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Ironía francesa

Benjamin ocupó un lugar lateral en la Escuela de Frankfurt, el suyo es un pensamiento inclasificable que incursiona en zonas extrañas.

06-11-2021-logo-perfil
. | Cedoc Perfil

Salvo Walter Benjamin, sobre quien Derrida escribió en reiteradas ocasiones, y sobre el que vuelve regularmente George Didi-Huberman, por mencionar solo dos casos, la Escuela de Frankfurt no está demasiado presente en el pensamiento francés. Pero como es sabido, Benjamin ocupó un lugar lateral en la Escuela de Frankfurt, el suyo es un pensamiento inclasificable que incursiona en zonas extrañas para Frankfurt –cuando no opuestas– que incluye cierto mesianismo judío en diálogo con Gershom Scholem, o cierto marxismo, en diálogo con Brecht, por recurrir a algunos nombres propios (queda sin desarrollar la influencia anarquista en Benjamin, muchas veces ignorada y de la que, sin embargo, vale la pena seguir extrayendo conclusiones). Es decir que quien está casi ausente en la reflexión francesa de posguerra en adelante es T.W. Adorno. En La tradición alemana en la filosofía, de Alain Badiou y Jean-Luc Nancy, en la que repasan el modo en que la filosofía francesa leyó la filosofía alemana, de Kant a Hegel, de Marx a Freud, y de Nietzsche al propio Benjamin, apenas si Adorno es mencionado al pasar. Le dedican solo un párrafo en un libro de 112 páginas: “Lyotard lo leía con interés (…) Adorno ha llamado la atención, además de la estética, de aquellos que se interesaban por el pensamiento de una praxis desprendida de los esqueletos tradicionales teoría/práctica”. Imagino que el Lyotard interesado en Adorno es el de Heidegger y “los judíos”, libro que sigue siendo clave para pensar ese tema y, desde una perspectiva más general, cercana a El diferendo –bochornosamente traducido en castellano como La diferencia–, la cuestión del testimonio.

Así, releyendo Nacimiento de la biopolítica. Curso en el Collège de France 1978-1979, de Foucault, me encuentro con un párrafo que vuelve a expresar el desdén francés con Frankfurt: “Puede decirse que tanto la Escuela de Frankfurt como la de Friburgo retomaron ese problema [la herencia de Max Weber], simplemente en dos sentidos diferentes”. Recordemos que la Escuela de Friburgo es la cuna del ordoliberalismo, una de las influencias centrales del neoliberalismo, objeto de estudio de esas clases de Foucault. Continúa el profesor del Collège de France: “Entonces, dos caminos inversos para resolver el mismo problema. Racionalidad, irracionalidad del capitalismo, yo no sé [creo que la traducción más justa hubiese sido un coloquial ‘yo qué sé’, para acentuar la distancia con la que habla de los frankfurtianos]. El resultado fue el siguiente: como saben, luego del exilio, unos y otros volvieron a Alemania, y la historia hizo que los últimos discípulos de la Escuela de Frankfurt chocaran en 1968 con la policía de un gobierno que tenía su fuente de inspiración en la Escuela de Friburgo y, de tal modo se repartieron a uno y otro lado de las barricadas, pues tal fue en definitiva el doble destino, a la vez paralelo, cruzado y antagónico del weberismo en Alemania”. Sarcástico hasta la maldad, reductor a sabiendas (como si la Escuela de Frankfurt hubiese sido tan solo un “weberismo”), para Foucault todo lo que separa al ordoliberalismo de Frankfurt es apenas un “simplemente” (“simplemente en dos sentidos diferentes”). Si no hubiera leído a Hazlitt y otros ensayistas ingleses, estaría tentado de decir que la ironía es una invención francesa.