COLUMNISTAS

(Ji Ji Ji)

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VARGAS LLOSA y Fernández Díaz en la Feria del Libro.

Ese fue el título de la columna que Aníbal Fernández escribió: Equidistantes (Ji Ji Ji).

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Aníbal escritor. Algunos quizás no leyeron el diario Tiempo y vale reproducirla: “‘Los ojos ciegos bien abiertos’ canta el Indio Solari, nuestro himno ricotero. Como él, yo tampoco ‘lo soñé’. Los he visto en vivo y en directo, como decían en la tele hace tiempo. Los vi subirse a diferentes ‘bondis’ sin pudor alguno. Porque cualquier colectivo los deja bien, salvo el de las causas populares. Los vi posar de ‘progres’ en los cafés de Recoleta y en las ‘vernissages’ de los galeristas más conspicuos: nunca en las villas. Los vi hablar de la revolución en las redacciones, derramando ríos de tinta: nunca en la calle.

En fin: los conozco bien. Tienen discursos consolidados. Estructuras dialécticas sin fisuras aparentes. Son los promotores del ‘independentismo’. Libres pensadores de pacotilla con menos compromiso que una licuadora (aunque con el mismo método para procesar sus ideas).

Son los que hasta ayer nomás remaban como galeotes en la nave insignia del monopolio mediático (o en cualquier otra de sus socios y adláteres, la cuestión era ‘pertenecer’) y ahora, ante la evidencia de la derrota cultural y política, toman distancia…

En realidad, ‘equidistancia’. Se muestran alejados de sus recientes pugnas pero también expresan su profundo repudio por lo que ellos, malamente, llaman ‘populismo’. Están aquí y allá. Como francotiradores de cebitas. Algo de ruido… y nada más. Flotan esperando que la ola los conduzca al lugar indicado. Se apartan para no participar de la pelea y ver qué le pueden sacar a los cadáveres: financiamiento, chivos, colaboraciones, ideas…

Los conozco bien. No son de ahora. Los hubo en todos los tiempos. Pero hoy, a su impudicia, la acompaña esa máscara transparente y deformante de su pretendida ecuanimidad. Ni con Dios ni con el Diablo, aseguran… o lo que es peor: ni con el Diablo ni con el Diablo desempolvando –y no es casualidad– la Teoría de los Dos Demonios para autoredimirse.

Están allí. El domingo pasado, sin ir más lejos, en el diario La Nación, Jorge Fernández Díaz en la columna titulada “La estupidez argentina”, mostrándose como centro emergente de una sociedad dividida entre kirchneristas y antikirchneristas…

¿Y él en el medio?

Equilibrado. Objetivo. Neutral, aunque se le filtren ideas ochentistas, de alguna cátedra de sociología más bien gorila, que trataba de conferirle al peronismo la entidad de corporación. LA corporación.

Pero yo los conozco. Y aunque sigan ‘corriendo a la deriva’ para buscar el salvoconducto de impolutos, yo ya los vi venir en falsa escuadra. Sus virtudes vendidas, sus talentos opacos y su única ambición: sobrevivir a todo.

Los vi. La sociedad los vio. Su vocación de posar de equidistantes es pura imagen desfigurada. Su ‘montaje final es muy curioso’: prefieren ser tibios… Prefieren que los vomite Dios”.

Que los vomite Dios. Pocas combinaciones de palabras resumen tanto una filosofía. No fue feliz Perón al decir que a los tibios los vomitaba Dios. Pero quizás en otro contexto, hace 65 años, en el fragor de golpes militares que hizo y sufrió, podía tener otro significado. Pero la elección actual de esa frase por Aníbal Fernández y su recurrencia a Dios y el Diablo en su texto crítico a Fernández Díaz (¿envidia del jefe de Gabinete y autor del reciente libro Zonzeras argentina por la calidad de la pluma de Fernández Díaz?) no pueden no ser interpretadas en el marco del periodismo militante que promueve el Gobierno con su confrontación con el periodismo al que demoniza.

Comencemos por el Diablo. Satán es una palabra de origen hebraico que significa oponerse, impedir, hostigar, donde su sentido es simplemente el de enemigo o adversario. Posteriormente, el término Satán es usado en los textos jurídicos hebreos con el sentido de acusador ante el tribunal, y el término sitna, derivado de la misma raíz, es la acusación. Diábolos es el término griego, del verbo diabállö, diaballein, significa poner obstáculo. No es original el jefe de Gabinete al demonizar al obstáculo: el periodismo. Ni tampoco en encarnar ese odio en Fernández Díaz cuando le tocaba hacer de entrevistador de Vargas Llosa en la Feria del Libro. Una sola bala en dos blancos.

