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Inflación

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Los sindicatos pueden defender de la inflación a la mitad de los trabajadores, no así a los de empleos informales y a los autónomos, que siempre pierden.

En su libro Cultura y simulacro, el sociólogo francés Jean Baudrillard escribió: “Si ha podido parecernos la más bella alegoría de la simulación aquella fábula de Borges en que los cartógrafos del Imperio trazan un mapa tan detallado que llega a recubrir con toda exactitud el territorio (aunque el ocaso del Imperio contempla el paulatino desgarro de este mapa que acaba convertido en una ruina despedazada cuyos jirones se esparcen por los desiertos –belleza metafísica la de esta abstracción arruinada, donde no es raro que las imitaciones lleguen con el tiempo a confundirse con el original), pero ésta es una fábula caduca para nosotros y no guarda más que el encanto discreto de los simulacros de segundo orden. Hoy en día, la abstracción ya no es la del mapa, la del doble, la del espejo o la del concepto. La simulación no corresponde a un territorio, a una referencia, a una sustancia, sino que es la generación por los modelos de algo real sin origen ni realidad: lo hiperreal. El territorio ya no precede al mapa ni lo sobrevive. En adelante será el mapa el que preceda al territorio y el que lo engendre, y si fuera preciso retomar la fábula, hoy serían los jirones del territorio los que se pudrirían lentamente sobre la superficie del mapa”.

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Quizá el secretario de Comercio, el ministro de Economía o la Presidenta no recuerden esta fábula, pero el mapa como representación del territorio más real que el territorio mismo podría ser una premonición borgeana de los intentos del Indec por dibujar una inflación más real que la real de la búsqueda –en palabras de Baudrillard– “de algo real sin origen en la realidad”.
El sostenimiento de la alucinación del Indec implica tácitamente no temerle a la inflación o que no sea el temor prioritario. Lo reflejan los líderes de la CGT oficialista que reiteradamente sostienen que su monstruo tan temido no es la inflación sino la recesión.
Los sindicatos, después de haber pasado por la traumática experiencia de los últimos años de la convertibilidad, cuando los salarios de quienes trabajaban era altos y no estaban expuestos al deterioro inflacionario pero cada vez había menos personas con trabajo y menos afiliados, desarrollaron una hipersensibilidad a cualquier medida que “enfríe” la economía y están dispuestos a soportar una inflación creciente. Tienen razón; nada es peor que la recesión, pero la pregunta es si una inflación continuamente creciente no desemboca en alguna forma de recesión, salvo que antes de que sea irremediable –¿en 2012, después de las elecciones?– un plan antiinflacionario resulte imprescindible para propio beneficio de los trabajadores.

La mirada de los sindicatos no está puesta en el total de los trabajadores sino en los que tienen un empleo formal, que representan cerca del 50% del total de los ocupados: 7,5 millones de personas. Pero hay otros 7,9 millones de ocupados que no tienen esa suerte (como extremamente pudo verse en los casos de “trabajo” esclavo). Hay 4,2 millones de personas con trabajo informal en la Argentina y 3,7 millones de autónomos (el setenta por ciento de ellos, informales). Estos 7,9 millones de ocupados están expuestos a la puja distributiva del libre mercado y, obviamente, en su mayoría consiguen incrementos en sus ingresos menores que aquellos que están protegidos por un sindicato fuerte. Llegado a cierto punto, de alguna forma comparable con lo que sucedía al fin de la convertibilidad, en la puja distributiva hay cierta transferencia entre los ocupados no sindicalizados hacia los sindicalizados, ya sea vía aumento de la desocupación (en los 90) o por aumento de la inflación, que obviamente afecta siempre a los más pobres. Los trabajadores no sindicalizados son los más pobres y quienes gastan la mayoría de sus ingresos en alimentos, los cuales, mientras la inflación general se estimó en 25%, aumentaron el 31% (es un problema mundial).

La tendencia de aumento de ventas de televisores de plasma y otros electrodomésticos simultánea a la disminución del consumo de carnes es una luz amarilla. Señala que la inflación cruzó el límite donde todavía podía beneficiar a los trabajadores.