Como el filósofo Friedrich Nietzsche, Yukio Mishima también fue influido durante la niñez por su abuela. Hay ecos del prusiano Nietzsche en el japonés Mishima. El que lucha con monstruos debe cuidarse de no transformarse a sí mismo en un monstruo, escribió Nietzsche. Cuando se mira largo tiempo a un abismo, el abismo está mirando hacia el interior del que mira. En Japón, la Tierra del Sol Naciente, una de las mayores potencias económicas del mundo, sexto país exportador y octavo importador, viven casi 130 millones de habitantes en gran parte moderados y conservadores. Sin embargo, el pasado de tragedias y de pruebas hercúleas periódicamente golpea a su puerta, lo que equivale a decir a su idiosincracia nacional. El viernes 11 de marzo de 2011 fue un sismo seguido de un ruinoso tsunami. A las 8.15 del 6 de agosto de 1945, la bomba de uranio que destruyó Hiroshima. El terremoto del viernes liberó sesenta veces más energía que la bomba atómica.
La tragedia se hunde en la historia más profunda de Japón. La Primera Guerra Sino-Japonesa, la Ruso-Japonesa, el cierre al mundo exterior que se prolongó 251 años hasta 1854, las tensiones entre el tradicionalismo y el occidentalismo y siempre, el corcovear de la tierra, bajo el cielo celeste o sobre el lecho del mar.
El 6 de marzo de 1970, Yukio Mishima (cuyo verdadero nombre era Kimitake Hiraoka) envió una carta turbulenta al escritor y crítico literario Hayashi Fusao (en realidad, Got Toshio) en la que decía: “Con esta paz me parece que Japón comienza a dormirse. Si el país, tal como imagino, descuida lo esencial y se torna un Japón enmascarado, la fisonomía del verdadero Japón se olvidará. Esto es algo que me duele en lo más hondo”. Frente a la tragedia, el verdadero Japón –sea el de Mishima o el del actual primer ministro, Naoto Kan– entre el estupor y la labor elige la última.
El 9 de agosto de 1945, Estados Unidos lanzó la segunda bomba atómica sobre Nagasaki; de una población de 200 mil almas murieron 122 mil. El 15 de agosto, los japoneses fueron informados de que el emperador Hirohito hablaría por radio. En un japonés usado por la nobleza, anunció a su pueblo la capitulación del Imperio. “El bienestar de los heridos, de los que sufren por la guerra o de quienes han perdido sus hogares y medios de vida, es objeto de nuestra profunda solicitud. Estamos vivamente preocupados por todos nuestros súbditos.”
La bomba hizo subir la temperatura de Nagasaki a 3.900 grados y levantó vientos de 1.005 kilómetros por hora. Trágicamente, sobrevivientes de Hiroshima que se habían trasladado en busca de refugio encontraron allí la desgracia que habían creído desorientar. Hoy, en el hipocentro de la explosión atómica de Nagasaki, hay un monumento flanqueado por árboles sosegados y rodeado por círculos concéntricos de césped.
El Hagakure, de Yamamoto Tsunetomo, es un breviario de ética samurai que influyó marcadamente sobre Yukio Mishima: “El shogun Teika Fujiwara dice que el verdadero camino de la poesía supone cuidarse a uno mismo. Con otras palabras: el auténtico sentido del arte es la vida misma”. El prolífico escritor y diplomático Inaz Nitobe (1862-1933) relató: “Comencé a leer el Hagakure durante la guerra, y todavía hoy lo leo de cuando en cuando. Es un libro extraño de una moralidad sin par; su ironía no es la deliberada ironía de un cínico sino una ironía que surge naturalmente de la diferencia entre el conocimiento de la propia conducta y la decisión a tomar”. En Sobre el Hagakure, el propio Mishima desarrolla la exigencia de sobresalir en la pluma y la acción. Sospecha que en toda obra literaria “se oculta siempre un punto de cobardía”, y elige la experiencia. Hasta su último aliento, Mishima estará habitado por la regla tajante de Yamamoto Tsunetomo: “Cuando hay que decidir entre una opción de vida y una opción de muerte, debemos escoger siempre la muerte”. Japón, grullas de papel y acuarelas, tiempos de guerra y secuelas de catástrofes.
Tanto Mishima como el novelista Osamu Dazai se sentían incómodos en la democracia que sobrevino a la derrota de 1945: preferían a un emperador que no fuese un mortal más, sino el descendiente de la diosa Amaterasu. A medida que se iban sabiendo detalles de la tragedia del 11 de marzo, todas las bolsas del planeta repetían a escala transaccional el sismo, el Nikkei sufría convulsiones, el Kospi retrocedía, el indicador de valores tecnológicos, Kosdaq, se desmoronaba. Mishima: “¿Cómo es posible denominar ‘hombre de acción’ a quien por su trabajo de presidente en una empresa hace ciento veinte llamadas telefónicas diarias para adelantarse a la competencia? ¿Y es tal vez un hombre de acción el que recibe elogios porque aumenta las ganancias de su sociedad viajando a países subdesarrollados y estafando a sus habitantes? Por lo general, son estos vulgares despojos sociales los que reciben el apelativo de hombres de acción en nuestro tiempo”. Una sociedad puede estar harta de la violencia, puede desear la prosperidad, puede inclusive no querer mirar hacia atrás, pero el alma colectiva conserva todos los registros.
El 25 de noviembre de 1970, un hombre con una cinta sobre la frente arenga a los soldados desde un balcón del Cuartel de Ichigaya. Escucha risas, burlas, sarcasmos. Sale de escena. A los 45 años, en un establecimiento militar previamente tomado, Yukio Mishima, nominado tres veces al Premio Nobel de Literatura, inicia el hara-kiri (sepukku). Leyendo la ardiente novela Caballos desbocados se comprende el objetivo. Ante los ojos del general Kanetoshi Mashita, amarrado a una silla, se arrodilla lentamente, toma en su mano derecha la espada corta y un acólito a su espalda levanta la katana que le cortará el cuello. Tres vivas al emperador, una inspiración, un grito, y la daga que se hunde en sus entrañas. Sobre un cuerpo enredado con sus intestinos, el acólito intenta tres veces seccionar la cabeza de Mishima. Lo logra limpiamente otro, Furu Koga. Antes de salir hacia el Cuartel de Ichigaya, Mishima había terminado La corrupción del ángel, novela que culminaba la tetralogía de El mar de la fertilidad, de la que forma parte Caballos desbocados. Japón, vida y muerte, arte y consecuencias, creación y tragedia.
Con toda seguridad, el sismo y el tsunami darán una nueva oportunidad a la Tierra del Sol Naciente de mostrar al mundo aquello de lo que es capaz. Como tantas otras veces desde el siglo VII a. C., lo hará sobre los restos que deja la ira de los dioses.