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Huracán Lilita

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Lilita tiene nombre de huracán. La Organización Mundial de Meteorología, sensibilizada con las críticas, cambió la práctica de llamar a todos los huracanes con nombre de mujer recién en 1979. Injusto resabio cultural sexista de herencia religiosa que asociaba mujer a sexo, sexo a pecado y pecado a destrucción. Por eso las brujas y las poseídas fueron generalmente mujeres. Para exculpar a la Iglesia Católica de una parte de su misoginia, se podría argüir que también las místicas, el máximo estadio de amor al bien, fueron siempre mujeres. Pero no habría forma de exculpar a Carrió de ser un huracán político que cuando hace soplar su vozarrón, nada queda en pie.
Su silbido es un arma poderosa contra adversarios de otros partidos pero es un problema aún mayor para los de su propio sector político porque allí duele doblemente: por lo mismo que una crítica produce a un oponente de otro partido y por la muestra de falta de cohesión interna de su espacio y los temores a falta de disciplina y apoyo si le tocara gobernar.
Siendo radical, Carrió golpeó más a De la Rúa que los propios peronistas. Cuando Raúl Alfonsín retomó el control del radicalismo, lo redujo escindiéndose con el ARI. Cuando Cobos se alejó del radicalismo, como cuando volvió, descargó contra él su furia. A la semana siguiente de la votación de 2009, rompió su alianza electoral con Margarita Stolbizer por negarse a acatar su decisión de no ir al dialogar con el ministro del Interior. Y lo mismo hizo recientemente con el principal aliado del radicalismo, el socialismo de Santa Fe, y su jefe, Hermes Binner.

Mientras se mostró aliado a Ricardo Alfonsín, su dureza hacia el panradicalismo podía llegar a interpretarse como una estrategia racional. Hace diez años pudo ser la rebeldía natural ante los de la generación anterior para encontrar su lugar. Y en los últimos años, para debilitar a sus oponentes internos: Cobos y su aliada, Stolbizer, y Binner porque podría ocupar el puesto de candidato a vicepresidente con Alfonsín, especulando con que Carrió aspirara a ser la vice de Alfonsín.
Pero a partir de su crítica a Alfonsín, ya no cabe la explicación anterior y todo parece orientarse a una naturaleza desbordante que escapa a su propio control. A la semana siguiente de censurar a Alfonsín por la foto junto a Cristina Kirchner en el acto en Chascomús, y supuestamente con ánimo conciliatorio, agregó: “Alfonsín es un ser adorable, pero sin experiencia política, yo a Ricardito (sic) lo trato de preservar. El Gobierno se lo quiere llevar puesto a Ricardito (sic). Le dan una placa en homenaje al padre pero es una trampa: lo ponen en una foto al lado de De Vido, que es un corrupto”. O sea, “Ricardito” es un incapaz.
Y para completar su obra de demolición, explicó: “Somos una fuerza que no quiere repetir la experiencia de la Alianza” y de paso recordó que Stolbizer y Binner estuvieron de acuerdo en la rebaja de 13% a los jubilados durante el gobierno de la Alianza. Esto, mientras los radicales promueven el 82% móvil y el kirchnerismo los acusa de hipócritas por haber demostrado interés contrario en el pasado.

Quedaría una hipótesis racional y no autodestructiva en los actos de Carrió: que aspirara a competir por la candidatura a presidente ya sea en una interna panradical o con la Coalición Cívica por separado, y su acercamiento a Alfonsín haya sido táctico, sólo para demoler a Cobos, y cuando considerara cumplida esa tarea, tocara el turno de demoler al propio Alfonsín.
Pero en cualquiera de los casos, el peronismo kirchnerista y el Peronismo Federal le están muy agradecidos a Carrió por reducir las posibilidades electorales de los candidatos panradicales con mejor imagen e intención de voto. Hace un año nadie hubiera pensado que el radicalismo no alcanzara el ballottage. Hoy, aunque todavía remotas, hay posibilidades de un ballottage entre los dos peronismos, en parte por el trabajo de Kirchner y Duhalde pero, también, gracias a la colaboración del huracán Lilita.
Y queda una observación final sobre lo que Carrió considera experiencia política (y ella no carece). Evidentemente, no asocia política con gobierno porque, a pesar de su exitosa carrera electoral, nunca asumió responsabilidades ejecutivas. Quizá no quiera ser parte de ningún gobierno y se sienta más cómoda en el papel de perpetua opositora. Si así fuera, también tendría lógica el proceso de demolición interna en el que está empeñada.