COLUMNISTAS

La arena del siglo XX

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La deriva del zapping trasnochado me dejó en el canal Volver viendo una película argentina en blanco y negro: Tute cabrero. Escrita y actuada por Tito Cossa, la historia trata sobre tres dibujantes industriales, uno de veinticinco años, otro de cincuenta, y otro ya casi en edad de jubilarse. Cuando la empresa, donde trabajan con bastante buena camaradería, tiene que reducir el personal, las moléculas del miedo burgués se empiezan a agitar entre ellos, llevándolos a la traición y el silencio. Además de estar bien lograda la tensión dramática, me hipnotizó la fotografía de la película filmada en gran parte en exteriores en la Buenos Aires de 1968. No sé cuánta voluntad de lograr un documento de época tenía el director Juan José Jusid, pero sin duda, al filmar por las calles del centro, capturó la textura de una ciudad que todavía mostraba su modernidad frondicista por debajo de la atmósfera del gobierno militar. Hay muchos planos de gente común caminando por la calle, algo que ya en el cine actual no se puede hacer sin autorización: hombres de traje por el Microcentro al final de los sesentas, la corbata finita, los tiradores, los anteojos de marco grueso; chicas lánguidas, con vestidos cortos, al estilo Twiggy; matrimonios mayores híper pulcros, de una dignidad irrefutable, como engominados a la par. Se notaba cierto abuso de la geometría en el diseño. Los autos ruidosos, pero más espaciados, menos abarrotados. Y de fondo, el tango urbano del Tata Cedrón.
El estado de una ciudad es tiempo revelado: la resultante de una suma de proyectos urbanísticos en conflicto, ideas de país, imitaciones extranjeras, el súper yo faraónico de los gobiernos de turno, la inversión, los enviones económicos, la desidia burocrática, el tironeo edilicio, la plata que aparece, la plata que falta, la plata lavada, la estafa, el yuyal comiéndose el megaproyecto interrumpido para siempre.
Cuando vemos imágenes viejas de la ciudad, toda esa transformación se pone en evidencia, como si uno pudiera presenciar cuarenta años en cámara rápida.
En Tute cabrero, un Luis Brandoni de veintipico, flaco, sin barba ni banca de diputado, camina con su novia por la Costanera Sur, cuando el río todavía estaba ahí, cuando todavía no habían empezado a ganarle terreno tirando las toneladas de escombros provocados por la construcción de la Autopista 25 de Mayo y el ensanchamiento de la avenida 9 de Julio. En total, 350 hectáreas de cascotes sobre los cuales se acumuló el barro que baja del Paraná y el Uruguay, y creció la vegetación que ahora forma la Reserva ecológica donde trotan o andan en bici las familias y donde, según la página web oficial, viven mamíferos, pájaros y reptiles diversos como la yarará.
El otro fin de semana estuve por ahí. Ahora la estatua del héroe Luis Viale, ya no frente al horizonte de agua sino al camalotal, le está por arrojar el salvavidas a las nutrias de la laguna. Empecé a caminar desde la vieja costanera hacia el río. Cerca, en la abandonada Ciudad deportiva de La Boca, en un involuntario homenaje a Juan Carlos Onetti, van a construir un barrio llamado Santa María. Otro megaproyecto.
Habría que fotografiar el estado actual de la sicodélica ciudad deportiva en ruinas, registrar esa melancolía, antes de que la perdamos: el pajonal creciendo en el gran comedor, los camalotes comiéndose las lámparas acuáticas... Todo va a cambiar, como cambió desde el ‘68 hasta hoy.
Algún día esas nuevas torres tendrán una vista privilegiada a la petroquímica vecina, algún día las filmaciones hechas en la actualidad tendrán una textura antigua.
Cuando alcancé la orilla, después de caminar quince minutos, una chica lloraba desconsolada mirando el río.
Me parece que el paisaje no la ayudaba a rescatarse.
Nuestro Río de la Plata, sin la esperanza de una orilla de enfrente a la vista, es un mar muerto que no levanta el ánimo.
No le dije nada.
Fui hasta el agua.
Había una línea de resaca de juncos y basura, una arena industrial hecha de plástico y ladrillos, y hormigón.
La arena de todo el siglo XX.