Nadie te representa: votá a nadie. Esa consigna que los anarquistas de aerosol supieron pintar en las paredes hoy se podría parafrasear diciendo que nadie tiene la iniciativa política. Ni el Gobierno ni la oposición. Estamos en una situación de empate técnico. El resultado de las urnas estableció un claro perdedor, Néstor Kirchner, pero no alumbró un nuevo liderazgo en el peronismo, y en la vereda de enfrente confirmó un candidato a presidente como Julio Cobos, que está muy limitado porque es el vicepresidente de la Nación. Argentinadas de la política difíciles de explicar a sesudos politólogos europeos. Ese equilibrio de fuerzas sin conductores indiscutibles que marquen el rumbo genera una situación gelatinosa que un día muestra los avances opositores sobre la agenda y al día siguiente aparece el Gobierno recuperando terreno. Se juega todo el tiempo en la mitad de la cancha. El oficialismo da pasos más que tímidos en el sentido correcto y Kirchner se disfraza de corderito patagónico en sus declaraciones, pero no se atreve a producir ningún cambio de fondo ni a entregar ninguna cabeza clave. Los opositores no terminan de hacerse cargo. Intentan procesar sus peleas internas y no saben cómo salir de la extorsión del kirchnerismo, que ante el primer reclamo en voz alta los coloca en el lugar en el que nadie quiere estar: sospechosos destituyentes.
El fantasma de 2001 aparece en todos los debates calientes. El cruce en el Senado entre Miguel Pichetto y Ernesto Sanz fue muy gráfico en este sentido. “¿Nos van a dejar gobernar?”, preguntó, victimizándose, este menemista, manzanista y kirchnerista de la primera hora mientras criticaba la hipocresía de los demás. “Una cosa es acompañar y otra cosa es que nos lleven por delante”, contestó el radical. Esta es la gran incógnita que todavía nadie pudo despejar: ¿cuál es el límite de las críticas?, ¿cúal debe ser la intensidad de la presión opositora para que el Gobierno cambie? Hay sectores ultraminoritarios que, cargados de odio, apuestan al caos institucional. Pero todos los grandes jugadores de este partido están interesados en que Cristina Fernández termine su mandato como corresponde.
Las discusiones en todas las fuerzas ajenas al kirchnerismo pueden sintetizarse en los siguientes dilemas:
Estamos dispuestos a ayudar al Gobierno, ¿pero el Gobierno se quiere ayudar a sí mismo? Tenemos que mantener el rol opositor que nos dio el electorado, ¿pero cuál es el límite entre una crítica fuerte como debemos hacer en todo lo que no estamos de acuerdo y un empujón desestabilizador?
Hay que cuidar a las instituciones y preservar la investidura presidencial, ¿pero los argentinos no empezarán a vernos como cómplices de las barbaridades del Gobierno y volverán a decir “que se vayan todos” porque todos son lo mismo y que nadie te representa?
La línea divisoria es muy finita. El costado positivo es que le da más racionalidad y responsabilidad al debate público. Nadie puede decir cualquier cosa ni proponer irracionalidades porque corre el riesgo de colocar una bomba de tiempo para cuando le toque gobernar. También es verdad que muchos sienten culpa de fustigar al Gobierno. Tienen cola de paja.
Está claro que Elisa Carrió es la única que rompió este molde. No se autolimita en sus palabras, porque siente que nadie puede pensar que ella esté detrás de una conspiración para acelerar el final de Cristina. Por eso dinamita el diálogo del ministro Florecio Randazzo, al que acusa de inexistente y de ser un “motomandado”. Está segura de que se trata de una farsa para ganar tiempo y plantea que ya es hora de “dejar de jugar a las visitas para defender a la sociedad”. Su solitaria voz suena intemperante y crispada, al estilo de Néstor Kirchner, pero no se puede desconocer que el diálogo, tan necesario y reclamado, hasta ahora sólo fue jueguito para la tribuna y no provocó ninguna modificiación sustancial en el Gobierno de CFK.
Lo que todavía nadie dijo es que todos están ganando tiempo. También la oposición, que no encuentra el mecanismo que le permita marcar la cancha y los tiempos. El ejemplo más claro hay que buscarlo en los cientos de dificultades que encuentran para ponerse de acuerdo en cosas tan elementales como la derogación del tarifazo del gas o de los superpoderes. Otra vez: quieren oponerse pero sin asfixiar. Y el Gobierno quiere mostrar que algo entendió del mensaje de las urnas, pero no quiere aparecer cediendo. Teme que un paso atrás sea el primero de muchos pasos rumbo al destierro.
