Detrás de las grandes globalizaciones financieras, culturales, económicas e incluso políticas, existen otras que podríamos llamar “pequeñas globalizaciones”, muchas de ellas de carácter urbano: sobre los “no lugares” (aeropuertos, shoppings mall, etc.) ya se ha escrito demasiado. Menos tal vez se ha pensado que cada ciudad tiene también hoy sus lugares de “autenticidad”, sus recorridos cool, su comida fusión, sus cafés cálidos, sus tiendas modernas, sus mercados orgánicos, sus negocios vintage, sus hoteles boutique. Cada ciudad occidental tiene su Soho: Palermo en Buenos Aires, Lastarria en Santiago de Chile, Condesa y Roma en la Ciudad de México, por mencionar sólo algunos derroteros latinoamericanos. ¿El humor también se ha vuelto global? No me animaría a sostener tal afirmación. Sobre el humor operan fuertes tradiciones locales, arraigos culturales e incluso modos sociales de minorías culturales (el humor judío de Nueva York, etc.). Entre nosotros, la revista Barcelona se instala en la bisectriz donde desemboca, de un lado, una larga tradición de humorismo gráfico nacional, que pasa por Humor, Satiricón y Tía Vicenta, entre otras revistas, y del otro, ciertas formas contemporáneas del humor político que toma a las formas de vida de las clases medias y a la propia política como objetos de escarnio. Sobre Barcelona entendida como la gran revista política argentina del presente ya me he explayado otras veces, no creo que sea necesario volver sobre el tema; aunque sí me permito recalcar la antológica contratapa de su último número, dedicada a las afirmaciones médicas-mediáticas de Nelson Castro sobre la salud mental de la Presidenta (sobre este tema, es decir, sobre la vergüenza ajena y la nocividad tóxica que produce Nelson Castro –y no sólo él: buena parte de los comentaristas políticos de diversos medios– no tengo nada más que agregar a los agudos artículos de Daniel Link y Julio Petrarca, publicados en PERFIL el sábado 24 y el domingo 25, respectivamente).
Pues, no me animaría a decir que la de Barcelona responde a una lógica global, pero sí que no es difícil encontrar parecidos de familia, aires en común con otras revistas allende nuestras fronteras. Por ejemplo con The Clinic, en Chile, que además tiene una excelente sección cultural, ausente en Barcelona: en eso la argentina es deudora de cierto antiintelectualismo, del chiste de trazo grueso. Es tan fácil ironizar con fineza sobre el mundo intelectual que sorprende que Barcelona haya dejado pasar ese filón. Y ahora, o mejor dicho, desde hace un par de años, existe en España una revista que viene a integrarse a ese club de los que nadie se haría socio (ah, chiste fácil a lo Groucho Marx) llamada Mongolia. Tengo en mis manos el número doble de julio-agosto, en el que ironizan sobre el diario El País, el rey, el caso Bárcenas (la corrupción en el PP) y en el que se leen diálogos como éste: “Berlusconi: ‘No sé cómo es la educación en España, pero te aseguro que lo de esa chica no se aprende en el colegio… ’. Aznar: ‘Bueno, con la nueva ley Wert (ministro de educación de Rajoy, que llevó a cabo recortes presupuestarios y restringió el acceso a la universidad) creo que se va a crear un módulo específico de eso, sólo falta que Gallardón (ministro de Justicia de Rajoy) lo despenalice”.