COLUMNISTAS

Iluminar, oscurecer

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Plum! ¡Clash! ¡Tlump! ¡Ñanc! Los micrófonos se atropellan sobre los entrevistados, se los llevan por delante, se interrumpen unos a otros, no se escucha nada o, mejor dicho, sólo se escuchan ruidos, chirridos, gritos… no importa, somos periodistas, queremos preguntar. Antes que “Je suis Charlie” o “Todos somos Nisman”, los periodistas deberían usar remeras que digan “Quiero ser como Mercedes Ninci”. Así van las cosas hoy en el mundo de los medios y las redes sociales, que es como decir en el mundo tout court. La entrevista como género –formato que remite a añejas y sabias herencias del periodismo y el diálogo social– ha sido ganada (es decir: perdida) por la búsqueda angustiante de la frase entrecortada, balbuceante, carente de argumentación; por la repregunta que no pregunta nada, por la sentencia afirmativa: no se buscan respuestas, se obtienen confesiones. Y el periodista –especie de gran jurado del circo del bonete– sanciona un veredicto en nombre de la credibilidad (donde ellos ven credibilidad, yo veo ignorancia).
Hace poco, en una de sus habituales columnas golpistas, el editor general de un diario igualmente golpista escribió dos veces “tarjeta roja” en lugar de “alerta roja”, en referencia al asunto de Interpol y los iraníes sospechosos. A mí me pareció un lindo fallido, un buen resumen del estado de situación: el triunfo de la lógica futbolera por sobre cualquier otro modo de expresión intelectual. Otro fenómeno raro del periodismo de hoy es que se llenó de hijos. Firman notas, salen en la tele y en la radio con el mismo apellido de sus padres, pero en un tono aun más siniestro. Sus padres tardaron un par de décadas en quebrarse (la figura del quebrado es crucial para entender el periodismo actual), mientras que los vástagos comenzaron sus carreras ya desde ese lugar. ¿Qué les deparará el futuro? Imposible saberlo (o al revés: muy fácil imaginárselo).
En medio del ruido ambiente, cuando aparece una reflexión crítica llama irremediablemente la atención. Como fue el caso del artículo de Débora Vázquez en ADN el 23 de enero, sobre los usos triviales de la frase “Je suis Charlie”, o en Ñ del sábado 31 de enero, en el que Juan José Mendoza entrevista a Sergio Chejfec bajo el modo de dar la palabra. De escuchar. De preguntar y crear, para el entrevistado, condiciones favorables para que exprese sus ideas (que en el caso de Chejfec son siempre agudas). La entrevista –bastante larga, calculo unos 10 mil caracteres– consta sólo de dos preguntas en estilo directo y algunas pocas frases de Chejfec insertas dentro del texto de la nota. Pero con eso alcanza. Es suficiente leer este tipo de reflexión: “La literatura sería un discurso o un dispositivo textual que a medida que va iluminando va oscureciendo otras zonas, pero eso gracias o debido o por culpa de lo que va iluminando. Eso de iluminar áreas, pero a costa de otras, es, me parece que es, lo mejor que se le puede pedir a la literatura. Entonces, se me ocurrió el título de Modo linterna como una metáfora de la literatura”. Luego Mendoza pregunta: “¿Qué es lo que la literatura puede iluminar?”. Y Chejfec responde: “No importa lo que la literatura puede iluminar, lo que importa es que esté iluminando. Son operaciones como escénicas. ¿Qué ilumina el lenguaje? No sabés si ilumina lo que está diciendo o lo que se quiere decir”.