“Ustedes (a Sergio Bergman) no denuncian la corrupción, eso es lo que nos diferencia, en casi todo lo demás estamos de acuerdo... Santilli, si me limpiás la vereda, te voto”. Así sintetizó Elisa Carrió, durante el debate del miércoles pasado, las similitudes entre el PRO y el panradicalismo en la Ciudad de Buenos Aires.
Ya en las elecciones de 2009, Pino Solanas había salido segundo absorbiendo muchos votos que fueron del PRO en las elecciones ejecutivas de 2007, que en esos dos años había bajado del 46% al 30%. ¿Son esquizofrénicos los votantes de Buenos Aires, que pasan del PRO a Solanas? ¿O los del panradicalismo, que pueden votar a Prat-Gay y a Pino? ¿O los del peronismo, que pueden pasar de Menem a Kirchner?
La respuesta es “no”, si se ordena el imaginario ideológico en un cuadrante dividido sobre la base de las dos polaridades que estructuran la política argentina: por un lado, la de soluciones que provengan de más Estado versus soluciones que resulten de más mercado; y por el otro, un ejercicio de un liderazgo populista versus otro institucional.
Es este segundo vector, y no como tanto se enfatiza el económico entre Estado y mercado, el que marca más la frontera ideológica que establece las preferencias de los argentinos a la hora de construir simpatía política.
Es obvio que hay desplazamientos y grises: Filmus y Taiana son mejores candidatos peronistas para la Ciudad de Buenos Aires porque casualmente son percibidos como menos populistas.
También hay condensaciones, por caso entre populismo, transgresión y juventud, valores que podrían concatenarse. Un ejemplo: los radicales cosechan fama de serios y antiguos, por eso valoran el aporte complementario de Lousteau, cuya esencia transgresora no sólo se manifestó al integrar el equipo kirchnerista sino al ser artífice de la infidelidad de una mujer embarazada en estado avanzado y que luego terminó perdiendo el bebé, algo que dentro de las tradiciones radicales debería ser imperdonable. Pero la necesidad hace a la memoria selectiva, de la misma forma que quieren ver la actuación de Lousteau en la 125 como un freno de Moreno y no como un cómplice con diferencias de estilo.
La transgresión, que comenzó siendo peronista, se ha ido consolidando como un rasgo nacional, desde un Papa transgresor hasta Cuevana, el único sitio del mundo que inventó un Netflix sin pago.
No es casual que la Presidenta haya elogiado la sinceridad ideológica de Macri, porque ella a su modo también la ejerce mientras que Néstor Kirchner era más de tirar la piedra y esconder la mano, acomodándose con más pragmatismo a las necesidades del momento. Aunque más a la izquierda que Scioli en eso, Kirchner era más parecido al gobernador bonaerense.
Cada sector de afinidad y posible corrimiento se puede identificar en el gráfico que acompaña esta columna, donde se encontrará junto a los políticos actuales algunos del pasado reciente como referencias. Cada cuadrante está dentro de otro cuadrante, que se lee de la siguiente manera:
- Escalón de mayor institucionalidad. Más mercado: Macri y Sanz. Algo menos de mercado: Cobos y Michetti. Y algo más de Estado: Binner y Alfonsín.
- Escalón de algo menos de institucionalidad. Más mercado: Reutemann y Cavallo. Algo menos de mercado: Carrió y Lousteau. Algo más de Estado: Filmus y Taiana. Definitivamente más Estado: Pino Solanas y Altamira.
- Escalón de algo populista. Más mercado: Massa y De Narváez. Algo menos de mercado: Scioli e Insaurralde. Algo más de Estado: Néstor Kirchner y Cabandié.
- Escalón de mayor populismo. Más mercado: Menem. Algo menos de mercado: Duhalde. Más Estado: Cristina Kirchner.
Los sectores de afinidad verticales (mercado/Estado) también sirven para comprender por qué Macri, Massa, De Narváez o en el pasado Menem pueden ser aliados tácticos en determinados momentos y todos mirar o haber mirado a Reutemann como un vecino ideológico. Y por qué Gabriela Michetti puede ser más amiga de Carrió, entre tantas otras ligaciones.
Claramente, el peronismo se identifica con el populismo, y el panradicalismo y el PRO con el institucionalismo o liberalismo cívico. Pero también las cuestiones geográficas y demográficas tienen mucho peso. Donde se concentra la mayor cantidad de industrias y obreros, el peronismo es más difícil de vencer. Menos que antes, por el crecimiento de los sindicatos de izquierda, pero también donde hubo más empleados públicos el peronismo ganó más fácilmente. Y lo inverso: en las zonas agropecuarias, al peronismo le es más difícil ganar.
Se le atribuye a Borges decir que en Suiza la política funciona porque sus ciudadanos no saben el nombre del presidente. Aunque parezca mentira, en Suiza también hay grandes diferencias entre las preferencias políticas de las zonas de producción rural y las urbanas, y allí hay un populismo agrario que viene ganando las elecciones de los últimos años.
Con el mismo esquema del cuadrante, en Suiza se mantiene el vector horizontal de Estado versus mercado, pero en el eje vertical se encuentran integración y sociedad abierta arriba versus tradicionalismo y conservadorismo abajo. El populismo suizo es de derecha, con el Partido del Pueblo Suizo (curiosamente conducido también por un líder carismático) que, férreamente nacionalista, se opone a la integración europea y a la inmigración y es casi imbatible en las zonas rurales. El miedo, ya sea a perder el trabajo o a la inseguridad, es siempre un gran aglutinador de consenso. En Suiza, el espacio de Altamira lo ocupa el Partido Verde.
Hay siempre un orden en el imaginario ideológico de los sistemas democráticos plurales que puede desplazarse algunos grados en alguna dirección, según las particularidades de cada país, pero siempre tiene su lógica.
Probablemente, en la Argentina de 2015, después de dos décadas de extremos, la tendencia de la sociedad sea acercarse al centro.