De cara a la adecuación general de la política económica asociada a la posibilidad de que la economía vaya emergiendo de la crisis, el tratamiento del frente fiscal es una asignatura crucial, la que se debe encarar bajo un programa integral. Comencemos, entonces, citando antecedentes recientes, con una breve descripción del presente, y formulemos algunas sugerencias.
En el seno de la matriz estratégica perfilada después de la devaluación de 2002, que se corporizó en el modelo competitivo productivo, el sector fiscal estaba llamado a jugar un rol estabilizador de amplio alcance. En tanto las políticas cambiaria (tipo de cambio alto) y monetaria actuaban como locomotoras del sobrecrecimiento, con una virtuosa presión de demanda, el sector fiscal –en base a un pronunciado superávit primario de tenor estructural– debía asegurar un anclaje clave: un “cable a tierra”. Aun aceptada la importancia del gasto público en la actividad económica, no convenía, al respecto, dejar de lado la “regla de oro” del superávit estructural.
Lamentablemente, con el tiempo, la aplicación de esa regla se debilitó visiblemente. Prevaleció una fuerte prociclicidad del gasto en lo alto del ciclo, lo que minó el superávit primario, leído estrictamente. Luego, aquel anclaje se diluyó, deparando demanda redundante y deteriorándose el encuadre estabilizador. En un marco así, la política de cambio competitivo se veía en peligro, y, al postre, se penetró efectivamente en un ciclo de apreciación cambiaria real, que aún perdura en esencia.
El relajamiento de la regla de oro fiscal estructural, en perspectiva, motivó otras implicancias enojosas. Por ejemplo, limitó la enjundia de la política anticíclica intentada durante la crisis: vgr., el ritmo de suba del gasto público en lo que va del año fue muy inferior al anual de 2007 y algo más bajo que el de 2008. Asimismo, la mayor exposición fiscal incidió cual resorte endógeno –más las causales exógenas– en el intenso proceso de fuga de capitales.
Adicionalmente, la desaceleración económica verificada y su molesto impacto en el desempeño de los recursos fiscales son un factor de mayor gravitación en cuanto al deterioro en curso del superávit primario, que el planteo de una política deliberada de déficit.
En un contexto tan delicado como el presente, aun cuando la desaceleración económica se esté atenuando, y dado el relativo resultado de la política fiscal anticíclica intentada, el mero “seguir adelante” con las condiciones que definen el deterioro inercial del superávit primario suena riesgoso. En una economía como la nuestra, con soberanía monetaria de facto restringida, fuga de capitales, y acechanzas de redolarización, una situación fiscal que avance fuerte hacia el terreno negativo –y que puede despertar la sospecha de una monetización creciente con motivo de aquélla– es capaz de agravar los rasgos complicados en cuanto a actividad económica en lugar de ablandarlos.
Parece, entonces, que es aconsejable reencuadrar el frente fiscal, acercando el ritmo de gasto al de los ingresos (un anticipo pueden constituirlo ahora los libramientos impagos). Sabiendo que existe un capítulo severo a considerar en el consolidado fiscal, que pasa por las apremiantes finanzas provinciales. Esta presión balanceará, en la faz nacional, el relativo alivio generado en los vencimientos de la deuda por diversas vías, y alentará una enérgica discusión sobre los recursos, en la que la recaudación por retenciones puede gravitar. Es entonces cuando, para reforzar recursos con la mayor perspectiva dinámica posible –aparte de examinar alguna contribución especial–, el establecer un tipo de cambio más realista, en virtud de sus aportes directos e indirectos, es capaz de jugar muy positivamente. Dentro de un programa integral, lo cambiario y lo fiscal pueden apuntalarse mutuamente, y, conectado con esto, asomaría un mejor horizonte para la remonetización de la economía, algo que también ayudaría. Con una política de ingresos activa, fijando marcos, podría esbozarse así el camino de una recuperación sin estrépitos inflacionarios.
*Economista.