Betsy Blair (1923-2009) fue una actriz americana con la que en 2005 me tocó ser jurado de la sección Un Certain Regard en Cannes. Una noche, durante una fiesta en la playa del Carlton, me animé a preguntarle si ella y su marido Gene Kelly habían sido miembros del Partido Comunista. Blair me contestó que no, pero sólo porque sus referentes en el Partido les habían dicho que no convenía que se afiliaran ya que podrían ser más útiles desde afuera. No era exactamente un secreto, aunque Blair dice en sus memorias que Kelly no estaba tan cerca del partido como ella. Desde que McCarthy le diera al anticomunismo una mala reputación (la frase es de Diana Trilling) y permitiera que “el anti-anticomunismo sea considerado un parámetro de rectitud moral”, no queda bien decir que otra persona es o fue comunista. Blair describe su posición con gran inocencia: “nosotros, los liberales, los progresistas y –por supuesto– los comunistas, luchábamos por los derechos humanos y civiles básicos, por el sufragio universal, la educación, la igualdad racial, los sindicatos y la justicia social en los Estados Unidos.”
Otra mujer, Babette Gross dice algo que suena parecido, pero es radicalmente distinto: “Tu te declaras un idealista independiente. No entiendes de política, pero piensas en los pobres. Crees en las mentes abiertas. Te alarma y te atemoriza lo que está sucediendo en tu propio país. Te atemoriza el racismo, la opresión de los trabajadores. Opinas que los rusos están intentando un gran experimento y esperas que tenga éxito. Crees en la paz. Detestas al fascismo. Piensas que el sistema capitalista es corrupto. Lo dices y lo repites una y otra vez. Y no dices nada, nada más.” Gross fue la mujer de un personaje fascinante del que se ocupa El fin de la inocencia. Willi Münzenberg y la seducción de los intelectuales, de Stephen Koch. En palabras de Arthur Koestler, Münzenberg (1889-1940) “fue el inventor de un nuevo tipo de organización comunista, el frente disfrazado, y el descubridor de un nuevo aliado, el liberal simpatizante de la causa”. El libro da cuenta de la habilidad de Münzenberg para crear en todo el mundo frentes de propaganda manipulados desde Moscú que servían también para reclutar espías, agentes y topos.
Münzenberg (que cayó en desgracia con Stalin y murió misteriosamente asesinado) y sus colaboradores montaron la defensa de Sacco y Vanzetti, la infiltración en Hollywood, en Washington y en Cambridge, el apoyo a la República Española y otras operaciones que sirvieron menos a su propósito declarado que para recaudar dinero, para cooptar o rodear figuras famosas (como Picasso, Romain Rolland, Gide, Thomas Mann, Hemingway, Hammett, Hellman, Dos Passos), para desacreditar o liquidar aliados, para perder la guerra o para negociar con Hitler. En estos días, la pretenciosa revista online Panamá publica una nota en la que celebra que Frank Sinatra haya estado cerca del Partido Comunista y atribuye su supuesta declinación artística a que se alejó de esas fuentes. La izquierda populista actual actúa como si aún la manipulara el Comintern y, montada en las mentiras que supo instalar Münzenberg, siguiera recurriendo a la vieja táctica de crear frentes disfrazados para conspirar contra la democracia y sostener a las nuevas dictaduras.