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Jugar

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Ahora se usa el verbo jugar a destajo. Si Massa juega, De Narváez se aparta. Si no juega Lavagna, lo llaman a Lousteau. ¿Jugará Macri? Es capaz, pero sólo si “Sergio” no juega. Si Massa juega, Scioli se abstiene. Juguemos en el bosque mientras el lobo no está. Infierno lúdico imparable, en la política argentina está de moda “jugar”. Alianzas y coaliciones de cabotaje penden del hilo de decisiones abruptas e incomprensibles.

Para comprender lo que sucede, conviene evitar interpretaciones sutiles. La política perdió gran parte de sus rasgos culturales sustantivos. Todas las figuras que dan vueltas a la noria del poder (Massa es apenas un emblema de esta realidad) se paran sobre una base inefable e ideológicamente vaporosa. Para gestionar, refunfuñan, sólo se trata de administrar bien los recursos y que “las cosas” funcionen. La prevalencia del verbo “jugar” es deliciosamente expresiva, seguramente una importación directa del verbo inglés to play, que se usa indistintamente para el fútbol, el teatro o la política. En la Argentina es ya un verbo intransitivo. No jugamos al fútbol o desempeñamos un papel en una obra de teatro. Jugamos, a secas.

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Curiosa derivación de la década que supuestamente “re” politizó a una Argentina presuntamente despolitizada hasta que llegaron los Kirchner, el lenguaje político en este país es hoy cada vez más necio o vacuo. Responsabilidad colosal por esta deriva vaciadora de contenidos recae en fuerzas, sectores y personalidades que interpelan con dureza al Gobierno. Los proyectos alternativos deberían ser los más expresivos, elocuentes y significativos.

Los numerosos y gruesos espacios ocupados con su peculiar fervor por el grupo gobernante, en cambio, se revuelcan en galimatías lingüísticos y supuestas innovaciones gramaticales. La criatura más reciente del catedrático Ricardo Forster (la Carta Abierta Nº 13) es una cantera fecunda de esta jerga derivada de la Facultad de Ciencias Sociales. Un recorrido de ese mamotreto releva de mayores comentarios sobre cómo se expresan los intelectuales oficiales.

Hablan de “procesos de deslegitimación”. Aluden a una “libre opinión emancipada del tejido social”. Se refieren a una “narrativa mediática que apunta a deslegitimar”. Postulan la “creación de mancomuniones sociales”. Mencionan los “cimientos formadores de la adhesión”. Cargan contra las “acciones profunda y visceralmente desestabilizadoras”. Denuncian una “máquina mediática descalificadora”, tras hacer misteriosa referencia a “la alteridad de nuestra propia vida”.

Disparan contra las “baterías mediáticas y sus golpes de mercado”, parte de lo que denominan “un sistema de símbolos de enorme fragilidad que tiene su domicilio último en el empleo consistente y verídico de la palabra pública”. Incansables, alegan que existe una “prepolítica del miedo”. Condenan “una prédica seudomoralista que busca deslegitimar a gobiernos democrático-populares”. Insisten en atacar la “seudomoralina autoproclamada”. Detectan una “intervención desestabilizadora de la máquina mediática puesta al servicio del establishment económico-financiero”. Es más, seguros de que existen “letrinas amarillistas”, escarnecen las enigmáticas “gramáticas del golpismo histórico”. Se indignan por los “mitos urbanos de enriquecimientos olímpicos”, creados por una “maquinaria de horadar”. Eso sucede, explican, por los “climas en la prensa donde se hace cabalgar con mayor o menor grado de ingenio a los jinetes del Apocalipsis”. Explican que existe “una sutil forma de golpismo (que) opera todos los días bajo el amparo de los nuevos estilos de escenificación, agrietamiento y cancelación de las creencias sociales”. Son “corrientes que siempre han actuado como terreno ya roturado para las aventuras contrainstitucionales”, dicen.

Denuncian la “alquimia de vodevil mediático”, mezcla de “gestualidad antipolítica y neogolpismo especulativo”. Los descarrilamientos de esta prosa oficial sorprenden; aluden a “una sobra inabsorbida por sus corazones” o denuncian “castillos draculianos y llamados telefónicos a carpinteros infernales”. Mencionan el “uso central de los medios de comunicación más entrelazados con una receptividad indignada”, en los que se pondrían en juego “técnicas folletinescas viejas y modernas”. Y mucho más: “Monologuismo sostenido por escenas cómicas”, “denuncismo desenfrenado”, “neogolpismo folletinesco”, “Dragones del Apocalipsis”, “arbitrios y trompetas bíblicas”, hasta que finalmente balbucean sobre “sociedades historizadas y no paralizadas por sus clases poseedoras”.

Sin que la DAIA, ya tristemente estatizada por este Gobierno, se incomode, para Forster y Carta Abierta los medios no manejados por la Casa Rosada habrían inventado “la oscura figura del avaro, la brutal construcción del ‘judío’ con los bolsillos llenos de dinero que supo desplegar el antisemitismo exterminador”. Obsesionados por equiparar a quienes se desmarcan del Gobierno en nostálgicos del Tercer Reich, aluden a “la caída de la República de Weimar, que dejó abierto el camino para el ascenso del nazismo al poder”. Forster usa las expresiones antisemitisimo, judíos y Weimar igual que el vicepresidente Amado Boudou, quien comparó el 8 de octubre de 2010 a los periodistas Martín Kanenguiser (La Nación) y Candelaria de la Sota (Clarín) con “los que ayudaban a limpiar las cámaras de gas en el nazismo”.

Como bien dicen Forster y Carta Abierta, “es cierto que hay que ser austero”. No es lo que acontece ahora mismo en la Argentina. Lo que pasa es pura sarasa.

 

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