El 3 de diciembre de 2015 era el Día D para el fútbol argentino. Terminaba una etapa de tres décadas y media, caracterizada por el unicato de Julio Grondona, un viejo caudillo de Avellaneda que conocía todas las mañas y que llegó a manejar de taquito, por teléfono y desde Zurich, una trama compleja de intereses hasta vaciar la Asociación del Fútbol Argentino (AFA).
Por fin, desde 1974, los dirigentes, acostumbrados a la dudosa unanimidad, podían votar entre dos candidatos, algo usual en otros países, en otras federaciones, pero no en la entidad local. Sin embargo, la comunidad futbolística argentina asistió a una de las jornadas más bochornosas de su historia cuando, delante de las cámaras de televisión de todo el país y del extranjero, desde el salón de futsal del predio de Ezeiza el resultado del voto de los 75 asambleístas dio un empate de 38-38. (...)
El fútbol argentino, nucleado en la AFA luego de los primeros años de historia, en los que la puja de intereses fue girando de una asociación a la otra hasta madurar en la definitiva, fue creciendo alrededor de dos ejes que trataremos de analizar en este libro, buceando en las profundidades de cada época: por un lado, la lucha entre los clubes poderosos y los más humildes para imponer sus necesidades; por otro, el descubrimiento de que a partir de la popularidad y la exageración de su importancia, debido a otras carencias sociales, el Estado apareció siempre como salvador para resolver los eternos déficits por las pésimas administraciones caracterizadas por la absoluta irresponsabilidad dirigencial o directamente la corrupción estructural. Descubriremos que el fútbol argentino no es otra cosa que un microespacio que reproduce el macroespacio de la sociedad argentina, como no podía ser de otra manera.
Hace más de medio siglo, otro dirigente de las características de Grondona, Valentín Suárez (interventor y presidente de la afa en distintas épocas y hombre fuerte del ámbito en los años 60), sentenció que “jamás el Estado le bajará la cortina al fútbol”. (...) Los dirigentes del fútbol, en la medida en que pasó el tiempo y con los cambios estructurales que vivieron, se fueron dando cuenta de que se podía vivir del Estado. Así aparecieron las tentaciones, tanto económicas como de figuración, de ascenso en la consideración pública. (...)
Los clubes grandes pelean contra los clubes chicos por el sistema de votación; unos sostienen que los sufragios se deben basar en la representatividad, y los otros, que deben hacerlo en la igualdad: esto ya ocurrió en el pasado. La afa le solicita ayuda al Estado para implementar un sistema de apuestas o para que se haga cargo de los derechos de tv: eso ya sucedió. Se recurre al Estado para que haga un préstamo “por única vez” con la promesa de que “será la última”: esto ya pasó. (...)
No es de hoy que el fútbol argentino desaproveche la chance de ganar títulos mundiales con los mejores jugadores, pretendidos por los clubes más importantes del mundo. Para el Mundial de Suecia se decidió no contar con la base de la delantera que un año antes había brillado en el Sudamericano de Perú. En cambio, viajó Angel Labruna con 39 años; no fueron ni Humberto Maschio, ni Antonio Angelillo, ni Enrique Omar Sívori, ni Alfredo Di Stéfano.
Tampoco ninguno de ellos estuvo cuatro años más tarde en el Mundial de Chile; ni Ricardo Bochini o Norberto Alonso en 1974; ni Diego Maradona en 1978; ni Ramón Díaz en 1986 y 1990; ni Alberto Márcico en 1990; ni Juan Román Riquelme en 2002. Siempre faltó alguien importante, porque siempre hubo caprichos y dueños de las distintas selecciones que decidían por todos. Por eso, asimismo, en los últimos tiempos el fútbol argentino se dio el lujo de no haber tenido nunca como director técnico a Carlos Bianchi, ganador de cuatro copas Libertadores y tres Intercontinentales. Ni siquiera el hecho de que el presidente de la afa y vicepresidente de la fifa haya fallecido en el ejercicio del poder es algo nuevo: ya sucedió con Domingo Peluffo en los años 50. Y tampoco es nuevo que la selección argentina casi quedara eliminada del Mundial, como en 2009. Ya estuvo a punto de ocurrir en 1985, y efectivamente pasó en 1969. (...)
Con más de tres décadas y media cerca de los protagonistas, aunque con la distancia que permiten las ciencias sociales, cuesta vaticinar hacia dónde va el fútbol argentino actual, amenazado por la posibilidad de abrir sus puertas a las sociedades anónimas –rechazadas en los años 90–, o cercado por los grupos mediáticos, que ya lo despedazaron en una oportunidad y a los que ni siquiera la demostración de sus actos corruptos, de alcance mundial, los detiene.
Esto también plantea un desafío para la sociedad civil, que aún no ha llegado a la expresión de rebeldía de otros países, en los que socios de un determinado club, disconformes con el accionar de los dirigentes, acabaron yéndose y fundando otras entidades; o bien se retiraron de los estadios por la carestía de las entradas; o bien se unieron para protestar por determinados cambios, olvidándose en la semana, cuando no hay partidos, de una rivalidad que es sólo deportiva, para unirse en reclamos por cambios concretos o para repudiar las nefastas políticas, como sí ocurrió en 2001 en el nivel nacional.
Una sociedad que les reclama a sus dirigentes “más presencia” en la afa, o que parte de la base de que los árbitros dirigen en contra de su equipo, o que cree que si se logra un objetivo será “aunque la afa no quiera”, o que aplaude y les deja el hueco en el mejor sector de las tribunas a las barras bravas, o que pide autógrafos a sus líderes, o que entona sus cánticos violentos tampoco contribuye a modificar el contexto.
Tras 82 años de existencia formal, hoy la AFA termina dependiendo de organismos como la Conmebol y la FIFA, que protagonizaron un gran escándalo en 2015. Vienen a señalar que una institución como ésta no son sólo “los clubes” y que su estatuto no se adecua a las normativas. Esto es haber tocado fondo. ¿Será acaso como canta Joan Manuel Serrat, que son bienaventurados los que están en el fondo, porque sólo les queda subir? ¿O la historia de la afa volverá a repetirse una y otra vez, como en El Día de la Marmota? (...)
*Periodista y sociólogo. Fragmento del libro AFA, Ediciones B.