algunos casos de lo que ocurre en Brasil– y se asiste a prohibiciones múltiples: desde no poder recomendar vender esto o comprar aquello, hasta cuestionar el asesoramiento específico, tomar depósitos de bancos o terceros, no poder entregar en persona los statements de sus inversores (sí, en cambio, se pueden enviar por mail y nunca cuando al ahorrista le plazca) y, por encima de todo, la búsqueda de información sobre la clientela. Puede argüirse que Sarkozy, en Francia, también se ha vuelto terrible en materia de controles financieros y que, en su sendero, también se anota Barack Obama. Algunos creen que esto, en la Argentina, es el principio de un estado mucho más cerrado, con menos libertad y quizás con sanciones de tipo personal y económico; otros, experimentados, se aferran a concederle tiempo a esta operatoria y a la forma en que el mercado les encontrará solución a las trabas, o a imaginar el uso del tiempo que, con el control impositivo diseñado por Raúl Alfonsín, se demoró su aplicación hasta hace apenas tres años.
Algunos informados discurrían en la Idea de Mar del Plata con estas novedades, mientras la mayoría –como si entendiera– se desayunaba con la reforma política o electoral antes de ir a jugar al golf, ansiosos sí por ver de cerca a Cristóbal López en su debut como sponsor kirchnerista y asistente al cónclave. ¿Será éste un signo del cambio del oficialismo, el tendido de cables con el sector empresario? Vaya uno a saber. Ni lo saben aquellos que, convencidos de un poder informativo, aseguran que antes del 25 de diciembre, el ocupadísimo juez Norberto Oyarbide –el único en apariencia que trabaja en el fuero federal, al menos al que le caen todas las nuevas causas y, por consiguiente, el entierro de otras– le determinará la falta de mérito al matrimonio Kirchner por la imputación de enriquecimiento ilícito. Como hicieron otros jueces, algunos hoy en cargos públicos, todos conocedores de que esas resoluciones no son finalmente cosa juzgada. Porque esa condición, en la Argentina, hace mucho tiempo que no existe y, por lo tanto, desafía la estabilidad institucional de aquellos que temen el rigor de un viento político que de victimarios los convierta en víctimas.