Convocamos a un grupo de personas y les pedimos que definan sus preferencias sobre el rol del Estado: a los que dicen preferir un Estado chico los llamamos “liberales”. A los que suscriben un Estado grande, “progresistas”.
A ambos grupos les presentamos dos propuestas de transferencias condicionadas. La primera, para incentivar la atención sanitaria primaria y la asistencia a la escuela, propone que el 20% de una transferencia total de mil pesos mensuales se pague sólo si se cumplen las condiciones sanitarias y de vacunación y, en el caso de chicos en edad escolar, el certificado de cumplimiento del ciclo lectivo (como la actual AUH). La segunda, con el argumento de reducir el desincentivo a buscar empleo y el incentivo a tener hijos, propone que una transferencia menor (500 pesos mensuales) y un componente condicionado mayor (40%). Previsiblemente, los progresistas tienden a preferir la primera propuesta, mientras que los liberales tienden a preferir la segunda.
Repetimos el experimento con un nuevo grupo de liberales y progresistas, pero esta vez les informamos que la primera propuesta, más generosa, fue elaborada por la bancada de un partido de centro derecha (digamos, el PRO), mientras que la segunda, más escasa y centrada en incentivos, fue preparada por la bancada de un partido de centroizquierda (digamos, el Frente para la Victoria). Esta vez los progresistas prefieren la propuesta más reducida mientras que los liberales eligen la más amplia.
Si reemplazamos “centroderecha” y “centroizquierda” por Demócrata y Republicano, tenemos la descripción de un célebre experimento del profesor de psicología de la Universidad de Stanford, Geoffrey Cohen, para ilustrar el carácter “tribalista” de nuestras ideologías, publicado en 2003 con el elocuente título “El partido antes que la política”.
Las creencias infundadas, una vez que se convierten en identificadores culturales (o, en palabras de Joshua Greene, en “blasones de honor tribal”) son difíciles de alterar. No importa la relevancia o ambigüedad del tema: de la devaluación al arancelamiento universitario, de la regulación de las manifestaciones callejeras al enrejado de las plazas, de la despenalización del aborto a la reducción de las penas de prisión, gran parte de los temas de debate de política pública están cargados por años de lealtad cultural y son inmunes al intercambio argumental. Cualquier cuestionamiento a las creencias disparará un reflejo de defensa.
Supongamos que nos mudamos a una comunidad que defiende a rajatabla el creacionismo: la idea de que el Universo fue creado por un acto divino. Supongamos que no compartimos esa creencia. Greene describe la situación de manera sumaria: en el improbable caso de que el origen del Universo surja en una conversación, tenemos en principio tres opciones, todas incómodas: quedarnos sospechosamente callados, decir lo que pensamos (a riesgo de convertirnos en parias), o mentir. Pero también podemos negociar la ingrata disidencia y ganarnos el ingreso a la tribu convenciéndonos de que (tal vez, por qué no) el Universo fue creado por un acto divino.
A veces las creencias son menos la manera de relacionarnos con la realidad que la manera de relacionarnos e integrarnos con otras personas. Por eso es engañoso pensar que los creacionistas o los negadores del cambio climático son personas que no saben o no entienden, como ilustra empíricamente el jurista Dan Kahan en una serie de estudios recientes.
Las ideologías no han muerto; basta hacer las preguntas correctas para descubrir las diferencias detrás de razonamientos aparentemente neutros. En este sentido, la ideología no es mala ni buena sino inevitable. Pero la ideología de la política pública se basa tanto en evidencia dura como en creencias que reflejan los giros erráticos de nuestras tribus, a su vez reflejo del vaivén errático de nuestros líderes circunstanciales.
Por eso vale la pena evaluar las políticas en base a significados concretos, observables. Esta métrica despojada tal vez no dirima cuestiones complejas como el uso de espacios públicos o el debate cambiario, pero nos va a ayudar a destribalizar nuestros debates.
*Economista y escritor.