COLUMNISTAS
EL CASO DANIEL OSVALDO, LA NUEVA ESTRELLA A QUIEN CASI NADIE VIO JUGAR

Johnny Depp esta bien y juega en Boca

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“El rebelde es traicionero y sacrílego a la vez, si no en la letra, al menos en el espíritu”
Henry Miller (1891-1980); de ‘El tiempo de los asesinos’ (1952)
    
Hace diez años era una versión pocket de sí mismo. Fotos con la camiseta de Huracán, flaquito, gesto de chico asombrado, en una de ellas rapado, imitando el flequillo del gordo Ronaldo. Jugó 33 partidos en el Nacional B, metió 11 goles y antes de cumplir los 20 años se fue al Atalanta de Bérgamo.

Los viejos videos muestran al delantero que fue y sigue siendo: incansable en la búsqueda de espacios, pura potencia, definiendo con repertorio amplio: de cabeza, ensayando piruetas, pinchándola, probando desde afuera. Goleador clásico pero no tan rústico. Sabe jugar.
Confieso que nunca lo vi jugar un partido entero. Siempre supe de él por esas breves noticias internacionales: que jugaba aquí o allá; que se había nacionalizado para sumarse a las selecciones juveniles italianas y que, con la azzurra, le ganó la final del torneo Esperanzas de Toulon 2008 a la Chile de Bielsa, convirtiendo el gol decisivo y provocando la indignación del técnico argentino: “¡Estos sólo saben jugar tirándole pelotazos al 9!”.

Ese 9, claro, era él. La flamante estrella de Boca, Pablo Daniel Osvaldo, según consta en sus documentos: el argentino y el italiano.
Desde su partida de Buenos Aires, no perdió el tiempo. En nueve años jugó en Atalanta, Lecce, Fiorentina, Bologna, Espanyol, Roma, Southampton, Juventus y el Inter. Además, el técnico italiano Cesare Prandelli lo convocó para jugar para Italia las Eliminatorias del Mundial 2014: le hizo dos goles a Bulgaria en Sofía, uno a Armenia en Ereván y otro más a Dinamarca, en Copenhague.  

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Además, tuvo cuatro hijos con tres mujeres: Gianluca, de 7 años, con Nina Oertlinger, su novia de la adolescencia; Victoria de 4 y María Helena de uno, con la arquitecta italiana Elena Braccini; y Morrison, de once meses, con la actriz argentina Jimena Barón.

Osvaldo cambió mucho. De camiseta, de pareja, también de cuerpo. Europa lo sofisticó y él quiso hacerse notar. En Cataluña era famoso su Mini Cooper celeste y blanco, con la cara de Maradona en la puerta. Ya entonces usaba pelo largo, barbita, bandanas, aros, tatuajes. El gimnasio hizo lo suyo: estómago como tabla de lavar, bíceps, campañas de slips. Ropa de marca, diferentes sombreros y, quizá, la más curiosa de sus excentricidades: unos anteojos a lo Johnny Depp.
Sí; el 9 de Boca es, digamos, una mezcla entre Johnny Depp y Jason Statham, pero descafeinado. Un sex symbol con menos perversión y bobería que Lavezzi que, sin embargo, no provoca tantas fantasías entre las mujeres nativas, tal vez conmovidas por su historia de amor con Jimena Barón, una chica que la tele hizo popular y, por lo visto, querible.

Todo muy bonito, pero, ¿cómo le irá en Boca? ¿Es tan bueno, o no es para tanto? ¿Qué hace un tipo que viene de jugar en clubes top aquí y con 28 años? Mmm… Raro.

Repasando su campaña, lo primero que salta a la vista es su inestabilidad. Hasta llegar al Espanyol, en 2010, Osvaldo amagaba pero no concretaba. Sumaba 99 partidos con solo 18 goles. Pero en Cataluña se sintió seguro y en 18 meses metió 22 en 47 partidos. En Roma, jugó dos temporadas completas, todo un récord para él. Su nivel se mantuvo: 28 goles en 57 partidos. Fue su mejor momento. Después, llegarían los problemas.
Ya había sido suspendido por una pelea con Lamela cuando se enfureció con el técnico Andreazzoli, que lo mandó al banco en la final por la Copa Italia 2013, nada menos que contra la Lazio. Enorme rabieta, insultos. Osvaldo jugó los 15 minutos finales y Lazio fue el campeón. Todo mal. Para colmo, Prandelli, enterado del incidente, lo borró del plantel italiano que jugaría la Copa Confederaciones. Lo mejor era irse del calcio.
El Southampton, entonces dirigido por Pochettino, pagó 20 millones por él. Pero su semestre en la Premier no fue bueno. Tres goles en 13 partidos, peleas varias y otra suspensión por “un incidente en el campo de entrenamiento”. Le dieron salida, rápido. Una cesión por seis meses a la Juventus que ilusionó a Prandelli: “Es un salto de calidad, ojalá lo haga madurar porque sus problemas de conducta siempre lo perjudicaron”. Algo falló, porque Osvaldo se quedó sin Mundial y sin la Juve. Nueva cesión al Inter donde, por fin, rindió mejor: 7 goles en 19 partidos hasta la célebre pelea con Icardi, el mes pasado, en pleno partido. E arrivederci, caro.

Enésima declaración de amor por Boca, y aquí lo tenemos. Rápido y furioso, con su tono amable, su amor por los Stones, por su novia actriz y su hijo Morrison, como Jim. Ansioso por gritar goles con la camiseta que más ama.

¿Los hará? Bueh, pese a que aún no alcanzó los cien en diez años de Primera, uno imagina que sí, se cansará de hacerlos. Sobre todo, gracias a este infinito torneo-espejo del país, donde hay un par de poderosos que aspiran a quedarse con todo –en uno de ellos, juega– cuatro o cinco clase media que harán lo que puedan, una decena de venidos a menos que intentarán zafar y una mayoría proletaria con un único objetivo: mantenerse a flote. Un abuso. También lo ayudará esta fase inicial de la Libertadores donde, más allá de alguna sorpresa, abundan las palomitas, como llaman en el boxeo los que suben a hacerle el récord al campeón.

Su hinchismo por Boca es cierto. Tanto como que vino por seis meses, con la chance de quedarse un ratito más si Boca llega a instancias finales de la Copa. Un gesto, un sueño infantil hecho realidad, un breve stop en una carrera a mil, con demasiados derrapes.

Osvaldo es, creo, uno de esos jugadores estándar, pero con ángel. Un carisma que jamás lo convertirá en Tevez, pero le alcanza para hacerse notar; para lucir camisetas célebres, hacer publicidades, seducir chicas, ser un personaje; un Johnny Depp módico, nuestro, que se engulle la vida, aquí, allá y en todas partes.