COLUMNISTAS
DISTORSION

La aceptación de lo inaceptable

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El nivel moral de una sociedad se puede detectar a partir de aquellos temas que no discute, ya que los da por sentados. Por ejemplo, da por sentado que la violación es inadmisible y merece un castigo rotundo. Da por sentado que la corrupción es inaceptable y que no debe haber espacio ni inmunidad para los corruptos. Da por sentado que la esclavitud en cualquier forma que se presente (o disimule) es aberrante y la reprime sin pestañear. No debate sobre esas cuestiones, no sopesa distintos argumentos, no admite su naturalización, niega espacio a cualquier relativismo sobre esos y otros temas. Esta idea tajante (como suelen ser las suyas, que permanentemente desafían a pensar) está en Pedir lo imposible, libro en el que el filósofo esloveno Slavoj Zizek responde al cuestionario que le propone el coreano Yong-June Park, miembro del centro educativo Humanidades Globales, de Indigo Sowon.

Es imposible toparse con esa reflexión y no pensar en la Argentina. Aquí un par de jueces de casación muy peligrosos para la sociedad estigmatizan a un chico de 6 años acusándolo de homosexual y aligerando por esa causa el castigo a su abusador. De inmediato este tema se debate y hay quienes argumentan (desde la argucia legal, desde el prejuicio o desde el absurdo) acerca de la cuestión hasta apartarla de su centro (hay un chico violado por un adulto imperdonable). Aquí un fiscal muere violentamente veinticuatro horas antes de presentar una denuncia contra quien ejerce la presidencia del país y, mientras las causas de esa muerte se oscurecen y se pierden, se discute la vida sexual del fiscal, o su encuadre político, o se juega a los acertijos acerca de si se suicidó o lo asesinaron. Mientras tanto, la sociedad naturaliza y va aceptando la muerte violenta de un fiscal. Aquí un delincuente patotero disfrazado de hincha de fútbol atenta contra la salud (y acaso la vida) de varios jugadores, aborta un espectáculo y desquicia a un club, y no sólo no va preso, sino que queda en el centro de polémicas idiotas donde abundan quienes argumentan que el partido debió continuarse otro día o que el equipo perjudicado actuó con cobardía. Y el hecho aberrante se encamina a quedar como una anécdota más del folclore futbolístico nacional. Aquí un secretario de Seguridad (?), al que por norma se le escapan las tortugas o acostumbra a llegar tarde y alterar escenas del crimen, sostiene con énfasis que “no hubo bengalas” en donde las bengalas convertían la noche en día, y sigue lo más campante en su cargo. Aquí mueren chicos en talleres clandestinos denunciados con pelos y señales hasta el hartazgo, y quienes deberían encabezar una razzia final contra esa expresión de esclavitud y asesinato bailan alegremente en un circo televisivo o murmuran que cerrar esos talleres (o erradicar la mafia de los trapitos o de los manteros) equivaldría a dejar a mucha gente sin trabajo. La sociedad escucha y deja pasar con indiferencia esas excusas y actitudes insultantes. Aquí se multiplican las catástrofes y muertes en rutas dignas de la Edad Media (que jamás se mejoran porque la corrupción se chupa presupuestos como una esponja), mientras la sociedad acepta como pretexto que las carreteras están colapsadas porque un imaginario florecimiento económico trajo aparejada una producción de autos que no da abasto. Y se siguen enterrando víctimas con toda naturalidad. Aquí un bocón impresentable en cualquier escenario digno puede decir desde un cargo público que la inseguridad es una sensación, y mientras cada día esa sensación siega vidas y más vidas, el personaje aspira a cargos aún mayores con absoluta naturalidad. Aquí se esconden y tergiversan cifras vitales sobre los escenarios económicos del país en la propia cara de una sociedad, de la cual muchos integrantes dicen, mientras les escamotean groseramente el futuro, que “las cosas van un poco mejor”. Aquí, al grito de “vamos por todo”, se roba de un modo obsceno desde el más alto pináculo del Gobierno en tanto un coro de beneficiarios en algún caso, de obsecuentes en otro, de oportunistas en un tercero y de relativistas morales en un cuarto entona un estribillo que reza: “Hay cosas que hicieron bien”.

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En la Argentina Zizek podría comprobar la verdad de su enunciado. Aquí se discute lo que no admite refutación y se calla sobre lo que hay que hablar. De esa distorsión se obtiene un fiel diagnóstico sobre el nivel moral de la sociedad.

*Escritor y periodista.