Philip Larkin fue un poeta inglés fantástico. En Ventanas altas, su libro más conocido, hay un poema que se llama Los jugadores de cartas, donde Larkin describe la escena de una partida de poker entre tres o cuatro amigos. El poema habla más del ambiente de los jugadores que del juego en sí, que parece importarle poco. Lo que le gusta al poeta es que Dick Dogstoerd se sirva cerveza y eructe, que el Viejo Prijk ronque y que Jan Van Hogspeuw se tambalee hasta la puerta y mee en la tiniebla. Todo esto bajo la fuerza de los elementos: lluvia y viento afuera, fuego adentro para guarecerse. “La paz bestial, secreta”, grita el poeta en el final del poema. Hace poco estuve en los alrededores de una mesa de poker. Majul, uno de los jugadores, llamado así por su parecido físico con el periodista, se acercó a mi lado y me dijo que en la final entre Boca y San Lorenzo por la supercopa de verano podía pasar cualquier cosa. Me llamó la atención porque Majul es un bostero profundos y agresivo. “Es un partido de verano, puede ganar cualquiera”, me dijo, poniéndose unos lentes dobles muy curiosos que siempre lleva puestos. Como si fueran de rayos X para atravesar las cartas de los contrarios. El miércoles, después del cuatro a cero a favor del Ciclón, pensé en Majul. Pensé también en el genial Jony Ortigoza, en cómo ambos podrían estar tranquilamente dentro del poema de Larkin: “Jony mea en la tiniebla. Majul da cartas. Arboles húmedos, del grosor de un siglo, se agitan en la esfera sin estrellas”.