Eso explica la sensación de un escenario político gaseoso donde parece que no pasa nada. Es una lectura de superficie. Se trata de un período de reacomodamiento, un round de estudio, donde nadie tiene la iniciativa y todos esperan el error del rival.
La reaparición de Kirchner en Quilmes, el jueves, fue una radiografía de esto. Una película de ficción entre un Kirchner que tuvo un discurso más prudente pero fue incapaz de identificar ni un solo error que haya cometido. Sorprendió cuando dijo que estaba nervioso y que con humildad iba al Congreso a aprender su nuevo rol de diputado raso. En otro momento hubiera cruzado con los tapones de punta al Papa, que denunció “el escándalo de la pobreza y la inequidad social” en la Argentina. Esta vez controló sus instintos camorreros y se sumó a la preocupación del Santo Padre aunque aclaró que se siente “con autoridad moral” porque la pobreza bajó mucho con su gobierno, cosa que es una verdad a medias. Faltó agregar que en los últimos tiempos la pobreza y la desocupación volvieron a crecer y que la brecha entre ricos y pobres es tan amplia como durante el menemismo. El Kirchner negador de siempre apareció luego de reconocer la existencia de serias complicaciones económicas y sociales. No se hizo cargo ni de una mínima equivocación. Aquellos niveles de pobreza del principio fueron la herencia del neoliberalismo de Menem y de la torpeza de Fernando de la Rúa. Hasta aquí se puede aceptar. El tema es que dijo que la inequidad de hoy, después de haber gobernado seis años con un poder inmenso, con crecimiento a tasas chinas y casi sin oposición, era culpa del terremoto financiero internacional. Los economistas que defienden el modelo productivo reconocen que muchos de los graves problemas, como la fuga de capitales por falta de confianza y la incapacidad para hacer transformaciones estructurales a favor de los que menos tienen, comenzaron muchísimo antes del tsunami que se desató en Estados Unidos y golpeó al mundo entero. Javier González Fraga escribió en PERFIL que “este gobierno está fabricando casi 5 mil pobres por día”.
A esta altura, resulta patético que Kirchner ponga siempre las culpas afuera, cuando la inmensa mayoría fueron errores propios no forzados. Cuantificó la pobreza “en 22% o 23%” mientras el INDEC, en su última medición, habla de 15,3%, una mentira que insulta la inteligencia de los argentinos. Para la Sociedad de Estudios Laborales (SEL), de Ernesto Kritz, la pobreza es de 32% y se acerca al 40% para la Pastoral Social, que encabeza monseñor Jorge Casaretto. En las últimas horas, Casaretto desayunó con un reciente enemigo íntimo de los K: Sergio Massa.
Son cada vez más los intendentes que no quieren saber nada con Néstor pero siguen temiendo su poder de daño. Muchos tienen obras públicas estratégicas en sus territorios y no quieren arriesgarse a que les corten los fondos y no puedan terminarlas. La presencia del secretario de Obras Públicas, el cajero del cajero De Vido, fue sintomática en el encuentro de los jefes municipales de la tercera sección electoral. ¿Era un acto partidario? Si fue así, ¿cual era el motivo de la presencia del funcionario López? La versión humilde que mostró Kirchner pidió tender la mano a los que agravian y golpean y perdonar cada puñalada. Los “traidores de la vieja política” respondieron con aplausos fríos como un glaciar. ¿Néstor quiso castigar a Daniel Scioli al no avisarle con anticipación de su presencia en Quilmes? ¿O Francisco “el Barba” Gutiérrez quiso acercar posiciones entre los intendentes y Néstor puenteando a Scioli?
Néstor unplugged y mansito hizo una suave autocrítica, pero aclaró que “una cosa es corregir y otra es ceder ante el poder de unos pocos”. Fue un tiro por elevación al campo, al que siempre aludió en forma indirecta y sin hacer nombres propios: “Ahora hablan de pobreza los que siempre la generaron para defender sus intereses”. Se mantuvo firme en que no hay que tocar las retenciones a la soja con el mismo argumento de que hay que decir de dónde se sacan los recursos que se perderían. Además de gravar la renta financiera, entre otras, se le podría sugerir que hay millones y millones que se están malgastando sin ningún control, favoreciendo la corrupción y con total arbitrariedad en el festival de subsidios que debe reducirse y transparentarse en forma urgente.
