Absolutismo politico. La virulencia confrontativa del kirchnerismo lleva muchas veces a sus adversarios a que se defiendan con las mismas armas. |
Quizás el ex presidente no sea consciente de su arma más poderosa. Y sólo intuitivamente sepa que algo de lo que él hace funciona pero no sepa por qué. La clave de muchos triunfos de Kirchner está en que al confrontar con sus adversarios logra transformarlos en algo parecido a él mismo. Los arrastra a comportamientos similares a los propios, vaciando así al otro de legitimidad. Tácitamente, y a veces más o menos explícitamente, Kirchner o sus seguidores logran poder decir: “¿Vieron? ¿Tanto que me/nos acusaba/n de ser inescrupuloso/s y al final hacen lo mismo que yo/nosotros?”.
Este método sirve tanto para deslegitimar a Clarín (“miente” o “es tendencioso” o “sólo le importan sus intereses”) como a la oposición (“tuercen la ley” o “con tal de ganar en el Congreso, no respetan la Constitución” o “abusan de la mayoría”). Y en todos los casos queda latente el agregado de “igual que hacemos nosotros, los kirchneristas, pero se suponía que ellos eran los buenos y nosotros, los malos; para malos mejor nosotros, que somos eficaces”.
El adversario de Kirchner que para defenderse se mimetiza con sus métodos se degrada. Un ejemplo agigantado del mismo error fueron las Fuerzas Armadas de los ’70 que, en lugar de combatir a la guerrilla dentro de la ley, cometieron delitos.
La víctima que responde al ataque con la misma lógica del atacante justifica su defensa en el grado de virulencia con que es agredida: “Si entrara un delincuente a su casa, ¿no le respondería con igual violencia si pudiera?”. Pero en política, cada vez que el fin justifica los medios, aun triunfando, hay una derrota, un triunfo pírrico. Por ejemplo, Clarín podrá en diciembre de 2011 festejar la derrota electoral del kirchnerismo, pero en su triunfo podrá también consumirse todo su capital simbólico y perder para siempre atributos que son propios de un medio de comunicación respetado.
El primer acierto de Kirchner al hacer Kirchner al adversario consiste en obligarlo a cambiar. Cuando cambia, pierde porque la legitimidad está relacionada con la autenticidad, con ser consistente con lo que se era, y el cambio es percibido como falsedad.
Responderle a Kirchner en sus mismos términos no es señal de fortaleza sino de debilidad y miedo. Se justificaría en aquel cuya vida estuviera en peligro, como el ejemplo del delincuente que irrumpe violentamente en un hogar, pero no es válido para una organización, un partido político o un líder que aspire a superar a quien se opone. Si para defenderse debiera comportarse con la misma brutalidad de aquel a quien critica, tendrá disculpa pero no crédito ni mérito.
La clase media es otra víctima de este proceso de kirchnerización al que Kirchner somete a quienes elige de adversarios. Hace seis años, “gorila” era una palabra arcaica de uso histórico. Pero Kirchner logró rejuvenecerla en acto (y no sólo en uso, como sucede con la palabra “chapar”, que volvió a estar de moda después de haber sido reemplazada por rascar, apretar y transar) al regenerar el sentimiento gorila, hoy expresado como anti K, infectando con su ánimo beligerante a personas normalmente pacíficas que se vuelven patéticas, y estúpidas, al estar dominadas por un estado de odio. Odio y miedo van juntos.
Hobbes K. La técnica de hacer política creando enemigos “funciona”. El filósofo alemán Carl Schmitt explicaba en El concepto de lo político: “El reconocimiento del enemigo implica la identificación de un proyecto político que genera un sentimiento de pertenencia”. Pero Kirchner opera a los “enemigos” con inusual eficacia, quizá porque los latinos sean más apasionables que los germanos.