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multiples tareas

Homo zappens

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Dice Lipovetsky con su habitual agudeza que la nuestra es una época superficial, falta de compromiso, carente de hondura, e ilustra su tesis trayendo a colación las numerosas prácticas cotidianas de deslizamiento sin profundidad: el monopatín, el skate, los rollers, el esquí, el surf, el wind-surf, síntomas todos ellos de unos tiempos en los que todos nos movemos sigilosamente de unos espacios a otros sin dejar apenas huellas de nuestro movimiento, exactamente igual que en el zapping.

Durante años, y merced al poderoso descubrimiento del control remoto, nuestro zapping se redujo a los canales televisivos. Hoy nuestro zapping discurre entre las cuatro pantallas a las que dedicamos nuestra atención prioritaria: el televisor, la computadora, la tablet y el celular (podríamos añadir ahora también el smart-watch). Son las cuatro pantallas a través de las cuales nos asomamos al mundo y discurren nuestras vidas, en las que nos movemos en un desplazamiento silencioso no solo del espacio sino del tiempo.

Es la cuadratura del círculo, la alquimia perfecta de la piedra filosofal perseguida sin éxito por los químicos medievales. Pero no solo acontece que nos deslizamos en y por las pantallas, sino que a través de las pantallas nos movemos a nuestras anchas por la única pantalla global, las macrorredes sociales. Ahí todo es light y liviano, diría Lipovetsky, un entramado infinito de contactos efímeros y en no pocas ocasiones insatisfactorios.

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De nuevo el deslizamiento por la superficie de la realidad, personas y acontecimientos convertidos en imágenes cuatridimensionales pero, a pesar de todo, sin espesura propia, sin densidad. Hoy las cuatro (cinco) pantallas y la red se han convertido en una sola y misma realidad, pero una realidad hiperreal en la que lo que realmente importa desaparece, se desvanece en la nada.

El nuevo imperativo categórico de la época (si Kant levantase la cabeza…), todos con todos en todo momento y en todo lugar, solo es posible pagando el altísimo precio de la superficialidad y la evanescencia. Es el Homo zappens, un fatigado y ansioso corredor de todos los caminos y, al mismo tiempo, un deslizador supremo y consumado en la ingenua creencia de no dejar rastros a su paso.

El Homo zappens es, definitivamente, alguien multitarea y multiplataforma. Es más: hasta podría decirse que sus múltiples tareas consisten de manera muy precisa en moverse a través de las multiplataformas virtuales, que ese y no otro es su principal cometido, deslizarse a través de las pantallas como Alicia se deslizó a través del espejo para entrar en un mundo de sensaciones mágicas, únicas, irrepetibles, absurdas también.

El Homo zappens es un ser del contacto, no de la comunicación, mucho menos de la comunión, como nos recuerda Albarello. Del contacto solo cabe esperar relaciones epidérmicas, de nuevo el deslizamiento, no comunicaciones profundas. Para ser realistas conviene decir que las cuatro (cinco) pantallas han venido para quedarse (y para que nos quedemos en ellas). Cabe, sin embargo, proponer una ecología de las pantallas, un uso ecológico de los recursos actuales (nuestra inteligencia, nuestra voluntad, nuestra afectividad) que no comprometa el uso de los recursos futuros. Y que el Homo zappens pueda convertirse en una personalidad menos fragmentaria, menos liviana, más densa. Con esa hondura propia que solo tiene lo genuinamente humano.

*Profesor de Ética de la Comunicación, Escuela de Posgrados en Comunicación, Universidad Austral.