“Sucedió, no sé cómo, un extraño fenómeno: el texto se transformó ante mis ojos.
Las réplicas del manual que había copiado se alteraron; como por ejemplo esa verdad innegable, cierta: ‘abajo está el piso, arriba el techo’”
Eugene Ionesco (1909-1992); de su charla sobre “La cantante calva” en los Institutos Franceses de Italia (1958).
Hace un año, en plena campaña presidencial, pasé un día con Evo Morales en su avión presidencial –el mismo que en 2013 fue secuestrado en Austria luego de que le negaran el permiso para sobrevolar por Europa, un operativo de la OTAN que impulsó Estados Unidos, que creía que a bordo iba Edward Snowden– y recorrimos medio país. Entre acto y acto, en Oruro suspendió todo y jugó un partido de 90 minutos en cancha profesional. No lo hizo nada mal. Usa la 10, tiene panorama, le pega bien de derecha y, sobre todo, mete. Traba y, si recibe, la devuelve. Le hubiese venido bárbaro un Evo joven al desangelado equipo boliviano que Argentina aniquiló en Houston.
La idea original era otra. Un megashow: Argentina-Brasil, el superclásico de las Américas. Mmm… Mal momento. El horno no está para bollos. Primero fue Brasil. Luego una docena de países de Sudamérica, Africa y Europa. Nadie quería participar en un evento organizado por Torneos y Competencias Internacional y Full Play Group, dos de las empresas acusadas de corrupción por el Fifagate. Ni locos.
Todo era incertidumbre hasta que Carlos Chávez, ex presidente de la Federación Boliviana y ex tesorero de la Conmebol, en un noble gesto, solucionó todo. Firmó el contrato el martes 4 de agosto en su celda del Centro Penitenciario de Santa Cruz de la Sierra, donde se aloja acusado de corrupción.
Muy discreto, todo. Tanto, que la prensa boliviana se enteró por los medios argentinos del partido y Walter Zuleta, tesorero de la Federación, recién cuando le llegó el convenio firmado. “Había que presentar al equipo, no teníamos opción. Por lo que sé, existe una relación estrecha entre Chávez y estas empresas”. Elemental, querido Watson.
La selección de Bolivia no existía como tal cuando la lapicera carcelaria selló el acuerdo. Sin técnico, primero anunciaron a Néstor Clausen, pero ni llegó a usar la ropa de entrenamiento. Hablaron del español Miguel Angel Portugal y nada. Misterio. Hasta que el martes, tres días antes de vérselas con Argentina, asumió el pobre Julio César Baldivieso, un histórico que jugó el Mundial de Estados Unidos y en los años 90, en Newell’s.
Su sueño de llevar el equipo nacional al Mundial de Rusia empezaba como una pesadilla. Fue brutalmente sincero: “Este partido no debería jugarse. La mayoría del plantel no lo elegí yo y enfrentar al subcampeón del mundo con un día de entrenamiento es muy poco serio”.
Menos seria fue la manera en que llegaron. Algunos se quedaron con el bolso hecho en La Paz, por problemas de visado. Y fue Ronald Raldes, el capitán del equipo, de larga trayectoria en Argentina, quien puso 21 mil dólares para pagar el vuelo. ¿Por qué? Porque Chávez y Alberto Lozada, secretario de la Federación, ambos presos, son los únicos autorizados para manejar las cuentas y se negaron a firmar cheques para cubrir la preparación y el viaje. De no creer.
¿El partido? ¡Ah, sí! Hubo un partido. 7 a 0. Perdón.
Fue un amable entrenamiento, pero igual creo que siempre sirve jugar. Por el marco internacional, el roce, la repercusión, probar variantes, jugadores. ¿Lo más notable? Kranevitter, otro Mascherano. Y Agüero, claro. Muy bien Casco por derecha y la irrupción de Correa, un jugador hecho a la medida de Martino.
Ah, Messi. Verlo en el banco fue el último exotismo del sainete. Entró como Brando en los minutos finales de Apocalypse Now, a hacer lo
suyo: humillar, deslumbrar. Dos goles, tranqui.
El martes, contra México, veremos cómo Martino acomoda a Messi y Tevez. A Carlitos lo quiere bien de 9, que no es la posición en la que más ha jugado en estos años. Tal vez Martino recuerde el mejor torneo que, al menos yo, le vi jugar: los Juegos Olímpicos de Atenas 2004. Medalla de Oro. Ocho goles en seis partidos, con Saviola y Delgado abiertos y D’Alessandro, atrás. Ojalá el tiempo, ese ladrón, le permita repetirlo.
Sobre el partido de hoy, donde San Lorenzo y Boca se juegan mucho –pero no todo–, se dijo demasiado. Martino, una vez más, no anduvo con eufemismos: “La AFA debió haber suspendido esta fecha. Esto es una desprolijidad: se deja a los jugadores en una situación incómoda”.
Aludido, Segura respondió: “Que Martino diga lo que quiera. Pero estas cosas no aportan nada, y menos dichas en público”. Mmm… En 2013 él era vice de Grondona cuando el Tata, siendo técnico de Newell’s, afirmó, sin anestesia: “La organización del fútbol argentino es un espanto. Pura improvisación, idas, vueltas. Acá hay mucho que cambiar”. Tensa calma, por ahora.
La AFA navega sin destino ni control mientras vive su guerra de guerrillas. Moyano, fiel a su estilo, se manda como un camión. Tinelli chicanea y su ausencia lo hace aún más omnipresente. ¿Segura? Alterado. A veces belicoso; otras, algo confuso, se tropieza con sus propias palabras. Su grupo tendrá que construir un candidato que enfrente a Tinelli. Marón –joven, de buena gestión, sabe comunicar–, Armando Pérez, Blanco. No será fácil.
¿Cuándo son las elecciones? No se sabe. Pueden ser antes de fin de año, como pretende Tinelli. O en marzo de 2016, como quiere Segura, para organizar su tropa.
Me encanta el fútbol. Pero más que nada me asombra su trastienda. Lo que se esconde detrás del brillo, las copas, los posters, los millones.
Ahí los vemos. Hábiles artesanos del poder –nadie como don Julio–; vivos que se hacen los tontos y viceversa, astutos, apretadores, empresarios, brutos, estafadores, trepadores, cholulos, soñadores, idiotas, poetas, en tanto locos por un color.
Tal vez estemos gestando un género inédito, impensado: el grotesco criollo del siglo XXI.