Así como en su momento Cristina mencionó a Alemania como el tipo de país que soñaba construir, Néstor apeló a Canadá. Seguramente fue por su extraordinaria estrategia estatal de desarrollo agrario que contribuyó a su fuerte industrialización, superando falsas dicotomías y mixturando su modelo productivo. De todos modos, hoy estamos más cerca de reemplazar a Colombia en el abastecimiento de alimentos a la Venezuela de Hugo Chávez, con quien Cristina se entrevistará el martes próximo.
Las señales de la política exterior también deben ser muy razonables para buscar la buena convivencia y la mutua conveniencia en el intercambio comercial con todos. Hay que evitar las “relaciones carnales” con el chavismo, que está en su momento de mayor virulencia autoritaria y mayor crisis económica. Tomar distancia de la instalación de bases militares de Estados Unidos en Colombia también es un criterio de autonomía y de resguardo de la paz en la región.
Muchos radicales seguidores de Julio Cobos y socialistas que lidera Hermes Binner dicen por lo bajo que Elisa Carrió es honesta y valiente, pero tan autoritaria y personalista como Kirchner a la hora de construir políticamente. Este es el verdadero problema de fondo del que la pelea con Margarita Stolbizer fue sólo la punta del iceberg. Hay una ecuación no resuelta o un “Desacuerdo Cívico y Social”. Carrió sigue conservando el liderazgo mediático de ofensiva contra el Gobierno (cosa que Cobos y Binner, por personalidad y convicción, rehúyen) pero las urnas no la trataron bien. Algunos radicales que la valoran tenían la esperanza de que Lilita reconociera esa realidad esquiva y aceptara presentarse como candidata a jefa de Gobierno de la Ciudad. Suponen que si Mauricio Macri va por la reelección, ella podría imponerse en una segunda vuelta y desmentir las sospechas de que no es capaz de hacer una buena gestión gubernamental. Esa vidriera fenomenal la catapultaría de inmediato a la candidatura presidencial en 2015 para dejar 2011 en manos de la fórmula Cobos-Binner. Esa ilusión se terminó cuando la diputada electa llegó de sus vacaciones en Disney y confirmó que se va “a vivir y a militar en la provincia de Buenos Aires”. Doble error de Carrió. Todavía no asumió como diputada por la Capital y ya está rompiendo el contrato electoral como hicieron tantos otros tantas veces. Y encima se va a un distrito complejo, donde va a chocar todos los días no sólo con Stolbizer sino también con el radicalismo de Ricardo Alfonsín.
Eduardo Duhalde está trabajando en dos sentidos. Por un lado, junta fuerzas para ganar las elecciones en el PJ bonaerense y desembarcar con los delegados al congreso nacional partidario con el objetivo de fumigar los restos de kirchnerismo. Y por el otro, quiere agrupar a todo bicho que camina con la camiseta peronista, menos a Néstor Kirchner y a Mauricio Macri. Sus amigos dicen que Duhalde piensa que Macri “tiene que buscar la reelección y gobernar la Ciudad hasta que aprenda”. Una ironía que se apoya en el modesto resultado electoral del macrismo en la Ciudad.
Duhalde imagina una foto con varios gobernadores e intendentes poderosos en sus distritos, más Carlos Reutemann, Scioli y Felipe Solá. Un peronismo capaz de renacer de las cenizas del kirchnerismo que podría sumar como emblema económico a Roberto Lavagna y que, a regañadientes porque le desconfía, también incorporaría a Francisco de Narváez.
Todavía falta mucho para las elecciones, pero los esquemas bipartidistas tienen su talón de Aquiles.
La socialdemocracia panradical podría aglutinarse alrededor de una boleta con Cobos-Binner a la cabeza. Pero una candidatura de Elisa Carrió le mordería una porción importante de ese electorado.
En forma simétrica, un binomio Reutemann-Scioli o Reutemann-Solá, por ejemplo, perdería votos con un Frente para la Victoria encabezado por Néstor Kirchner. Esta futurología pura se completa tratando de imaginar en qué lugar jugaría Hugo Moyano y quién ganaría en una segura segunda vuelta.
La clave de estos tiempos es que nadie tiene la iniciativa política. Hay un Gobierno y una oposición a la defensiva, tratando de reagrupar sus fuerzas. Hay demasiados volantes y pocos delanteros de área, y eso va a seguir de la misma manera hasta que una metáfora histórica sintetice las contradicciones.
El comunista italiano Antonio Gramsci utilizó un concepto luminoso para definir situaciones como la que estamos atravesando: “Entre lo viejo que no termina de morir y lo nuevo que no termina de nacer”.