La noche más oscura del fútbol argentino está comenzando. La muerte de su único líder, algo así como un “salvador de la patria”, es un dictamen final, la sentencia fatal. Sin Julio Humberto Grondona, la desintegración interna y el aislamiento externo serán inexorables.
La AFA y la FIFA pierden a su pieza más importante. En la AFA era quien conciliaba todas las reyertas intestinas y quien ordenaba las desbordadas pasiones barriales aplicando justicia ciega y futbolera. Y en la FIFA era quien evitaba que el fútbol pasase a segundo plano y la Argentina quedase afuera de la foto…
Pero la FIFA no se desmoronará sin Grondona, su caja le dará supervivencia; apenas aislará a un país –el nuestro–, poco grato a casi todos sus miembros. La Selección pagará el pato.
Recuerden este presagio: nunca más la Argentina será campeón mundial. Sin Grondona en la FIFA, se acabaron las chances. Sólo un equipo que rejuvenezca a Maradona y resucite al “Charro” Moreno y a Di Stéfano y lo conserve a Messi podría revertir en la cancha lo que se pierde fuera de ella y que vale tanto como los goles de Batistuta o Kempes, los cabezazos de Passarella o las atajadas de Fillol.
El problema mayor, sin embargo, es la AFA. Ya no estará quien la democratice, quien la federalice, quien le dé al fútbol “de abajo”, inferiores y ascenso, el lugar que merece. Julio Grondona asumió la AFA para sacársela a los militares, que, tras el Mundial de 1978, querían hacer del fútbol lo que hizo Cristina, una herramienta popular para sustentación de su poder, aunque con menos imaginación que la viuda de Kirchner. Claro que la televisión de aquellos años no era la actual. En AFA, desde el inicio, Grondona dejó claro con sus actos que no estaba allí para ascender a Arsenal o consagrar a Independiente. Lo suyo era equilibrar el fútbol argentino y ayudar a todos por igual. Lo hizo. Se acabó la dictadura de Boca y River. Lanús, Banfield y otros “chicos” fueron campeones. Deportivo Armenio jugó en Primera. Y hasta “su” Independiente se fue a la B.
Hasta inicios de los noventa, la prensa no lo calumniaba; las agresiones comenzaron cuando las reelecciones se repitieron más allá de lo normal, generando sospechas.
No era su culpa: nunca pidió un voto. No lo precisaba. El desacuerdo entre todos los demás clubes siempre fue tan grande que su nombre surgía solo, como un pater seraphicus, como el gran sacerdote, el curador de los males endémicos e históricos del fútbol vernáculo.
El y por él mismo no se importaba con la crítica, ni siquiera con las mentiras que se decían de su gestión y su persona. Le importaba que las leyese su esposa, Nélida Pariani, porque ella, como antes su mamá, le preguntaba cada vez que, con explícita maldad, se publicaba algo en su contra:
“Julio, ¿vos hiciste algo de todo eso que dicen?”. Ellas sufrían y ése era su tormento personal. Con los demás, resolvía esas cuestiones con indiferencia o en Tribunales, de donde siempre salió limpio. Pero su madre y su esposa eran su vida, lo único que anteponía al fútbol. Era mejor hijo que padre, aunque siempre ayudó a sus hoy herederos, y fue un marido excepcional. No viajaba sin su Nélida. Con ella hablaba todo. Por eso, cuando enviudó en 2012, empezó a morirse; quienes estaban cerca lo saben.
Y ahora, con su muerte física, se desvanece todo lo que sostuvo. No olvidemos, además, que el país no ayuda, su desmoronamiento económico, su vergüenza política, su descuartizamiento social no favorecen el ya difícil ambiente del fútbol, donde las rivalidades y los intereses personales superan cualquier espíritu deportivo. Con Grondona se entierran también muchas victorias blanquicelestes y el futuro del fútbol nacional, si es que había algún futuro…
*Director Perfil Brasil, creador de Sólo Fútbol y autor de Archivo [sin] Final.