La oposición del Dios al Diablo, y con ellos del bien al mal, es tan vieja como el hombre, pero fue Mani (abreviatura del sirio de Mânî hayyâ) el fundador del maniqueísmo, quien más contribuyó a su difusión. Nacido en Babilonia en el año 216, Mani sostenía que había al principio dos substancias (o dos raíces, fuentes o principios): la Luz (equiparada con el Bien y a veces con Dios) y la Oscuridad (equiparada con el Mal y a veces con la Materia).

La rápida y longeva difusión del concepto maniqueo obedece a que se trata de un fenómeno extra religioso: es una forma de pensamiento simple que divide las cosas y las personas entre buenas y malas.

El dualismo abarca toda contraposición entre dos tendencias irreductibles entre sí y no subordinables que sirven para explicar el mundo. La forma de resolver los enigmas de la vida con explicaciones dualistas está presente en prácticamente todos los campos del conocimiento, poblados de ejemplos de oposiciones binarias.

Pero es la política donde se aplicó más apasionadamente el método de la exclusiones mutas para demonizar oponentes. En la política se lo utiliza mayormente para atacar a grupos diferenciados que pueden ser étnicos, culturales, ideológicos o económicos, sobre los que se utilizan técnicas neoretóricas como la desinformación, la argumentación estereotipada, el empleo de palabras anestésicas y adjetivos disuasivos, la simplificación conceptual y la alteración de los hechos para instalar su carácter de nocivos para la sociedad. Producido el descrédito sobre ellos, se reducen las barreras legales y morales –como si no fueran humanos– para poder atacarlos casi sin restricciones. La demonización es una forma de deshumanización. Es lo contrario a la sacralización, pero parte del mismo proceso.

Enrique Freire, en su Teoría de la conspiración, sostuvo que “desinformar implica tomar una verdad y rodearla de mentiras por medio de diversos procedimientos retóricos, entre ellos: la creación de dicotomías maniqueas o demonización, la utilización de términos de efecto placebo, una cierta simplificación conceptual y descontextualización que no permiten explorar la realidad con sentido crítico y, finalmente, el empleo de eufemismos”. El término dezinformatsia, desinformación, fue utilizado por primera vez en 1949 en el diccionario Ojegov de la lengua rusa que lo definía como “la acción de inducir al error mediante el uso de informaciones falsas”.

Y, por su parte, León Poliakov escribió en su Breviario del odio sobre “la expresión colectiva de una necesidad paranoica de grandificar o magnificar al padre para divinizar al hijo”. El lo observó en el nazismo contra los judíos pero está presente en toda forma de patriotismo radical donde la lucha se sintetiza en el salvador de la patria y sus opositores, los “vende patria”. El argumento del patriotismo no es muy utilizado sólo en los modelos populistas, la política exterior de los Estados Unidos está impregnada del espíritu confrontativo entre nosotros y los otros habiendo llegado al paroxismo durante la presidencia de Bush hijo, donde religión y patriotismo, enemigo y Satanás (“el imperio del mal”), se condensaron en un solo significado.

El maniqueísmo político tiene su mayor expresión en los pares de opuestos amigo-enemigo del jurista alemán nacionalista Carl Schmitt, quien propone abandonar las ideas del Contrato Social como forma de resolver las diferencias y los conflictos de intereses sin recurrir a la violencia. Para Schmitt, si el derecho se ordenaba tras el binomio legal-ilegal; la moral, en torno al binomio del bien y el mal; la economía, según los principios de lo beneficioso y lo perjudicial; y la estética, sobre lo bello y lo feo; en la política no podía ser diferente y también ella debía encontrar su principio rector de exclusiones binarias como amigo-enemigo. También para él los otros, los diferentes, lo ajeno, representaban el peligro. La política (un fin) consistiría en identificar enemigos, una vez ubicados, desenmascararlos, y para vencerlos, acumular poder (el medio) de todas las formas posibles.

Pero el maniqueísmo político responde a un fin que trasciende a lo táctico o utilitario, al demonizar la imagen del contrario se hace perfecta la propia, condición necesaria para dotar de una misión cohesiva al grupo.

