COLUMNISTAS

Justicia para los mamotretos

Después de mucho meditarlo, terminé comprando Los Sorias de Alberto Laiseca. El precio no resultó tan terrible –algo de ochenta pesos, menos que lo que cuestan muchas ediciones españolas–, pero el tamaño es un tema a considerar. El libro es un paralelepípedo oscuro cuyas medidas son 23,5 x 16,5 x 10 centímetros.

|

Después de mucho meditarlo, terminé comprando Los Sorias de Alberto Laiseca. El precio no resultó tan terrible –algo de ochenta pesos, menos que lo que cuestan muchas ediciones españolas–, pero el tamaño es un tema a considerar. El libro es un paralelepípedo oscuro cuyas medidas son 23,5 x 16,5 x 10 centímetros. El largo y el ancho son más o menos los habituales, pero el alto es completamente desusado y el objeto tiene algo de monstruoso, un poco a imagen de su autor, que en televisión da ese aire de ogro amigable. Los Sorias llama la atención en los estantes de las librerías, igual que otro libro de porte parecido pero de colores más claros, en el que Bioy Casares destila rencor póstumo por un supuesto amigo suyo. El de Laiseca, en cambio, es nada menos que un clásico de la literatura argentina, según lo explica Ricardo Piglia en el prólogo (“la mejor novela argentina desde Los siete locos”), y, aunque la lectura terminara por desmentir ese concepto, un libro cuyo capítulo 102 se llama “La invasión a Chanchín del Norte” no puede ser totalmente malo.
Ciento sesenta y cinco capítulos tiene Los Sorias, y mil trescientas veintitrés páginas contando el índice. No hay muchas novelas de más de mil páginas. De hecho, Una novela de mil páginas de David Wapner tiene sólo 348. Lo de Laiseca no es un récord, supongo, pero es el volumen más grande que tengo en la biblioteca, donde supera, entre otros, a El arco iris de gravedad de Thomas Pynchon (1.148 páginas), a 2666 de Roberto Bolaño (1.125), a Tom Jones de Fielding (1.214) y hasta al célebremente kilométrico Guerra y Paz de Tolstoi (1.299). Claro que no estoy contando enciclopedias, libros de texto, compilaciones, obras colectivas ni Las mil y una noches. Tampoco estoy comparando Los Sorias con libros que vienen en varios volúmenes pero son definitivamente uno solo. Por ejemplo, El hombre sin atributos de Robert Musil (dos tomos, total 1.555 páginas) o las Memorias de ultratumba de Chateaubriand (2 tomos, 2.693 páginas). Y menos aún con las sagas o los libros concebidos para mantener su unidad a lo largo de los distintos tomos, como los siete de En busca del tiempo perdido de Proust o los veinte de Los Rougon-Macquart de Zola, extensiones que exceden en espacio a la relativamente modesta ambición de Laiseca.
Pero el verdadero problema de un libro grande no es el precio ni el espacio que ocupa, sino el tiempo que se tarda en leerlo. Uno de los dramas del envejecer es la certidumbre de que no habremos de leer todos los libros y, desde esa perspectiva, los mamotretos son los primeros candidatos al sacrificio. Tengo ante mí, por ejemplo, los cuatro tomos de El don apacible de Mijail Sholojov, héroe de la literatura soviética, con sus 1.853 páginas. Me parece que no tengo resto para acometer esa hazaña. Sin embargo, hace poco descubrí un buen método para no dejar abandonados a los gigantes. Es muy sencillo: consiste en leer unas cuantas páginas antes de dormir. El sistema no es bueno para los libros cortos, ya que uno despierta a la mañana sin saber lo que ha leído. Pero cuando noche tras noche uno se interna en el mismo libro, la acumulación de páginas obra a favor de la memoria. Como prueba para el experimento estoy utilizando Una danza para la música del tiempo de Anthony Powell (1995-2000), que en sus cuatro tomos y dos mil quinientas páginas retrata la vida de la aristocracia inglesa a lo largo de cincuenta años. Powell es tan parsimonioso como narrador (y eso lo hace fascinante), que el relato de una sola fiesta puede ocupar varios meses de lectura. Aunque el libro parezca al principio interminable, así se avanza. De hecho, estoy por terminar el segundo tomo y, a cuatro páginas por día (una cifra razonable), Powell no ocupará finalmente más que dos años de mi vida nocturna. Después empezaré con Laiseca. Aunque no sé cómo me las voy a arreglar para sostener ese ladrillo en la cama.