Pocas veces se discutió, se practicó, se reflexionó tanto sobre la crónica periodística en la Argentina como en estos últimos años. Muchos de los cronistas jóvenes más talentosos (Leila Guerriero, Josefina Licitra, Cristian Alarcón y Daniel Riera, entre otros) han incluso abierto recientemente sus propios talleres privados sobre el género. Eso no es lo mismo que decir que el grueso de los lectores sepa aún de qué hablamos cuando hablamos de crónicas, ni mucho menos que haya lugares donde publicar este tipo de textos, a diferencia de lo que sucede con países como México o Colombia (la aparición de la revista colombiana SoHo en nuestro país es un tibio intento de testear el mercado en este sentido). Sigue siendo hasta ahora la industria editorial, y no la de revistas, la que ofrece un espacio para estos trabajos, a pesar de que el nivel de los cronistas argentinos suele ser alto. ¿Pero saben los propios periodistas, también responsables de las confusiones para definir los parámetros de la crónica, cuáles son sus características propias? No siempre. En la página web de la revista Otra parte, que dirigen los escritores Marcelo Cohen y Graciela Speranza, se reproduce una entrevista de María Moreno a Martín Caparrós (quizá los dos cronistas más lucidos y talentosos de la generación anterior) que puede ser útil para elucidar los errores más comunes que circulan alrededor del género.
Moreno comienza haciendo un poco de “escolástica”, luego de afirmar que hoy en día se llama crónica “hasta a la basura póstuma de un escritor”. Y agrega que suelen utilizarse para referirse a ella, indistintamente, los términos “crónica”, “no ficción” y “nuevo periodismo”. A pesar de que las fronteras no sean del todo claras, Moreno remite a los textos de Truman Capote y Rodolfo Walsh para referirse a la no ficción, “textos más investigativos y que siguen un modelo parajudicial”; dice que el nuevo periodismo es apenas la idea, bastante vieja por cierto, de apropiarse de recursos literarios para recrear hechos sucedidos en la realidad. Y de la crónica afirma que no demanda una exigencia de pruebas, “sobre todo porque se asocia más al ejercicio de una mirada que a una investigación”. La crónica sería así el autor que escribe artículos en los que se apropia de recursos de la literatura para poner en crisis una historia o a un personaje surgido de la realidad, a través de su mirada subjetiva (y que al mismo tiempo no puede ser cualquier periodista: debe tener la experiencia, la preparación y el talento como para narrar, reflexionar, analizar y juzgar en un mismo texto).
Moreno y Caparrós se quejan de que hoy cualquier periodista con ambiciones se hace llamar “cronista”, como si eso fuera una manera de reclamar cierto estatus dentro de la profesión. Y es cierto. Pero si hay algo que también lo es, y de lo que no pueden quedar dudas, es que existe una frontera indeleble entre la ficción y la crónica, y ésa es la de la verdad: los hechos no pueden inventarse ni deberían ser falseados. Es por eso que incomodan las palabras de Caparrós cuando dice acerca de una biografía que aparecerá en los próximos meses sobre el maestro de cronistas Ryszard Kapuscinski (foto): “Siempre pensé que el viejo Kapuscinski era un mentiroso, pero eso era lo que me parecía más interesante de él. Si nos gustó cómo nos contó Africa eso es lo que importa, no si se encontró o no con Lumumba”. Palabras que encierran una ironía que puede ser decodificada por gente con cierto oficio, pero que pueden ser muy perniciosas para la crónica en particular, y para el ejercicio del periodismo en general, sobre todo en tiempos de crisis como los que la profesión está atravesando en la actualidad.