COLUMNISTAS

Impredecibles, pero no cambiamos

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Cómo escribir sobre la situación institucional a partir de una pequeña cirugía? Somos impredecibles, excepto quizás en nuestros errores, amén de incorregibles, según Borges.
En un nuevo libro, La Argentina que duele, de Luis Alberto Romero, en conversación con el editor Alejandro Katz, hay un capítulo final en que el historiador y su entrevistador se refieren a Malvinas, y dice Romero: “De todos modos, con un gobierno tan poco institucionalizado y de políticas tan lábiles, no podemos saber en qué momento ese recurso (Malvinas) puede ser sacado de la manga. La posibilidad de frotar la lámpara y de que salga el enano nacionalista está, y con la institucionalidad tan débil es difícil ponerle freno”.
En caso de que Romero tenga razón, es alarmante que aún siga vigente en la Argentina esa forma de pensar. El comentario me hizo retroceder sesenta años, a cuando en un pequeño colegio de pueblo, en Ranelagh (provincia de Buenos Aires), un compañero me preguntó: “Si Inglaterra y Argentina van a la guerra, ¿de qué lado estás?”. Me gustaría pensar que pude decir Rusia, pero creo que dije Escocia. En 1982 recordé el interrogante. Ahora, habiendo recorrido treinta años constitucionales, hay derecho de suponer que estaba superado. Pero no cambiamos.

Ese antiguo lenguaje constituye una descripción de situación que reinstala un estado en donde esperar que el Financial Times, o The Economist, o algún sabio columnista en la madre patria nos dé su opinión en el fláccido New York Times, y nos digan “cómo nos ven”.

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Sería deseable muy poco: que en las próximas semanas y meses se superen los clichés obsoletos. También supongamos que podemos proyectarnos en el tiempo hasta acá, sesenta años más tarde, o treinta y un años después de Malvinas, sabiendo que hemos pasado tantas ridículas situaciones de fabricación propia, y reconocer que la campaña electoral seguirá por dos semanas, a fuego más lento, y que el resultado no causará revuelo, dado que no va a cambiar nada en la forma de gobierno o de la construcción del discurso en la República Argentina.

Hay que aceptar que ese poquito deseable sigue siendo mucho. No podemos, lamentablemente, superar las circunstancias de un país dividido en clasificaciones de “peronistas de mierda” y “gorilas de mierda” expresadas como si fuéramos dos naciones diferentes, dos campamentos enfrentados, olvidando siempre que los dos “campos de mierda” tienen el mismo documento nacional de identidad. No abandonaremos la idea de las divisiones inventadas, de significado muy superficial en el mundo moderno, quizá porque somos una nación inventada a partir de inserciones artificiales y no de fuentes naturales.
La comunidad empresaria, por ejemplo, es notoria por su cobardía y seguirá siendo cobarde, pero siempre aceptó la cadena de éxitos y fracasos aportando muy poco a la construcción de una sociedad sólida y confiable. Y los funcionarios, desde ministros a ordenanzas, seguirán creyendo que la función pública es una forma segura de rápido crecimiento de la fortuna personal. Dicho así, seguiremos igual, fracasando como país y como sociedad.

La presidenta de la Nación no va a cambiar de opinión o de rumbo político porque se pase un mes de cirugía y convalecencia o porque pierda o gane con poco margen una elección parlamentaria. Eso no modificará la forma de pensar, ni el concepto de su propia singularidad, ni su estilo de gobierno, ni su manera de situarse en el escenario histórico. Y si eso no cambia, tampoco va a alterarse la conducta del vicepresidente Amado Boudou, que en lo único que se beneficia en este interregno es en la postergación de su circunstancia judicial. (Es más que divertido imaginar al vice en ejercicio de la presidencia llegar a los tribunales de Comodoro Py vistiendo la banda y con el bastón presidencial esposado y con escolta policial. Pero eso tampoco va a suceder.)
Somos impredecibles, pero la fija es que eso no lo cambiamos.

*Ex ombudsman de PERFIL.