El demonio es una figura mitológica que todas las religiones incorporan de una u otra forma. La demonización en la política es más longeva que el propio demonio en la religión porque el diablo es una figura precrítica, prefilosófica y prerracional. En la política el demonio se seculariza, se humaniza y escapa al terreno de la metafísica. En el siglo XXI hay más demonólogos en la política que en la religión.

La visión nueva del mundo que trajo la Ilustración hizo que el Príncipe de las Tinieblas fuera perdiendo su soberbia a la par de Dios. Pero las ideologías extremas, asumidas como una religión dieron nueva vida al dogmatismo y con él, al diablo. En el siglo XIX Charles Baudelaire escribió: “La mayor astucia del diablo es persuadirnos de que él no existe”. Ese mismo argumento es utilizado por los regímenes extremistas para llamar la atención sobre eventuales conspiraciones y “despertar” a las sociedades de las acciones de las corporaciones cuya astucia es invisivilizarse. El “Maligno preferido” pasó a ser otro, la política rescató a Mefistófeles de su exilio para encarnarlo en el oponente ideológico o económico.

La declinación de lo divino y de la Iglesia como organización estructural del poder dejó un espacio que la política ocupó. Ya no es la Iglesia sino la política la encargada de producir monstruos de fealdad horripilante que mantengan disciplinados y fieles a los fieles. Los exorcismos modernos toman forma de batallas mediáticas, donde la lucha entre el bien y el mal no es diferente en esencia a las del siglo XVII, cuando la Iglesia luchaba por no perder su poder hegemónico. Los herejes hoy son otros. Pero la lucha por el poder es la misma.

Allí donde la ideología viene a ocupar el lugar de la religión, vale recordar aquello de “la ideología es una falsa conciencia”, escrito por Marx y Engels en Manuscritos económicos y filosóficos.

Fernández y Fernández. Tras la crítica del jefe de Gabinete a Jorge Fernández Díaz se observa claramente un ataque al periodismo, a los que pretenden ser “equidistantes”, “objetivos”, “equilibrados” o “neutrales”, según las palabras del propio Aníbal Fernández.

Aunque difícil de lograr, qué linda pretensión. Y los componentes utópicos que pueda tener esa aspiración no le quitan a la idea de pureza periodística su grandeza, belleza y fuerza. Es a esa fuerza que le temen y por eso tratan de arrastrar al periodismo a la confrontación maniquea. Atacándolo, provocándolo, para que, salido de sus casillas o atemorizado, responda con la misma brutalidad y pierda así su mayor valor, que es la credibilidad

Con Clarín lo lograron, le hicieron perder el autocontrol y responder con la misma belicosidad con que era atacado. Quizás a Clarín no le quedaba otra alternativa, ya había actuado así antes. Pero sería desastroso para el periodismo que los demás medios también cayeran absorbidos en la confrontación maniquea que sólo beneficia al Gobierno.

La actitud hacia los “tibios” que “vomita Dios” es aún más desconsiderada que con aquellos que les responden con igual fiereza. ¿Por qué les molestarán tanto los tibios si no fuera que por su existencia queda invalidado el juego amigo-enemigo, o Dios y diablo?

Adepa me invitó a ser el orador de la comida del cierre de la Junta de Directores a la que concurrirán los setenta representantes de medios de distintos puntos del país para hablar sobre la situación de la prensa frente a los embates del Gobierno. Será también esta semana, atravesada por los intentos de censura a Vargas Llosa en la Feria del Libro, y mi recomendación a todos los directores de Adepa será la tibieza, pediré que no entren en el juego de las oposiciones binarias, las exclusiones mutuas, o de las dos tendencias irreductibles entre sí y no subordinables. Todas formas del mismo paradigma maniqueo, oscurantista, simplificador y arcaico.

En esta edición, el espacio del largo reportaje precisamente dedicado a Vargas Llosa no me tiene como entrevistador. Me pareció más enriquecedor aprovechar el tiempo con el Premio Nobel para que un novelista argentino –Martín Kohan, premio Anagrama 2007–, quien en esencia simpatiza con las ideas del director de la Biblioteca Nacional, Horacio González, pudiera realizar un contrapunto que demostrara pluralidad y tolerancia.

Aunque corramos el riesgo de que nos vomite Dios.